"Cuando terminé en Oxford me mandaron a Tanzania" - La Nueva España

Entrevista | Ian Watson Novelista de origen británico y relaciones públicas del Festival Celsius 232 de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror

"Cuando terminé en Oxford me mandaron a Tanzania"

"Mi madre tenía la casita de sus sueños en North Shields y no quiso moverse, pero era el sitio en el que estaba atrapado mi padre"

Ian Watson, con su bastón de Cthulhu, en la calle de San Francisco, en Avilés.

Ian Watson, con su bastón de Cthulhu, en la calle de San Francisco, en Avilés. / Ricardo Solís

Saúl Fernández

Saúl Fernández

El novelista Ian Watson (St. Albans, Reino Unido, 1943) ya no es sólo inglés: también es asturiano. El Brexit le dejó a este lado del canal de La Mancha. Y tan feliz. Es novelista de largo recorrido –lleva cincuenta años en el negocio–, ha trabajado mano a mano con Stanley Kubrick en la primera versión de "Inteligencia Artificial", que finalmente, hizo Steven Spielberg y cuya historia firma. Los veranos los pasa en Avilés como relaciones públicas del Festival Celsius 232 de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror que codirige la traductora Cristina Macía. Los dos se casaron en 2013 y los dos viven en Asturias desde entonces.

Familia

"St. Albans es una ciudad pequeña, al norte de Londres, romana en origen. Boudica la arrasó y también Londres, de paso. La razón de que naciera allí es que mi padre –que se llamaba John William Watson– estaba haciendo trabajo de guerra, estaba colaborando con el esfuerzo de guerra atendiendo las retransmisiones de los enemigos. Se limitaba a coger el morse: no sabía alemán. Mi madre se llamaba Helen Cowe Rowley. Ahora, cuando me dieron el pasaporte español me preguntaron mi segundo apellido. Les dije: ‘No tengo’, pero me replicaron que ahora sí. Y me puse Rowley, aunque es un apellido que suena ridículo: me recuerda a una canción de mi infancia".

Posguerra

"Entiendo que en España la Posguerra fue peor de la que vivimos en Reino Unido. Al acabar la guerra, eso sí, me llevaron a la ciudad de donde eran mis padres, que es North Shields, a orillas del Tyne, un lugar deprimente y aburrido con gente muy poco estimulante. Una vez estaba dando un paseo por la playa y un tipo me dijo: ‘¡Qué día más traicionero!’ ¡Qué va! Era un día de lo más normal. La gente joven se escapaba en cuanto podía al sur de Inglaterra, a Londres. North Shields está cerca de Newcastle, a pocos kilómetros al sur de la frontera con Escocia, en el mar del Norte".

Primeras lecturas

"Empecé a leer muy jovencito: era hijo único. Mis padres vivían muy aislados, además. Mi padre trabajaba para la oficina de correos: empezaba repartiendo telegramas a los barcos que había atracados en el puerto. Acabó como jefe de Correos, pero nunca estuvo muy contento, la verdad. No era de salir, no era tener camarilla, no era de ver partidos de fútbol y tomarse una cerveza. Mi madre tenía la casita de sus sueños, que adquirió en 1934 y se negó siempre, toda la vida, a moverse de ahí. Ese era su paraíso, pero era el sitio en el que mi padre estaba atrapado. En casa nunca se hablaba del trabajo de mi padre, así que, generalmente, estaba solo, en mi habitación, leyendo y leyendo. Me recuerdo con ‘Mi familia y otros animales’, de Gerald Durrell. Me inspiró el deseo de viajar. Estaba loco de ganas de tener un animal, pero mi madre tenía miedo de que me transmitiera alguna enfermedad: yo era su pequeño tesoro. Esto quiere decir también que me daban lo que les pidiera: sólo tenía que señalarlo. O sea, el libro de Gerald Durrell era la vida que me hubiera gustado tener. El otro libro que me llamó la atención de aquella fue ‘Viaje a Arcturus’, del escocés David Lindsay. Se trata de un libro de ciencia ficción que se publicó en los años veinte que muy poca gente había leído cuando cayó en mis manos. Lo conocí porque hablaron de él por la BBC, por la radio, porque televisión no teníamos –mi madre otra vez, que hasta que yo no acabara los estudios no habría televisión en casa–. Con este manto de niebla que cubría mi vida, lo que hacía era mirar al más allá y fantasear sobre otros mundos".

