“Guatemala puede ser una advertencia para el Perú y para otros países”



El exembajador Stephen McFarland llegó a Lima como parte de la Misión Internacional de Observación sobre la Junta Nacional de Justicia (JNJ), impulsada por la Fundación para el Debido Proceso, organización dedicada a promover el fortalecimiento del Estado de derecho y el respeto de los derechos humanos. McFarland tiene una relación antigua con el Perú. Terminó el colegio acá. Estuvo en Ayacucho en los primeros años de la violencia política. También fue testigo de la autocracia fujimorista de los 90. Con una amplia experiencia diplomática en América Latina, responde sobre la democracia local y regional.

—¿Diría que la democracia peruana está presentando un retroceso?

—En esta visita que ha durado una semana estamos tratando no solo de entender los retos técnicos de montar un proceso de selección para nuevos miembros de la JNJ. Pero en los contactos que hemos tenido hemos visto el contexto político y se nota que en muchos sectores del país se vive una preocupación por la situación, con el desarrollo de las crisis y de las acciones políticas, desde hace varios años.

—¿Cómo describiría ese contexto?

—La palabra que frecuentemente escuchamos —y no es nuestra— es “descomposición”. No hemos terminado de hacer nuestras consultas con las distintas fuerzas políticas ni las instituciones involucradas. Por ejemplo, estamos a la espera de reunirnos con los liderazgos del Congreso.

—La misión vino a observar, en concreto, lo que ocurre con la JNJ. ¿Le preocupa su situación?

—Sí. Hay una propuesta para cambiar a la JNJ por una Escuela Nacional de la Magistratura. Es cierto que el Estado peruano, en este caso el Congreso, tiene la potestad de aprobar reformas constitucionales. Segundo, casi toda institución es perfectible, incluyendo la JNJ…

—¿Pero?

—Sin embargo, el propósito de las instituciones es impartir confianza en todos los sectores sobre su capacidad técnica y su cualidad apartidista. La JNJ selecciona, por ejemplo, a los jefes de los organismos electorales. Entonces, cambiar ese sistema, que fue producto de un gran debate y un referéndum por amplia mayoría, hacerlo apenas seis o siete meses antes de que la actual JNJ termine su mandato, genera preocupaciones.

—Precisamente, uno de los argumentos para criticar a la JNJ es que fue un “invento” del expresidente Martín Vizcarra. ¿Le parece válido?

—Bueno, pero todas las instituciones en un punto se pueden relacionar con aquellos políticos que las impulsaron. Por ejemplo, uno puede decir que la Constitución de 1993 es la del señor Alberto Fujimori, y tendría razón. Pero no por eso esas instituciones dejan de ser elementos válidos y productivos.

—Es verdad, como usted dice, que el Congreso tiene la potestad de aprobar reformas constitucionales. ¿Pero debería proceder a eliminar la JNJ?

—Me resisto a decir qué deberían hacer. Solo expreso que si el objetivo es inspirar confianza en la independencia de las autoridades judiciales y en la independencia de los organismos electorales —como la ONPE y el Reniec—, entonces, hacer un cambio dramático a estas alturas va a generar aún más preocupación dentro del Perú. Y eso repercute más allá del Perú. Recordemos todos los países y organizaciones multilaterales con los cuales el país tiene relaciones.

—En sus reuniones, ¿la comisión ha detectado preocupación por el proceder del Congreso?

—Bueno, sí. Nos hemos reunido con distintos sectores, y algunos han compartido sus críticas hacia el Congreso, primero por el intento de remover a todos los miembros de la JNJ y luego por su decisión de remover a dos de ellos (Aldo Vásquez e Inés Tello), produciendo problemas de quorum. De hecho, nos gustaría poder escuchar a los líderes del Congreso para sacar un análisis completo.

—Se lo pregunto porque estamos hablando del mismo Congreso que ha atacado a los organismos electorales. En el fondo, estamos hablando del mismo asunto. ¿Qué le parece a usted esta actitud del Poder Legislativo?

—Para la misión, es muy evidente que este proceso de reemplazar a los actuales miembros de la JNJ afecta no solamente el proceso de nombrar a los magistrados de la Fiscalía y del Poder Judicial, sino también a los jefes de los organismos electorales. Se entiende que ese es un poder muy grande y hay quienes, aparentemente, quieren controlarlo.

—Usted ha trabajado en Guatemala muchos años.

—Es correcto.

—En Guatemala se denunció la existencia de un “pacto de corruptos” que, incluso, presionó hasta el final para impedir que asuma el presidente actual, Bernardo Arévalo. ¿Ve algunas coincidencias con lo que pasa en el Perú?

