BRISAS Y AIRES TARDÍOS DE MAYO. TIEMPO DE ROSADOS Y CLARETES – El Trotamantel.es

BRISAS Y AIRES TARDÍOS DE MAYO. TIEMPO DE ROSADOS Y CLARETES

por Celso Vázquez

Calienta ya el sol y la postrera primavera cálida ya nos abraza con buen tiempo y sol. Tiempos cálidos que despiertan la naturaleza botánica y fisiológica brotando y abriéndose flores de todo tipo, convirtiendo nuestros paisajes  en flotodos edenes multiculores.  Tiempo, por ello, de rosas.

Y a nosotros empiezan a apetecernos bebidas frescas y saciantes. Y a los que amamos los vinos se nos vienen a la cabeza los claretes y rosados. Hasta hace unos treinta años eran más populares los claretes que los rosados navarros y catalanes. Nuestros abuelos bebían claretes; nosotros, nacidos en el tercer cuarto del siglo XX, bebimos y bebemos de los dos, pero los nuevos catadores, menores de 50 años, ya sólo beben rosados. Debido a normas y legislación es comunitarias europeas ( en 1986 entramos en la Unión Europea, siendo desde entonces todo acogido bajo la tipología “rosado”) y a la evolución de los mercados y preferencias de los consumidores.

En nuestro país las regiones donde tradicionalmente se han elaborado rosados o claretes están en las cuencas del Ebro y Duero y otras más pequeñas adyacentes en Cataluña y el Levante español.

Los claretes, denominados así por el término ‘ claret’ con el que los británicos y neerlandeses denominaban a los vinos de Burdeos, por tener de forma natural poco cuerpo (color, capa), más célebres fueron (alguno sigue siéndolo, Cordovin) los de Rioja en pueblos como Najerilla, San Asensio, Cordovín o Badarán y en Cigales, considerado como cuna del claretes, y en la vecina y más grande Ribera del Duero, donde tenía fama el claretes de Aranda o Peñafiel, donde en ambas regiones sólo se elaboran  rosados aunque como recuerdo a sus raíces algunas bodegas etiquetan ‘claretes’ pero como marcas comerciales

ya que así se lo permite la legislación, como ya lo hacen como Protos, la Cooperativa de Cigales, César Príncipe, Alfredo Santamaría o Valdelosfrailes. Lo cual puede llevar a confusion al consumidor.

De pálidos tonos rosáceos al estilo provenzal, con los clásicos tonos de fresa, o mucho más pálidos, en ocasiones asalmonados y en otros casos rozando tonos cercanos a la piel de cebolla, los rosados, así denominados por su color rosáceo, de elaboración más moderna, se produce a partir de uvas tintas, con un breve período de maceración, de tradición popular en España son los de Navarra, los catalanes del Ampurdan, Conca de Barberá, Penedès, Terra Alta o Alella, los levantinos de Utiel Requena, Valencia o murcianas como Yecla y Bullas y en menor medida Jumilla.

Así pues, los rosados son los absolutos vencedores y ya todo es, casi, vino rosado.  Para saber y conocer más de ellos adjuntamos dos amenos e interesantes artículos de dos  especialistas de mucho saber y excelente pluma, Antonio Hernández Rodicio, y el añorado maestro, nuestro querido, Cristino Álvarez, ‘Caius Apicius’. Y por último una breve nota de explicación de las diferencias entre claretes y rosado

Disfruten con su lectura.

El Trotamanteles

«LA VIE EN ROSE, EN SU COPA»

El rosado va dejando de ser el patito feo de los vinos pese a las leyendas e inexactitudes que circulan sobre el vino más veraniego y glamouroso

El buen tiempo mueve el armario, la despensa y la bodega. Los productos de temporada cambian y el vino rosado empieza a florecer en las mesas. En España, aún en demasiado pocas. Por una suerte de prejuicios sumados al desconocimiento y agravados por las ocurrencias que circulan por ahí, el vino rosado se ha ido convirtiendo en el patito feo de los vinos. Solo ahora empieza a ganar aprecio. Si alguien dice tomemos un rosé – en francés- parece que el vino cobra glamour, como si tuviera más clase. Si se dice rosado, muchos aficionados al vino con ínfulas entonan el vade retro. Y si se dice clarete, muchos piensan en pueblo y boina. Perdónalos, Baco, porque no saben lo que dicen.

Machismo vinícola

Hace unos años que el rosado empieza a ser un poco el hijo pródigo. Sobre él sigue prevaleciendo una mirada absurda y en muchos casos, machista. Machista porque quizás por el color se asocia con las mujeres. Machista porque se le adjudica ligereza -aunque en realidad tienen más cuerpo que la mayoría de blancos- y por lo tanto, escasa masculinidad.

