Mariana Enriquez: “Le tengo más miedo al mosquito del dengue que a los fantasmas”

Mariana Enriquez: “Le tengo más miedo al mosquito del dengue que a los fantasmas”

Es la mayor referente argentina en la literatura de terror. Acaba de publicar Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama), libro que ya acumula siete ediciones en el mundo. En esta entrevista recuerda cómo avanzó en su carrera literaria a pesar de los primeros tropiezos, habla de sus rutinas de escritura y cuenta cómo se relaciona con el prestigio, los lectores jóvenes y el dinero que genera con sus libros. “Mi formación no viene de la literatura sino del punk”, reconoce.

Mariana Enriquez: “Le tengo más miedo al mosquito del dengue que a los fantasmas”
12 Mayo 2024

Por Alejandro Duchini

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

Hace tiempo que tenés reconocimiento como escritora. A eso se le suma que se acaba de publicar otro libro tuyo y que el año pasado empezaste a leer en público.

-Lo de la lectura en el teatro salió justo al terminar de escribir este libro, en marzo de 2023. Había como una movida y se pensó en montar un espectáculo de lectura con música en vivo. Fue una prueba piloto. Nos tiramos a la pileta y se vendió todo para la primera función. Es increíble que algo tan arcaico, algo que hacían Oscar Wilde o Lugones en otra época, siga convocando.

-¿Encontrás alguna razón a la convocatoria de lecturas?

-Creo que hay algo nostálgico. Conozco mucha gente que graba en cassettes aunque no los pueda escuchar. Hay una nostalgia de lo analógico, pero de parte de gente que nunca lo vivió y de otra a la que lo analógico le queda muy lejos. A pesar de las tecnologías, los teatros, los festivales y los shows siguen convocando gente. Hoy lo curioso es que te lean.

-¿Cómo te llevás con lo tecnológico?

-En los primeros años de internet me fasciné totalmente, me encanta. Me frustra no entender ciertas cosas. Pero la inteligencia artificial me parece un problema, no la inteligencia en sí sino su uso. La pongo a la altura del calentamiento global, que me parece una catástrofe. Hay un robot que traduce obras del inglés al castellano, entonces le saca trabajo a un traductor. No entiendo por qué se crea una tecnología que nos quitará el trabajo en vez de usar esa herramienta para mejorar los cines Imax, por ejemplo, para que todos podamos ver películas en mejor calidad.  

-¿De qué manera juega la vanidad cuando sos referente de un género, como el del terror?

-No soy vanidosa; posiblemente egocéntricos seamos todos, pero me da un poco de vergüenza ser vanidosa. Sobre todo en el mundo de los escritores, que es tan chiquito. No sé si lo literario es más elevado que otra cosa. Mi formación no viene de la literatura sino del punk, del cine. Me formé leyendo lo que leía Patti Smith o viendo a Patti Smith en una foto con William Burroughs y entonces leía El almuerzo desnudo. O leía a Eurípides y Stephen King, y era lo mismo. Y sigue siendo lo mismo. Leía terror pero no tenía ejemplos contemporáneos. Julio Cortázar tiene cuentos de terror. Sobre héroes y tumbas es de terror: no sé cómo calificarlo, si no. El astillero era como dark, un disco de The cure: Onetti me da post punk, gótico. Pero eso no era lo contemporáneo. Entonces tomé lo que hace King: tomar la realidad, los problemas de Estados Unidos pero en versión de acá, y los llevé al terror. Lo intenté y mi primer libro, Cómo desaparecer completamente, pasó desapercibido. Entonces vivía del periodismo, así que no tenía presión cuando empecé. Pero ese libro fue destruido, recuerdo, en La Nación. En ese momento pensé que no lo hacía bien, pero mis editores le tenían confianza. Hasta Las cosas que perdimos en el fuego, no pasó mucho. Salió por Anagrama, gané un premio, empezó a circular y la gente se copó. Quizá, sí, fui de las primeras que empezó a escribir de terror en castellano, pero no empecé bien.

-¿Complica las cosas que se considere al terror o la fantasía, como a los policiales, géneros menores?

-No creo que sean géneros menores. Últimos atardeceres en la tierra (Ray Bradbury) es un librazo, nostalgia pura, desolador. Como un paraíso perdido. Hay géneros que tienen mala prensa pero eso a mí no me pasó nunca.

-¿Tener prestigio como escritora redunda en lo económico?

-Sigo trabajando en Página/12 como subeditora de (el suplemento literario) Radar. Necesito tener un pie laboral. Soy consciente de cómo está la profesión que elegí, la que me gusta. Si los libros venden me pagan regalías y yo cobro, y si no, no cobro. Tener un sueldo, estar en el mundo del trabajo real, me ayuda. La venta de libros no te garantiza dinero. Lo que tiene de lindo la literatura, para mí, es que está por fuera de eso. Después está la contra, que es el marketing y ese mundo. Por otro lado, no considero trabajo al hecho de escribir. Vivo del periodismo en lo económico y vivo de los libros pero en otro sentido.

