‘Adú’, de Salvador Calvo | Crítica de Cine - Grupo Milenio
Cultura

‘Adú’: el mundo es una jungla

Cine

Salvador Calvo se enfrenta al reto de contar tres historias de migrantes africanos dirigidas a un público europeo que cada vez los tolera menos.

Adú (disponible en Netflix) contrasta imágenes que producen una experiencia fílmica, si no excelente, cuando menos muy buena. Son tres historias. La primera inicia con un grupo de migrantes que trata de cruzar la frontera en Melilla. Uno de ellos se enreda en el alambre de púas, se le abre el vientre, sus compañeros tratan de ayudarlo, pero el hombre cae muerto. ¿Qué harán los policías involucrados?

La segunda imagen es una jungla. Su belleza contrasta efectivamente con “el jardín europeo”. Adú, protagonista de esta historia, tiene seis años y es testigo, sin querer, del asesinato de un elefante. Los traficantes de marfil, para desgracia de Adú, se han dado cuenta de que fueron observados. ¿Qué sucederá con un niño cuya vida corre peligro por asistir a un acto criminal?

La tercera historia es pesadísima. Un español relacionado vagamente con los traficantes de marfil pasa problemas tratando de conectar con su hija. Y es por esto por lo que, a pesar de sus excelentes escenas, Adú no es excelente. Con todo y que arrasó en los Goya. Hay un desbalance muy grande en las tres historias, sobre todo por la actuación del niño. La del español y su hija está puesta ahí como para apelar a un grupo de espectadores que de todos modos no se va a identificar con la causa de los migrantes. En cuanto a los soldados metidos en apuros a causa de la marea humana en que murió un hombre, ha sido puesta por Salvador Calvo, el director, para no dar la impresión de que está queriendo hacer política en favor de los migrantes. Los guardias fronterizos también tienen sus problemas y su humanidad. Esta parece ser la moraleja que tampoco va a convencer ni a quienes quieren cerrar las fronteras de Europa ni a quien piensa que migrar es un derecho para personas como Adú, cuya vida corre peligro en su pueblo natal.

La realidad es que Calvo no consigue entretejer sus historias para balancear la tragedia de la migración y contrastarla con la vida cotidiana de los agentes fronterizos y la desgracia de tener una hija adolescente. Pero es muy buena la historia de Adú, el pequeño migrante que deja su vida atrás. Y no porque Europa sea un jardín y lo suyo una jungla. En cierto sentido, Adú muestra que tiene razón Joseph Borrell, alto representante de la Unión Europea, cuando advierte que Europa es un jardín y el resto del mundo es una jungla. Pero la jungla no es lo que imagina Borrell. Hay en ella pueblos en los que niños como Adú pueden andar en bicicleta y hablar con los elefantes. Son los europeos quienes hicieron de esta jungla un infierno.

En el trayecto a Melilla, Adú se hace amigo de otro personaje adorable. Un muchacho que se prostituye con europeos, de modo que la jungla africana lo es en el sentido que le da Borrell a causa de ese mismo jardín que, todos saben, ha sido regado con sangre de un imperialismo rapaz. Si Calvo se hubiese dado permiso de que la historia de Adú ocupase toda la película, en vez de tratar de producir una historia coral —como Traffic de Steven Soderbergh—, hubiésemos disfrutado más de la actuación de este niño y sus amigos.

La realidad de Adú, hay que decir, cada vez tiene menos popularidad en Europa. Están hartos de los migrantes africanos. El reto de Calvo era grande: volverse un Dickens capaz de hacer que gente como Borrel descendiera del parnaso de su propia condescendencia para ver que más allá de su jardín están Adú y a su hermana, su madre y un amigo que se prostituye para comer. Seres humanos que viven en la jungla que produjo el imperio español.

Adú

Salvador Calvo | España | 2020

AQ

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