Caso Asunta: el dinero antes que los escrúpulos al contar un suceso
Caso Asunta: el dinero antes que los escrúpulos al contar un suceso
Paula Corroto

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Caso Asunta: el dinero antes que los escrúpulos al contar un suceso

Ante informaciones de este calado debería pesar el respeto a las víctimas y no cuántos fajos van a caer cuando se convierta en el programa/noticia más visto del día o en el gran fenómeno de Netflix. Sucede lo contrario

Foto: Candela Peña y Tristán Ulloa en 'El caso Asunta'. (Netflix)
Candela Peña y Tristán Ulloa en 'El caso Asunta'. (Netflix)
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Hace unos días, al terminar el programa de radio El Ojo Crítico al que fui invitada en Radio Nacional, su directora, Laura Barrachina, me preguntó qué tal iba el libro que escribí sobre los sucesos ahora que volvía a estar tan de moda el true crime. Confieso que me sorprendió porque lo publiqué en 2019 y lo tenía en la caja de los recuerdos bonitos, pero guardado al fin y al cabo. Ella, sin embargo, me animó a volver a hablar de él con toda la que estaba cayendo con series como la del caso Asunta y otras tantas más que había puesto a emitir y fabricar esa plataforma a la que le da igual todo llamada Netflix. Así que me convenció y esta vez voy a hablar de mi libro.

Se titula El crimen mediático, lo publicó Akal y en él intentaba ahondar en cómo las noticias de sucesos se habían transformado en algo más que noticias -de hecho, habían dejado ser información pura y dura- para convertirse en creadoras de opiniones fundamentalmente conservadoras, no poco misóginas y, en muchas ocasiones, de carácter punitivo. Noticias que, una vez que se había relatado el suceso como tal —primero la desaparición, después el asesinato— empezaban a alargarse como chicles en los matinales televisivos, pero también en periódicos de prestigio rezumando amarillismo por los cuatro costados. La muerte y el dolor convertidos en espectáculo donde tertulianos de cualquier pelaje discutían con ningún dato certero sobre la mesa. Y así podían estar meses en los que una caja registradora no dejaba de hacer clinclin.

Me centré en cuatro casos muy concretos e hipermediáticos: Marta del Castillo, los niños Ruth y José, Diana Quer y el niño Gabriel Cruz. Los cuatro habían sucedido entre 2009 y 2018, diez años en los que también habían cambiado muchas cosas en los medios y en el país. En los primeros porque se había vivido la revolución digital… y la caída estrepitosa de las ventas en papel. Todo el sector estaba en pleno cambio también con la aparición de las redes sociales, que serían otro elemento disruptivo y no especialmente para bien. En cuanto a la sociedad… vivíamos en una tremenda crisis económica, había recortes por todas partes, había habido cambio de Gobierno (del PSOE de Zapatero al PP de Rajoy) y se hacía fuerte en el Congreso aquella idea de la Prisión Permanente Revisable, pese a que, como insistían muchos expertos, las penas por homicidio en España no eran pequeñas y la impunidad no era ni mucho menos grande.

Aquel caldo de cultivo provocó —esa era mi tesis— que estos sucesos fueran la conversación mañanera de más de media España de una forma totalmente distinta a como había sucedido hasta entonces. ¡Por primera vez podíamos acceder a las fotos que las chicas, por ejemplo, habían subido a sus redes sociales! ¡Incluso podíamos ver las de los presuntos asesinos! Y cómo no emitir juicios previos al respecto… Sobre todo aquel de qué hacía esa chica sola a las dos de la madrugada… Todo esto, efectivamente, fue antes del #metoo, pero no tanto antes.

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Para el libro hablé con periodistas que trabajaron en aquellos casos y a los que sigo estando muy agradecida. Entonces y ahora defiendo que hay grandes profesionales en esto del periodismo de sucesos —y otros que no lo son, como en todas partes— y todos ellos me señalaron los esfuerzos para cubrir aquellas informaciones y cómo a veces, pues sí, estas se habían ido de las manos. Un directivo, Teo Lozano, ya fallecido, por cierto, no tuvo ningún tapujo en hablarme de los beneficios económicos que este tipo de noticias convertidas en un lodazal daban en tiempos de vacas flacas. A más carnaza, más primeros planos de personas llorando, más dinerete.

Por supuesto, las noticias de sucesos han tenido audiencia siempre. El morbo nos gusta. Pero hay formas... y formas. Un ejemplo paradigmático lo firma alguien tan reputado como Benito Pérez Galdós, que cubrió el famosísimo crimen de la calle Fuencarral de finales del XIX. Aquella historia sigue siendo espectacular aunque se lea hoy porque tiene todo tipo de ingredientes: aparece muerta la dueña de una casa de la calle Fuencarral en Madrid —confieso que fui a ese portal y subí hasta el piso donde ocurrió todo con el fotógrafo Asís Ayerbe: al menos hace cinco años era una pensión, hoy quizá sea un airbnb—, y se culpabiliza a la criada y a una amiga de esta, pero también al hijo de la dueña que era un vividor y un jeta con muchos problemas de deudas (le llamaban el Pollo Varela… ).

placeholder Un momento de la serie 'El caso Asunta' cuando Alfonso Basterra se enfrenta a la prensa. (Netflix)
Un momento de la serie 'El caso Asunta' cuando Alfonso Basterra se enfrenta a la prensa. (Netflix)

Aquello fue la comidilla del todo Madrid, estaba continuamente en los periódicos, porque un crimen en la clase alta siempre da mucha vidilla y acabó fatal… para la criada, que acabó siendo ajusticiada en la actual plaza de París a donde asistieron miles de personas, entre ellas la novia de Galdós, Emilia Pardo Bazán, que no se perdía ni una aunque fuera una pena de muerte. "Aquella subida a las gradas dura diez segundos y vale por diez siglos de expiación", escribió en sus diarios la escritora gallega sobre la subida al cadalso de la criada.

