Crítica: Daga Voladora - Los Manantiales
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Crítica: Daga Voladora - Los Manantiales

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Daga Voladora - Los Manantiales (2024)

Tras haberse dado a conocer por su trabajo en proyectos como Clovis, Los Eterno o Gran Aparato Eléctrico, la cantautora Cristina Plaza revalida su nombre en femenino singular con el trabajo más sólido y efectivo que le hemos visto firmar hasta la fecha de la mano de su alter ego, Daga Voladora. De un tiempo a esta parte, Plaza había editado los primeros pasos hacia su propuesta unipersonal ayudándose de su lírica sentida y de un pop mundano con el fin de asentar tanto la valía de su sensibilidad artística como un nombre propio con el que ganarse las atenciones del respetable. Así, y desde una esfera sumergida y del todo independiente, la artista afincada en Madrid nos ofrecía su particular visión del mundo a golpe de sintetizador, caja de ritmos y melancolía rota recogida con las canciones que armaron su debut formal en Chiu-Chium (2016), un excelente recopilatorio que aglutinaba diferentes piezas compuestas por la propia Plaza entre 2013 y 2014 y un par de entregas con el sello de garantía de gente como Lorena Álvarez y Espanto.

Ocho años, que se dice pronto, es lo que Plaza ha tardado en regresar al foco. Eso sí, tendremos la sensación de que la espera ha valido la pena (y que el tiempo no ha pasado en balde) desde el mismo arranque del disco. Y es que Los Manantiales (2024) es la perfecta aseveración del talento que ya intuíamos en sus pretéritos montajes, mucho más comedidos pero que anticipaban a todas luces la honestidad y el arrebato que estaban por llegar. De nuevo bajo la mezcla del omnipresente y genuino Fino Oyonarte y la edición del sello Lovemonk Records, el disco supone un salto en continente y contenido que evidencia tanto su profesionalización en las formas como su tino a la hora de conservar los pormenores y signos que años atrás nos hicieron interesarnos por su sonido. Un equilibrio manierista logrado a partir del empeño y dedicación de varios años que se transmite ahora en cada una de las nueve canciones que conforman este estupendo elepé.

Entre su respectivo debut y el trabajo que aquí nos concierne, Plaza nos hizo entrega de Primer Segundo (2016), un trabajo que ya avisaba de las intenciones de la artista por querer explorar nuevos terrenos y llevarlos al suyo (algo que, por ejemplo, comprobamos ahora en el flamenco sui generis de cortes como Quise ser). Sin embargo, en ese mencionado trabajo veíamos a una artista más moderada y circunspecta a la tiranía de la coherencia, limitando su torrente creativo que ahora, en Los Manantiales, fluye libremente haciendo honores a su título. ¿Dónde ha estado Cristina durante todo este tiempo? Sin duda, metida en su propia cabeza, tal y como nos confiesa en esa pequeña urbe sonora titulada Cristinópolis. Piezas aisladas de un diario íntimo a través de las que se nos concede la oportunidad de adentrarnos poco a poco en su encriptada pero deliciosa forma de ver el mundo. Un halo de misterio y tristeza contenida que envuelve y rebasa tanto la oscuridad (Ceniza Plateada) como la luz más caprichosa (Diamante).

Los años, en su favor, le han permitido confeccionar un cancionero breve pero directo con el que encontrar su propia voz al tiempo que nos revela ser eficazmente ducha en lo que a cruzar estilos y referentes se refiere.  Su espíritu lo-fi es, a su vez, el filamento que hilvana con presteza los cabos sueltos de una obra tan personal como abierta a la interpretación, presentada con un intimismo y un tú a tú que enamora.

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