Machista porque hay quien piensa que tomarse un rosado puede parecer estéticamente a los ojos de otros congéneres un exotismo impropio de gentes con barba y convertir al sospechoso consumidor en una variante del hombre blandengue de El Fary.

Un vino con poca testosterona, piensan sus detractores. Vino de mujeres, como si el paladar de las mujeres fuera diferente al de los hombres.

Precisamente, estudios científicos del Instituto Monell -líder en investigación sobre el gusto y el olfato- acreditan que el paladar femenino es, en efecto, diferente, pero a favor: tiene hasta un 30% de papilas gustativas más que el de los varones, lo que les confiere más capacidad y sensibilidad para degustar los sabores. Y la inmensa mayoría de mujeres prefiere el tinto, seguido del blanco, los espumosos y el rosado. Sorpresa, igual que los hombres.

Eso de los blancos y los rosados para ellas y los tintos para ellos es una tontería monumental.

La Asociación de Mujeres Amantes de la cultura del Vino (Amavi) lleva años trabajando con datos. En sus encuestas, solo el 4% de las mujeres recuerda que un sumiller le haya ofrecido alguna vez la carta de vinos en un restaurante. El 96% de las ocasiones funciona un automatismo: elige el machote. Igual que cuando alguien dice eso de “vino femenino” porque se trata de un producto suave y ligero. Papanatismo machista flotando en las copas de vino.

Producimos el 20%, consumimos el 2,5%

Volviendo al rosado. Está bien que a cada uno le guste el vino que quiera pero es peor idea que no te guste uno en concreto porque los apriorismos ni siquiera te invitan a probarlo.

Quienes se dejan arrastrar sin más criterio por esa corriente de opinión de la escuela anti-rosadista se pierden conocer un vino que puede ser muy interesante y que triunfa en maridajes en los que otros vinos fracasan.

De entrada, los datos, que son una fotografía fiel del consumo de estos vinos en España. España es el segundo productor del mundo de vinos rosados (20%) solo por detrás de Francia (35%). Entre los dos países controlan el mercado mundial. El tercer país es EEUU (10%), según el estudio Rosé Wines Wolrdtracking, elaborado por el Consejo de vino de Provenza, una meca de los vinos rosados.

Se consumen unos 20 millones de hectolitros al año en todo el mundo. En Francia se bebe un tercio de todo lo que se produce.

En España, producimos el 20% y solo consumimos el 2,5%. Así que nos dedicamos a exportarlo y somos líderes mundiales en volumen de ventas.

Mitos y leyendas: el anti-rosadismo

Además de la forja machista evidente en torno al rosado, hay otros cuñadismos que agregan más confusión y arrojan capas de desconocimiento sobre el vino rosado. Ni caso.

Por ejemplo, el rosado puede hacerse utilizando uvas tintas y blancas pero su color no es el resultado de mezclar ambas uvas. No es un sortilegio para conseguir ese color rebajado ni un sabor suavecito.

Eso dicen algunos en los bares aporreando la barra. En realidad, sus características proceden del proceso de elaboración limitando el tiempo que el vino pasa en contacto con los hollejos. Los hollejos o los bagazos son la piel de la uva y través de los taninos y pigmentos le dan coloración al vino. Para hacer un tinto, el vino puede estar en contacto con los hollejos hasta cuatro semanas. Un rosado está 24 horas como máximo.

La uva tampoco es hoy de menor calidad. Simplemente al tener menos antioxidantes son vinos que duran menos y hace bien en bebérselos pronto. Y por cierto: un rosado y un clarete no son lo mismo aunque los expertos no se ponen exactamente de acuerdo en la diferenciación de las tipologías. Y sí, es posible que en tiempos pretéritos se usara uva de menos calidad e incluso restos sólidos de uvas para hacer unos rosados que en nada se parecen a lo que puede encontrar hoy en el mercado. El estigma ya no tiene motivos objetivos para sobrevivir. Sobre todo porque hablamos de una época, hace 40 o 50 años, en la que también se hacía bastante vino malo fuera tinto, blanco o el de Asunción que ni era blanco ni tinto ni tenía color.

Rosados españoles

La variedad es inmensa. No hay uniformidad en cuanto a la coloración: los encontrará rosas pálidos, granates y frambuesas (tirando más al color clásico del rosado español), color salmón, tipo pétalo de rosa, los hay color cebolla y otros casi transparentes.