El suceso, más allá de la información concreta, puede, por tanto, ser material de verdadera literatura, o convertirse en ponzoña pura como ocurrió con el también célebre crimen de Alcasser de 1993 cuando hicieron irrupción las televisiones privadas (más dinerete). Y nadie que lo vio olvidará el espantoso programa de Nieves Herrero cuando aparecieron las niñas asesinadas con medio pueblo en el plató y que dejó a los espectadores medio traumatizados. Fue la situación, fueron los nervios, fue el directo, fue lo que fuera pero marcó una línea roja absoluta.

Un periodista no tuvo ningún tapujo en hablarme de los beneficios económicos que este tipo de noticias daban en tiempos de vacas flacas

Me preguntaba en el libro si los sucesos de los que yo hablaba habían traspasado aquella línea. Me respondía que, por suerte, no, aunque se había rozado con ese mantra de todo por y para el espectáculo.

Y, ahora, unos cuantos años después, la rueda del espectáculo continúa girando convertida esta vez en material de ficción. No llegué a escribir sobre la niña Asunta, pero como todos seguí el caso y leí libros muy interesantes como el de la periodista especializada Cruz Morcillo. Y hace dos semanas también terminé de ver la serie de Netflix donde, aunque hubiera sido interesante una mayor panorámica sobre el contexto social y económico de los dos asesinos probados, me pareció —como a todos— un ejercicio sublime de interpretación. Eso sí, más datos sobre el crimen de los que ya se supo en su día no aporta. Y otra cosa... vista una serie de true crime, vistas todas. ¿No se había hecho hace ya unos años el docu de no ficción Operación Nenúfar? De algo parecido alertaba estos días el periodista Kyle Chayka a partir de su libro Mundofiltro sobre la planicie de los productos culturales gracias al algoritmo.

placeholder Rodolfo Sancho, en 'El caso Sancho'. (HBO Max)
Rodolfo Sancho, en 'El caso Sancho'. (HBO Max)

Precisamente, al hilo de esto, la madre del niño Gabriel Cruz, quien fuera asesinado por la novia de su ex marido (y que cumple pena de prisión permanente revisable), convocaba estos días una manifestación para pedir que terceros dejen de lucrarse con la tragedia a partir de trabajos audiovisuales, ya sean series o documentales. No ha trascendido si ella ha recibido algún tipo de oferta, pero lo cierto es que la Ley 4/2021, de 27 de julio, de Infancia y Adolescencia de Andalucía, que se redactó teniendo muy en cuenta su caso, la ampara. Más aún cuando no se ha producido ningún hecho novedoso que favorezca un nuevo trabajo audiovisual.

A partir de aquí surge un interesante debate: ¿fue preguntado el padre de Asunta, hoy en prisión, sobre la realización de la serie? No lo sé, aunque si no ha sido así se le debería haber preguntado. ¿Otros como Rodolfo Sancho incluso ofrecen declaraciones a cámara en el documental que HBO ha grabado sobre el caso de su hijo? Pues también ocurre, como el caso de Amanda Knox en Italia donde ella misma se permitía el lujo de jugar ante la cámara con la ambigüedad de su culpabilidad.

¿Fue preguntado el padre de Asunta, hoy en prisión, sobre la realización de la serie? Si no ha sido así se le debería haber preguntado

Así que supongo que ante informaciones de este calado, más allá de leyes —que están para protegernos— deben pesar los escrúpulos, el respeto a las víctimas, ya sean ascendientes o descendientes, se debe preguntar a estas personas sobre si quieren hacerlo, no y cómo, y no mirar únicamente al fajo de dinero que va a caer cuando se convierta en el programa/noticia más visto del día o en el gran fenómeno de Netflix.

Por cierto, cuando terminé de escribir el libro dejé de leer sobre sucesos.

Hace unos días, al terminar el programa de radio El Ojo Crítico al que fui invitada en Radio Nacional, su directora, Laura Barrachina, me preguntó qué tal iba el libro que escribí sobre los sucesos ahora que volvía a estar tan de moda el true crime. Confieso que me sorprendió porque lo publiqué en 2019 y lo tenía en la caja de los recuerdos bonitos, pero guardado al fin y al cabo. Ella, sin embargo, me animó a volver a hablar de él con toda la que estaba cayendo con series como la del caso Asunta y otras tantas más que había puesto a emitir y fabricar esa plataforma a la que le da igual todo llamada Netflix. Así que me convenció y esta vez voy a hablar de mi libro.

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