1. Ian Watson, con un año. 2. El futuro escritor el día de su graduación, en Oxford y 3. Watson, en el medio, en una manifestación antinuclear en Londres. Justo, detrás, el escritor John Brunner.   |  RICARDO SOLÍS.

Ian Watson, con un año / .

Ser escritor

"Lo de ser escritor es un deseo que quería ver cumplido desde mi juventud, por supuesto. Cuando tenía diez años empecé a escribir, pero lo que hacía en realidad era escribir un párrafo una y otra vez porque no tenía nada sobre lo que escribir: me faltaba vida. Este deseo lo cumplí porque me lo monté solo: en la escuela no me ayudaron demasiado. Con la paga semanal me compraba los libros que quería leer. Por ejemplo, la ‘Historia’, de Heródoto. Me divertí mucho con ese libro. ‘Dafnis y Cloe’ porque quería leer todo lo que tuviera que ver con el sexo, así que ‘Las metamorfosis’ de Ovidio también cayeron: un libro maravilloso y lleno de sexo. Leer sobre todo eso es lo que podías hacer en los cincuenta en Inglaterra. Eran tiempos de gran represión".

Inglaterra, años 50

"En aquel entonces, Gran Bretaña era un país en bancarrota porque los americanos nos habían prestado tanto dinero y material que participamos de la decisión de reconstruir Alemania tan rápido como fuera posible y convertirla en un país democrático y civilizado, así que Alemania recuperó la prosperidad mucho antes que Gran Bretaña. En este ambiente es donde están los policías de paisano en locales de alterne para detenerlos: eso le pasó a Alan Touring, por ejemplo. Fue repulsivo lo que le hicieron. Estábamos en un país en el que era bastante complicado encontrar información sobre sexo conmujeres, como para procurarlo con hombres".

El escritor Ian Watson, en una sidrería de Avilés, con su bastón de Cthulhu. |

El futuro escritor el día de su graduación, en Oxford / .

Secundaria

"Lo mejor de mi colegio es que había un gran abanico de edades: yo tenía cuatro años menos que el mayor de mi clase. Y los mayores tenían amigos que eran aún mayores. Y sus padres tenían coches y alguno de ellos podía conducir para ir a los pubs. Así que aprendí en seguida a beber cerveza: a los catorce o los quince. Los cursos los pasé muy rápido: terminé Secundaria a los quince años. Decidí que iba a estudiar Literatura Inglesa porque como ya hablaba inglés tenía que ser más fácil... Pero no lo fue"

Oxford

"Mi profesor de Historia me decía que tenía que ir a la Universidad local, a Newcastle, como había hecho él, pero descubrí cómo había que hacer para solicitar la beca para Oxford, que era una cosa bastante complicada. Había que presentar una solicitud en cada unos de los ‘colleges’ que me podían interesar. Vi el de Baillol y me lo pedí, pero sólo porque me gustaba el nombre. Y luego descubrí que el fundador de ese ‘college’ era, como yo, del norte y le gustaba aceptar a un bárbaro del norte. Así que pronto, adquirí cierta flexibilidad social. La vida en en Oxford, comparada con North Shields, era en paraíso. El Jardín Botánico, los paseos, los bonitos jardines... El actual rey de Inglaterra estaba también en mi ‘college’ en aquel tiempo. En cuanto salía de su habitación, los aristócratas corrían junto con él para que les acompañase en sus cenas y en sus cosas. Estuve allí porque había ido al ‘college’ a que me hicieran una entrevista y me dijeron: ‘¿Quieres presentarte para nuestra beca?’ Eso suponía otro nuevo viaje a Oxford en tren de trescientos kilómetros allá por finales de los cincuenta.

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Watson, en el medio, en una manifestación antinuclear en Londres. Justo, detrás, el escritor John Brunner. / .