Hay rosados de bodegas españolas que son una delicia y no precisamente baratos, es el caso de Le Rosé 2020, de Bodegas Antídoto, en Ribera del Duero, elaborado con tinta fina y albillo y que se marcha a los 60 euros. De menor rango pero muy interesantes el Olivia Rosé 2021 de Pazo Pondal (Rías Baixas), con albariño, treixadura, sousón y pedral que cuesta unos 16€ o Las Musas 2022, de Bodega Museum, de D.O. Cigales, cuna de los claretes, que emplea garnacha y verdejo por unos 13€. Anote también el premiado Gurdos de la bodega Gordonzello de la D.O. León, elaborado 100% con prieto picudo, la uva autóctona de León y Zamora. Por 11€ se lleva una botella a casa, con su fruta silvestre y sus aromas florales esperándole debajo del corcho.

La Provenza, la casa madre

Así, hay cierta moda tendente a consumir rosados. Según los datos del Observatorio Mundial del Rosado el gran salto se produjo en las dos primeras décadas de este siglo, con un incremento del 40% en su consumo, mientras desciende la producción y la demanda del tinto. El gran pulmón global del rosado es la Provenza, en el sureste de Francia. Son 20.000 hectáreas que incluye 84 comunas de los departamentos de Var, Biouches-du Rhône y los Alpes Marítimos. Las variedades de uva negra más utilizada son cinsault, garnacha, syrah, mourvedre y la tibouren. Y las blancas -más accesorias- son la semillon, claireta o vermentina. Son vinos afrutados en la nariz, muy florales, frescos pero igualmente pueden ser complejos e intensos y siempre elegantes. Y están muy lejos de ser una moda. En 30 años se ha triplicado su venta. Una de cada tres botellas de vino vendidas en Francia es de rosado. Al contrario, lo más glamouroso desde tiempos inmemoriales en la zona de influencia de Niza, Cannes, Saint-Tropez y otras ciudades de la Costa Azul y la Riviera es ver atardecer con una copa rosa pálido en la mano. Sin complejos.

Para iniciarse en los provenzales intente conseguir el celebérrimo Whispering Angel, a precio módico, unos 22€; o algo más sabroso: el Clos cibonne (con uva tibouren), una delicia por diez euros más, nada disparatado. Hay mucha oferta por arriba y por debajo de esos precios. Pero no hay que volverse locos para probar un provenzal de calidad. Lo dijo Edith Piaf: la vie en rose».

.de Antonio Hernández Rodicio en elgolosoenllamas.com.

Instagram: @anthdezrodicio / Twitter: @AHRodicio ©El Goloso en Llamas

Foto de portada de Bodega Faustino Rivero.

Otra amena e interesante disertación del maestro, Cristino Álvarez, donde nos retrotraía al mundo del «claret» clásico.

«EL CLARETE DE PHILEAS FOGG»

«¿Cuánto tiempo hace que no se bebe usted un clarete? Si me apuran, ¿cuánto hace que ni siquiera oye hablar del clarete?

Es cierto que, salvo contadísimas excepciones, los claretes nunca gozaron de gran prestigio, aunque sí de bastante popularidad.

El Diccionario, como siempre, pasa: “especie de vino tinto, algo claro”. Eso y nada, todo uno.

Si va usted a mirar “rosado”, el redactor, que debía de tener el día perezoso, se contenta con un “vino que tiene este color”.

Queda claro que el Diccionario, que sigue llamando “caldo” al vino, no vale para nada tampoco en este terreno.

Decíamos que no tenía prestigio, pero sí popularidad.

En algunos casos muy concretos, ambas cosas: pensemos en los claretes vallisoletanos de Cigales, que conocí cuando yo empezaba a ir de vinos con los amigos, en La Coruña, en la única taberna donde el vino de la casa, servido en jarras, era un buen clarete de Cigales.

Por entonces, en todo lo que hoy es la Ribera del Duero eran típicos los claretes; también en La Rioja, donde en San Asensio les siguen haciendo fiesta.

Contado esquemáticamente, un clarete es el vino procedente de la mezcla de mostos blancos y tintos, mientras que el rosado se elabora con uva tinta cuya maceración con el hollejo, donde están los colorantes, se limita, normalmente por sangrado del mosto.

Pero hubo claretes que tuvieron prestigio, ya lo creo que lo tuvieron.

Sobre todo entre los ingleses, que siempre han sido muy suyos, y muy exigentes, con los vinos continentales.

El otro día, releyendo “La vuelta al mundo en 80 días”, de Verne, en busca de no sé qué dato, me di con esto:

          “era la cristalería del Club (el Reform Club) la que contenía su sherry, su porto y su claret”. Se refiere, claro, a los de Phileas Fogg.

No vamos a entrar ahora a explicar la condición de británicos que han tenido siempre los vinos de Jerez y de Porto; ellos han sabido beberlos siempre con mayor oportunidad y conocimiento que el resto de los consumidores, con las lógicas excepciones en las zonas de producción.

Pero ¿el claret?