-¿Rutinas?

-En general, trabajo de mañana porque no soy muy disciplinada, soy dispersa: si no me pongo horarios termino respondiendo mails, mirando Instagram o un poco de tele. Así que escribo casi exclusivamente de mañana y corrijo de tarde. Ahora que viajo no escribo, pero llevo a todos lados un cuadernito y tomo nota. No viajo más con libros, viajo con mi Kindle. Es una locura viajar con libros. No tengo hijos y nunca quise tener. No es mi rollo. Al contrario… Con mi pareja (Paul Harper, australiano) nos tiramos a mirar tenis en el sillón y decimos ‘qué buena idea no tener que hacerle la comida a Carlitos’. Hay amigos que me dicen ‘te perdés un montón de cosas’... Uno se pierde tantas cosas en la vida…

-¿Te da miedo escribir sobre miedo?

-No, para nada. Le tengo más miedo al mosquito del dengue que a los fantasmas. Le tengo miedo a cosas reales. La violencia me da miedo, enfermarme me da miedo, no soy hipocondríaca pero cuando me enfermo no la paso bien. Pero a lo sobrenatural no le tengo miedo. Y es posible que tampoco crea en esas cosas. Puedo escribir porque tengo esa distancia necesaria para escribir y divertirme. Disfruto al escribir, la sigo pasando muy bien. Nunca me pasó eso de sufrir para escribir.

-¿Cómo manejás el tema de “no creértela” por ser bien considerada en el ambiente literario?

-Mis amigos, mi pareja, son gente a la que les impresiona bastante poco lo que hago. Y yo prefiero estar con ellos, porque me siento más cómoda con ellos. Me elogian en las giras, todo eso, pero cuando voy a casa no hay queso y hay que ir a comprarlo. Es posible que si no tuviese ese contraste, estaría en otro lugar. Estoy cómoda en los dos lugares, pero prefiero el lugar en el que está la gente que me conoce de siempre, o la gente con la que hablamos del perro, de Jorge o Morena Rial, de política… con mi mamá no hablo de libros. Vive en Lanús, se le inundó la casa, se le cortó la luz y termino viendo cómo la ayudo y la voy a visitar y su rollo es que en una tele le anda Netflix y en la otra no y estamos todo el día con eso.

-¿Te significa algo tener lectores jóvenes?

-Me encanta que haya jóvenes que leen mis textos. Pero tengo en claro que hay distintas formas de leer. Hay pibes que tienen una capacidad de recordar y sostener narrativas que yo no tengo. Si te leés la saga de Los juegos del hambre -siete libros-  ¡es mucho! Está el cómic, el manga, los videojuegos, que son otras formas de leer. En general, me satisface que lean. Está bueno que lean. Y me gusta que exista esa conexión porque significa que hay algo en lo que aún puedo conectar con el día a día.

© LA GACETA

Perfil

Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) es periodista, subeditora del suplemento Radar de Página/12  y docente. Anagrama ha publicado sus novelas Bajar es lo peor y Nuestra parte de noche (Premio Herralde); las colecciones de cuentos Los peligros de fumar en la cama, Las cosas que perdimos en el fuego (publicada en veinte países y galardonada con el Premi Ciutat de Barcelona) y Un lugar soleado para gente sombría; el perfil La hermana menor; las crónicas de Alguien camina sobre tu tumba y sus crónicas periodísticas reunidas en El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones.

Mis muertos tristes*

Por Mariana Enriquez

Mi madre fue una mujer feliz hasta que se enfermó de cáncer y vino a mi casa a morir. La agonía fue larga, dolorosa e indigna. No siempre es así. El enfermo sabio que desde su cama, ya sin pelo y con la piel amarillenta, imparte lecciones de vida es una romantización ridícula, pero es cierto que hay personas que sufren menos. Se trata de fisiología y también de temperamento. Mi madre tenía reacciones alérgicas a la morfina. No podía usarla. Tuvimos que recurrir a analgésicos inútiles. Murió gritando. Una enfermera y yo la cuidamos todo lo que pudimos. No pudimos mucho. Soy médica, pero hace rato que no trabajo con pacientes y prefiero ser administrativa en una empresa de medicina privada. A los sesenta ya no tengo ánimo, paciencia ni pasión. También es cierto que durante mucho tiempo negué (la negación es una droga poderosa) lo que tuve que asumir con mi madre. Hay fantasmas que se me presentan. Que me buscan. No los veo yo sola: en el hospital, las enfermeras salían corriendo. Yo las tranquilizaba, les decía «chicas, están sugestionadas».

*Fragmento (cuento incluido en Un lugar soleado para gente sombría).

Temas Tucumán
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios