Patrick Macnee definió una vez a Los Vengadores como: una serie sobre un hombre que lleva bombín y una mujer que arroja hombres por encima de sus hombros. Era una forma de verla, vale, pero Los Vengadores era más que eso. Mucho más. Brian Clemens, su creador, hiló más fino al afirmar que: para el espectador inocente, la serie era una simpática pantomima de acción rápida y buen humor. Pero si tenías una mente sucia había otros placeres que encontrar. Y es que Los Vengadores era el paraíso de las mentes retorcidas. Era frívola, descabellada, sexy y tímidamente subversiva. ¡Ah, sí! y también era pop. Rematadamente pop. Sus villanos eran aristócratas disolutos y nostálgicos del antiguo régimen, o científicos locos de atar, tras los cuales se ocultaba una disimulada parodia de la época de la Guerra Fría y de las novelas de espías tradicionales. Sus heroínas -especialmente miss Peel-, odaliscas de vértigo vestidas de cuero negro o con trajes de rejilla ajustadísimos, o con modelitos vaporosos o simplemente, con un corsé ceñido, botas, guantes hasta los codos y una elegante gargantilla de clavos. Su mundo, un limbo, inverosímil en el que todo valía … excepto el realismo.

No había negros, ni drogas, ni problemas sociales, sólo una corriente de crítica social, tan tenue como inteligente, y otra de erotismo, tan contundente como freudiana. Los Vengadores ofrecía una alternativa irónica a las series y películas de agentes secretos que proliferaron en la década de los sesenta. Frente a los duros y machistas , Flint o Matt Helm, esta serie creada por Brian Clemens proponía la imagen de John Steed, un agente secreto con sombrero bombín y paraguas, atildado, hasta la afectación, que sólo empleaba la violencia en casos extremos o dejaba este recurso a sus compañeras, en especial la carismática Emma Peel, una viuda millonaria ansiosa de emociones fuertes que resolvía las más peligrosas situaciones gracias a su maestría en las artes marciales. El desenlace era más o menos siempre el mismo: Steed invitaba a cenar a su compañera y nunca faltaba el brindis con “champagne” francés. Lo que podía ocurrir después del brindis se dejaba a la imaginación del espectador, aunque quien llevaba la iniciativa en todos los terrenos, incluidas las propuestas sexuales, era la deslumbrante señora Peel.

Esta inversión de los roles, todavía infrecuente en los años sesenta, causó una auténtica conmoción y estuvo a punto de impedir su estreno en los Estados Unidos. Brian Clemens, sin embargo, fue irreductible en este terreno y únicamente aceptó el rodaje en color que ya era imprescindible para vender la serie a las cadenas norteamericanas: los personajes, en cambio, siguieron fieles a sí mismos e incluso se acentuó la ambigüedad de Steed, aunque la liberada y feminista Emma Peel resistía aparentemente a los múltiples ofrecimientos de sus galanes para permanecer fiel a su compañero de fatigas. Como casi todas las obras maestras, Los Vengadores nació de forma accidental: en 1960 Clemens produjo el episodio-piloto de una serie titulada Cirujano de la policía en torno a un médico cuya prometida había sido asesinada a causa de una venganza; en el curso del episodio aparecía un singular agente secreto llamado Steed. Una huelga de actores impidió que en su momento pudieran rodarse nuevos episodios y cuando Clemens trató de rehacer el proyecto, su protagonista, el actor Ian Hendry, ya tenía otros compromisos, de manera que potenció el personaje de Steed y le buscó una compañera, Catherine Gale, una viuda antropóloga experta en judo. Honor Blackman fue así la primera “vengadora” y popularizó un ajustadísimo traje de cuero negro con botas altas. Cuando la serie ya había alcanzado en Gran Bretaña una notable popularidad, Honor Blackman “traicionó” a Steed y se pasó al enemigo convirtiéndose en una “chica Bond” en James Bond contra Goldfinger, estrenada en 1964. En su lugar apareció en Los Vengadores Diana Rigg, que asumió el papel de Emma Peel, otra viuda, millonaria en ese caso y experta en artes marciales.

La pareja formada por Patrick Macnee y Diana Rigg alcanzó la perfección y sólo la formada por y en los comienzos de Luz de luna ha llegado a acercarse a su explosiva química. La serie alcanzó entonces su mayor dimensión y se emitió simultáneamente en más de cuarenta países. De nuevo Steed se quedaría sin pareja cuando Diana Rigg aceptó las ofertas millonarias de la televisión americana y trató asimismo de abrirse paso en el teatro clásico. Los escenarios londinenses le brindarían mejores oportunidades, ya que su única serie americana titulada precisamente Diana pasó sin pena ni gloria. La tercera “vengadora” fue Linda Thorson en el papel de “Tara King”, una soltera algo más joven que las anteriores y que dio el primer beso televisivo a John Steed, aunque sobre su relación no hubo más detalles. También se incorporó el misterioso jefe de los vengadores, un tipo obeso y glotón llamado simplemente Madre, interpretado por Patrick Newell, a quien acompañaba una exótica secretaria. A lo largo de 161 episodios agrupados bajo el título Los Nuevos Vengadores, esa producción británica, que algunos espectadores no dudamos en considerar la mejor serie de televisión de todos los tiempos, propuso un lúdico inventario de inversiones del mundo cotidiano que permitieron al público de la era pop visitar una insólita tierra de las maravillas sin cruzar otro espejo mágico que el de las 625 líneas de su televisor.

Sus fabulosas intuiciones crecieron día a día gracias al genio colectivo de un equipo de talentos dispuestos a absorber las pautas de ese género incipiente para, sirviéndose de ellas, proponer una elegante celebración de lo fantástico, proclamar, semana tras semana, la belleza insobornable del mundo de los juegos y establecer la onírica radiografía de una Inglaterra tan bella y oscura como la de . Capital de ese reino de las maravillas, el de Los Vengadores fue una metrópolis abstracta, donde las puertas de las casas respetables daban paso a inverosímiles sociedades secretas, las calles solitarias conformaban laberintos sin salida, el mundo artesanal de los oficios era asumido por un enloquecido plantel de iconoclastas fantasiosos y las sombras alargadas de , , , y Thomas de Quincey se veían felizmente reencarnadas en el color de un mundo victoriano vuelto al revés. Grant Morrison, el extraordinario guionista de comic-books, y uno de los responsables de la mejor adaptación gráfica jamás realizada sobre esta serie, escribió una vez que “Los Vengadores suponía para la cultura occidental la confirmación y popularización de lo que podría ser bautizado como surrealismo inglés, un surrealismo directamente deudor de , que no pasa por la cultura oficial de las salas de arte, sino que “¡encontró su lugar en los comedores y salas de estar de millones de telespectadores!”. Ese surrealismo de la imaginación popular, que convirtió el paisaje televisivo de los años 60 en un sofisticado laboratorio para la metamorfosis de todos los valores conocidos, fue el oxígeno sustentador de los 8.415 minutos, -aproximadamente 140 horas de ficción- que constituye el opus completo de Los Vengadores. Hoy, esa serie inaferrable en su complejidad sin límites no sólo reina sobre la memoria de los nostálgicos irreprimibles, sino sobre todos aquellos amantes de la cultura popular que, a partir de justificadas reposiciones televisivas, han tenido oportunidad de traspasar, en algún privilegiado momento de sus vidas, el umbral de un universo mágico que extendió premonitoriamente su mensaje vanguardista hasta la más viva e inmediata de las postmodernidades.