Pues otro vino inglés. Hasta hace nada, los ingleses llamaron claret al vino tinto de Burdeos, de esa Aquitania tan ligada a la historia de Inglaterra por lo menos desde los tiempos de Ricardo Corazón de León y su madre, Leonor de Aquitania.

Los ingleses, si no sus creadores (por aquí anduvieron ya plantando vides los romanos), sí que fueron sus grandes impulsores.

Y hete aquí que a los tintos bordeleses les llamaron claret.

Habrá que explicar que allá por el siglo XVIII los tintos no tenían la capa cerradísima actual.

Piensen en cómo llaman al vino tinto los franceses (vin rouge), los ingleses (red wine), los italianos (vino rosso), los alemanes (Rotwein): vino rojo. Rojo. No negro, como sí le llaman vascos y catalanes.

Aún recuerdo los tiempos en los que, al describir un tinto, en fase visual, lo más frecuente era adjudicarle una capa rubí, del tipo “sangre de pichón”.

Hay diferencias con el clásico “ojo de perdiz” de los claretes castellanos, pero aún más con los actuales tintos oscurísimos, en los que ni la imaginación más calenturienta adivinaría un rubí, que es rojo brillante.

Qué quieren que les diga; sin dejar de valorar a los actuales, negros, tánicos y alcohólicos, añoro aquellos riojas “rojo rubí, con menisco ocre” de doce grados y medio.

El caso es que a los ingleses, y Fogg era, para Verne, el paradigma del gentleman, les gustaba mucho el vino de Burdeos. El tinto de Burdeos: el claret.

Que, en 1872, fecha de la más famosa de las vueltas al mundo, aún no había sido atacado por la filoxera; estaba a las puertas, pero aún no.

Como es sabido, muchos bodegueros bordeleses, ante la plaga, trasladaron su actividad y saberes a los viñedos riojanos, y hubo, cómo no, claret riojano. Yo recuerdo siempre el de las prestigiosas Franco Españolas, que todavía hoy embotellan y etiquetan un muy apreciable Royal Claret.

Lo que me suena más raro es que Verne añada que Fogg perfumaba su claret con canela. No quiero pensar que lo tomase caliente; el vino caliente con canela y azúcar es una bebida invernal de lo más clásica.

Aún recuerdo cómo nos confortó cuando lo declaramos bebida única en una lejana y gélida Nochevieja en Escalona del Alberche.

Pero, en vino, yo asocio automáticamente la canela con la garnacha, cepa ausente en las riberas del Garona; una mañana de sol, fría, en el Somontano, probando un tinto monovarietal de garnacha (magnífico) de Viñas del Vero, la sensación de dulcería, de canela, que llegó a mi nariz fue maravillosa.

Quizá era lo que buscaba Fogg en su claret del Reform Club.»

de Cristino Álvarez, ‘Caius Apicius’, para EFE

¿ROSADOS O CLARETES?

Son dos términos para definir a vinos diferentes, aunque en múltiples ocasiones se confunden sin pena ni gloria.

ROSADO

El vino rosado es el vino que se obtiene de uvas tintas, lo que le da color al vino tinto es la piel y el tiempo que el mosto esté en contacto con ella.

El mosto del rosado macera, tiene un contacto muy leve con esa piel y nunca fermenta con el hollejo ni partes sólidas.

Hoy en día todos los vinos de D.O. son rosados, sólo quedan claretes en algunas zonas con permiso especial, como el clarete que se elabora en esta zona de la Rioja Alta en San Asensio, Hormilla, Cordovín y Badarán.

CLARETE

El clarete es un vino elaborado de forma semejante al vino tinto, realizando la fermentación con los hollejos, pero con una buena proporción de uvas blancas, de forma que se obtiene un vino con poco color.

Era un tipo de vino típico de Aragón, La Rioja, País Vasco y de algunas zonas de Soria, Burgos (Aranda de Duero) y Valladolid Palencia (Cigales).

Durante unos años, en especial en La Rioja (España), se denominó claretes a los vinos tintos de crianza o reserva, que por el envejecimiento perdían parte de su color, llegando a etiquetarse con esta denominación, como el «Claret» vocablo con el que los ingleses bautizaron a los vinos de crianzas y reservas en Burdeos.

Hoy en día esto ya no ocurre.

En algunos lugares se sigue denominando así a los vinos rosados, aunque estos se elaboran de forma diferente.

En España, la Denominación de Origen Cigales, ha sido históricamente una de las regiones con una producción de claretes de mayor calidad, no obstante su producción se ha visto desplazada, al ser prohibido por Bruselas, en los últimos años por la de vinos rosados y tintos.

Esta es la diferencia entre claretes y rosados.

Rafael Rincón JM

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