"Furiosa" incendia los motores del Festival de Cannes sin llegar a emocionar como "Mad Max"
Sección patrocinada por sección patrocinada

Cine

"Furiosa" incendia los motores del Festival de Cannes sin llegar a emocionar como "Mad Max"

George Miller regresa al universo de la Tierra Baldía de la mano de Anya Taylor-Joy y Chris Hemsworth, mientras que Andrea Arnold presenta "Bird", su nueva película

"Furiosa" incendia los motores del Festival de Cannes
"Furiosa" incendia los motores del Festival de CannesWARNER BROS.

Los que esperen de “Furiosa” una prolongación aberrante de ese ‘cartoon’ abstracto, hipercinético y polvoriento que era “Mad Max: Furia en la carretera”, tal vez se lleven un chasco. Era imposible llegar más lejos, George Miller sabía que podía poner en peligro el cambio de marchas de una saga que necesitaba ampliar el arco dramático de su mitología para asentar su discurso político. Por ello, “Furiosa”, que arrancó sus motores fuera de concurso, en ese Cannes que hace nueve años validó a Miller como el inventor de un nuevo modelo de “blockbuster”, hace bandera de su condición de precuela alimentando la simplicidad conceptual de su hermana gemela con algo tan antiguo -tan griego, tan clásico, tan shakesperiano- como un origen.

Si la destrucción del planeta y el empoderamiento femenino parecían dominar “Furia en la carretera”, “Furiosa” está más preocupada por reivindicar el necesario levantamiento de las fuerzas antisistema -¿no es Furiosa la Mesías de una nueva civilización, un matriarcado sostenible?- contra la estupidez de los populismos. No debemos olvidar también que “Furiosa” es la historia de una venganza, como lo era “Mad Max”, el origen de la saga. Miller cierra, pues, el círculo de su obra magna con una película diríamos más novelesca, cuya estructura episódica -cinco capítulos- remite a una odisea que recorre otra vez los caminos de la Tierra Baldía tomando como modelo el género de la ‘road movie’ apocalíptica. Hablábamos de círculo, y podríamos hacerlo en plural: después de ser secuestrada por Dementus (un impagable Chris Hemsworth) siendo niña, Furiosa atravesará varios círculos del infierno -la Ciudadela, la Ciudad del Gas, la Granja de la Bala- para convertirse en la guerrera manca que todos conocimos en “Furia en la carretera” con el rostro de Charlize Theron. Ahora es Anya Taylor-Joy, a la que Miller solo concede treinta réplicas en dos horas y media para dejar que su mirada -más concretamente, el blanco de sus ojos, luz cegadora iluminando las sombras de su maquillaje- canalice la razón de ser de su existencia: acabar con el villano y regresar a su hogar, a la Tierra de la Abundancia, una utopía. En ese itinerario dantesco, Dementus (aplaudamos los nombres inventados por Miller, propios de un cómic de Astérix: Erectus, Rictus, Pústulo) aparece como la némesis del silencio autoimpuesto de Furiosa: es el psicópata que habla por no callar, el que ha convertido el imperio de la palabra -y de la infantilización de su locura: ese osito de peluche que le acompaña pegado a su espalda- en una ética de la violencia. Un Trump de la era post-nuclear.

Miller, no obstante, está con el cine mudo. Las escenas de acción no desmerecen comparadas con las de “Furia en la carretera”. El primer capítulo del filme, que documenta el secuestro de Furiosa y el intento de rescate de su madre, es extraordinario. Miller filma una persecución interrumpida por la presentación de los protagonistas logrando que cada gesto defina su carácter para el resto del filme. Es esa atención al detalle, en la que la comunión entre imagen y sonido en continuo movimiento explican la psicología de los personajes, la que cristaliza luego en una secuencia impresionante, quince minutos que Miller tardó 79 días en rodar, con doscientos especialistas en danza, y que se conocía entre bambalinas bajo el título de “Stairway to Nowhere”, como la canción de Led Zeppelin. La escena es, en efecto, una escalera hacia ninguna parte, un mecano de velocidades, explosiones, disparos y asedios que adquiere una dimensión autónoma, como un corto con vida propia. Acaso la estructura por bloques del filme acabe perjudicando a “Furiosa”, porque las dunas narrativas por las que viajan los personajes tienen descensos muy pronunciados, y puede parecer que la cinta ralentiza sus motores con demasiada frecuencia. Es lo que tiene crear una nueva mitología, hay que dedicarle tiempo a colocar los ladrillos, y “Furia en la carretera” nos educó en el arte de la impaciencia. No es problema de la película, sino de lo que esperamos de ella. Parece, según lo que contó Miller en rueda de prensa, que nos aguardan más Mad Max en el horizonte. Qué gran noticia.

A competición, volvía una habitual en Cannes, la británica Andrea Arnold, con “Bird”. Conocemos, por “Red Road” y “Fish Tank”, sus escenarios favoritos, ahora quizás más degradados: las casas ocupadas por familias desestructuradas, el realismo social decorado por graffitis. Sin embargo, siempre hay en Arnold un viraje poético en las formas -el trabajo con el color, la cámara en mano, el grano de la fotografía- que aquí afecta al contenido. Su protagonista, una chica de doce años fascinada por los pájaros (¿un guiño a la fundacional “Kes” de Ken Loach?), se topa con un enigmático personaje, que se hace llamar Bird (Franz Rogowski) y que, en efecto, se mueve por el mundo como un ave de ochenta kilos. El realismo sucio se vuelve mágico, y en ese tránsito, la película subraya, con más torpeza y ñoñería que sensibilidad, su mensaje de fondo: las vidas más maltratadas y sórdidas son las que merecen volar. Sí, como los pájaros. O como Furiosa.