En un tren a vapor

Había que quedarse una noche en el ‘college’ para hacer un examen y luego volver. Además, la fecha que me daban para la entrevista de la beca tenía que estar en Cambridge. Y me dijeron: ‘Te sugerimos de manera remarcada y muy entusiasta que estés aquí, en el Baillol cuando te estamos citando’. Y pensé: ‘Igual me están insinuando algo’. Así que me dieron una beca que era de cien libras al año que ahora parece muy poco. Pero además, el Gobierno te daba otra para residencia y manutención. En aquellos tiempos, sí, era más que suficiente: había empezado en 1960. También ‘The Beatles’ estaban empezando. Tres años más tarde conseguí las notas más altas, así que, por mucho que les hubiera gustado no pudieron impedir que solicitase una beca más para la investigación. E hice una tesis sobre literatura francesa del siglo XIX. Concretamente, me centré en la vida de un profesor de Oxford de los años de la segunda mitad del siglo XIX que se llamaba Walter Pater, que fue una gran influencia de Oscar Wilde. Cuando terminé aún era un poco bárbaro del norte, así que me mandraron a las colonias y fui a Tanzania.

Dar es-Salam

"Por enchufe tuve una comida con un profesor de la Universidad de Dar es-Salam, que es la principal ciudad de Tanzania. Me acuerdo muy bien: fue la primera vez que comí un aguacate. Aquella comida la hicimos en Oxford. Ya en África no tenía suficiente dinero para pasármelo bien. Además, había un problema que distanciaba África Occidental y África Oriental. Esta última era un desierto cultural, mientras que la otra, la Occidental, estaba vibrando desde el punto de vista cultural. Tanzania está en el este. El campus estaba a quince kilómetros de la ciudad de Dar es-Salam. La verdad es que no tenía que enseñar mucho porque la Universidad tenía demasiado dinero y contrataron a demasiados profesores, así que enseñar enseñar, enseñé poco. Así me pasé casi dos años, hasta que llegó el aburrimiento insoportable. La asignatura que enseñaba me parecía totalmente inadecuada: Literatura Occidental típica: James Joyce, Máximo Gorki... nada relacionado con la experiencia africana, pero, bueno, aproveché para viajar, por ejemplo, por el Kilimanjaro. No tenía dinero suficiente para haber viajado tanto como me hubiera gustado. Buceé en los arrecifes de coral, trabé amistad con lo sijs, que eran los mecánicos que me arreglaban el coche".

Fantasía

"Después de dos años de ese aburrimiento insoportable, renuncié y me fui a Inglaterra, pero hice escala en El Cairo cuando estalló la guerra Árabe-Israelí. Luego fui a Atenas, cuando el golpe de Estado de los coroneles. Volví a Oxford, escribí cosas. Todo lo que he escrito termina convirtiéndose al final en fantasía. Si intento escribir algo que sea realista, deja de serlo en la frase número tres. Ya hay bastante gente escribiendo cosas normales".

Japón

"Había agencias especializadas en encontrarte trabajos, sobre todo en universidades extranjeras, y había otras especializada en hacer lo mismo, pero en los países de la Commonwealth [asociación de países vinculados históricamente con el Reino Unido]. Como había estado en África, pensé en volver como profesor, pero esta vez a Camerún. Y me presenté en la entrevista, que era en Londres. Al rato de estar allí, el tío me dijo: ‘Mira, para este trabajo lo que buscamos es a alguien que ya tenga daños cerebrales, pero tenemos otro puesto en el centro de Tokio, que se va a anunciar dentro de dos semanas, así que tú verás’. Y me fui a Tokio. Ir a Tokio fue como viajar al futuro".

Tokio

"Yo estaba en una universidad nacional y pública. En aquella época, los estudiantes que eran nacionalistas de izquierda se declararon en huelga en contra de la renovación del tratado de seguridad japoamericano. Estuvieron de huelga dos años y medio. Durante el primero, el resto de los profesores y yo atravesábamos las líneas de los estudiantes solamente para recoger el salario. En un sobre de color manila. En el segundo año, la Policía tomó la universidad: gas lacrimógeneo lanzado desde helicópteros. Durante los otro dieciocho meses, el resto de los profesores y yo cruzábamos las líneas de los policías –con sus cascos y sus porras– para ir a recoger nuestro dinero. No di clases, pero en este tiempo me subieron el sueldo cinco veces: nosotros, los profesores, estábamos sometidos al mismo incremento salarial que el resto de los funcionarios. He tenido mucha suerte no trabajando".

Primer libro

"Lo primero que publiqué fue un folletito para que los estudiantes de Japón aprendieran inglés: iba sobre mi gato. Probablemente, sea uno de mis ‘best-sellers’: se vendió durante mucho tiempo. En 1970 decidí que iba a haber un terremoto que acabaría con Tokio: el gato era víctima de ese terremoto. Mi primer libro real llevó en España dos títulos. Primero ‘Empotrados’ y, ahora, ‘Incrustados’. En sus tiempos, lo publicó Martínez Roca y, ahora, Gigamesh. Esto fue en 1973: hace cincuenta y un años".

Final de la enseñanza

"Después de Tokio, me quedé sin empleo. Sin dinero, solicité un empleo que se anunciaba en el periódico. Era en la Universidad de Birmingham: en su Escuela de Bellas Artes. Querían un profesor de Estudios Generales. Resultó que sólo éramos dos los que lo pedíamos. Resultó dinero gratis para alguien como yo que quería dedicarse a escribir. Me habían organizado la semana lectiva en dos o tres días: el resto lo tenía libre. Era perfecto. Además, a la veinte metros de esta Escuela había una librería especializada en ciencia ficción. Ahí compré muchos libros. A través de esa librería descubrí las convenciones de la ciencia ficción. Y empecé a existir".

Ciencia ficción

"Ha cambiado mucho. Antes era la emoción: aventuras exóticas, planetas lejanos. Ya no creo en esto porque la ciencia no respalda que todo esto pueda ocurrir. Lo que yo hago es ‘space opera’. Un día me contactó el dueño de Warhammer porque quería crear un universo literario que envolviera sus juegos. Y aproveché la oportunidad. ¿Quién inventó los juegos de guerra? H.G. Wells. Tiene un librito antes de la guerra que se llama 'Little War' que sienta las bases de todo esto. Entonces era profesor de alto nivel en Birmingham y podía sobrevivir como escritor a tiempo completo. Ese fue el camino para que terminara dejando la enseñanza".

España

"No me acuerdo cuándo conocí este país. El 87, quizá el 88. Fue por el lanzamiento de ‘El jardín de las delicias’, que publicó Martínez Roca. Entonces conocí también a Cristina Macía, pero nos casamos muchos años después: en 2013. Desde hace dos años que ya soy español. La mañana en que se anunció que ganó el brexit, decidí ser español. Me encanta estar en Asturias: Gijón me recuerda a la ciudad en la que crecí, pero es más interesante. Allí, donde crecí, teníamos la ‘Ciudad española’ (Spanish City), pero también tenemos la ‘Batería de los españoles’. Los cañones. En el pasado, por allí hubo muchos mercenarios de aquí. Me encanta Gijón, me encanta esta arquitectura de final del siglo XIX; cuando paseo, siempre miro hacia arriba. Me encanta el Celsius: me encargo de entretener a algunos invitados, les digo dónde pueden ir a comer, dónde hay un cajero automático. Esas cosas".

Stanley Kubrick

"Había acabado con todos los escritores de ciencia ficción. Mandó a sus minions a las librerías en busca de escritores que tuvieran muchas ideas. Y salió mi nombre. Decían que era ‘el hombre de las ideas en la ciencia ficción’. Kubrick vivía en una gran hacienda cerca de Londres, de St. Albans, donde yo había nacido. El pueblo en el que vivía por entonces tampoco estaba tan lejos. Aparecía el Mercedes, me cogía en casa y me llevaban a la suya. Escribimos juntos el guion de ‘Inteligencia Artificial’. Eso era una notita que aparecía en un cuento de Brian Aldiss. A Stanley le gustaba la idea y compró los derechos e hizo lo que le dio la gana. Lo que quería Kubrick era juntar esta ideíta con la historia de Pinocho. A Aldiss la idea no le hacía la menor gracia. A Kubrick no le importaba esperar lo que fuera necesario para que el proyecto saliera como él quería. Primero charlábamos, luego Kubrick me daba material y me pedía que escribiera y lo hice: trabajamos juntos como nueve meses, nos veíamos tres veces por semana en el guion, que al final hizo Spielberg. Comíamos, luego íbamos a la sala de billar y hablábamos. Me pagó 20.000 dólares".

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