—Habiendo vivido y trabajado en ambos países, más recientemente en Guatemala, sí hay similitudes. En Guatemala hubo una descomposición del sistema político aumentada bastante por la creciente corrupción y el copamiento de instituciones del Estado que deberían bloquear y perseguir esa corrupción. Lo que pasó ahí es que hubo un pacto que fue la combinación de la ambición del poder con la corrupción como el eje organizador de la política. Cuando se combinaron ambos elementos, la sociedad civil y la prensa se volvieron víctimas. Hoy por hoy debe de haber 50 magistrados jueces, fiscales, periodistas y miembros de la sociedad civil que están asilados en otros países. Si uno tiene controlado al Ministerio Público, entonces puede investigar, enjuiciar a cualquiera, a veces no necesariamente para llevar a esa persona a la cárcel, sino para advertirle: “¿Ves?, tenemos esto en tu contra, cállate mejor”. Y en casos extremos puede pasar con periodistas, los meten en prisión, como (José Rubén) Zamora.

—Entonces, sí percibe similitudes.

—Hay similitudes. Por supuesto, hay cosas que han pasado en Guatemala que todavía no han llegado a producirse acá. Pero creo que Guatemala es una advertencia hacia todos los países de América Latina de lo que puede pasar si el crimen organizado y la corrupción capturan a las instituciones del Estado.

—¿Cuáles son esas similitudes que percibe?

—La polarización es una. La tendencia de decir que cualquier persona que se interese en el Estado de derecho es un izquierdista, con la diferencia de que en Guatemala la izquierda no ha gobernado desde los años cincuenta, pero le echan la culpa. Otras similitudes son el acoso a los periodistas, el retroceso de la confianza popular en las instituciones del Estado como el Congreso o la presidencia. Esas son algunas cosas en común. Aparte, no puedo concluir que sea así, pero lo que hemos escuchado de las personas que se han reunido con nosotros acá es que existe la percepción de que se usa el poder investigativo del Estado para presionar. Por eso, Guatemala puede ser una advertencia para el Perú y para otros países, diría inclusive para el mío (Estados Unidos). Ninguna democracia, si se descuida, es invulnerable.

—¿Se debería activar la Carta Democrática Interamericana de la OEA para el Perú? Es un pedido de excancilleres y especialistas.

La misión todavía no se va a pronunciar sobre eso. La Carta Democrática es un instrumento muy importante, inspirada por los eventos que habían ocurrido en el Perú y firmada en el Perú hace 23 años. Lo que sí es cierto es que su existencia subraya que, si bien todos somos países soberanos, todos han aceptado ciertos compromisos internacionales. La Carta es una colección de compromisos muy serios de los miembros de la OEA. Para actuar bajo la Carta, se escucha a los países, a la sociedad civil y, en ese contexto, los informes que saquemos pueden ser de cierta utilidad.

—Ha vivido en el Perú, en distintas etapas. En los 70, en los 80, al inicio del terrorismo, en Ayacucho. También en los 90. Vuelve ahora. ¿Cómo describiría el tránsito que ha tenido el país en estos años?

—Eso es mucho terreno. Yo llegué acá cuando recién se estaba implementando la reforma agraria. Recuerdo una vez cuando tenía 15 años, en las alturas de Cajamarca, preguntándoles a los campesinos dónde queda el camino a esta laguna… “Ah, buenos días, patroncito”. Y, bueno, ha cambiado mucho. En los 80 la violencia fue horrorosa, que probablemente se hubiese podido, si no evitar, por los menos reducir sus consecuencias fatídicas. Pero terminó. Mi desilusión es que no se hayan podido construir mejor las instituciones democráticas y los valores democráticos después del periodo de Alberto Fujimori.

—¿La transición democrática falló?

—Le diría que la parte inicial funcionó bien, pero por algún motivo no pudo echar raíces.

—¿Cómo evalúa la situación de la democracia de América Latina en general? Por ejemplo, hay liderazgos políticos, fuertemente cuestionados por su relación con esos valores democráticos, y que son muy populares. Miremos el caso de Bukele, en El Salvador.

—Por supuesto que hay razones para estar muy preocupados, si uno se basa en las encuestas de confianza en la democracia. En El Salvador un altísimo porcentaje de la población apoya a alguien que está montando un sistema autoritario y que, a la vez, es popular. Es un reto para la democracia. Cuando yo empecé en la carrera diplomática entre los países hispanohablantes, solamente había tres democráticos. Los demás eran dictaduras militares. En esa línea, se puede decir que ha habido un progreso. Pero el problema de la democracia es que los políticos tienen que entender que se trata no solo de repetir lemas, sino de ofrecer resultados efectivos para la gente que votó por ellos.

—La democracia tiene que ser efectiva.

—Esa es una de las lecciones de Bukele. Su modelo no es muy replicable, ni siquiera sé si es sostenible en su propio país, pero él entendió que la seguridad, real y percibida, era prioritaria para su gente. En Guatemala, sin embargo, la gente votó por Arévalo y no por los candidatos del continuismo porque vieron en él a alguien capaz de luchar contra el desgobierno y la corrupción. Eso rompe el paradigma del bukelismo. Los guatemaltecos entendieron que un modelo autoritario y corrupto no era lo mejor para satisfacer sus necesidades. Ese es el mensaje para los demócratas: uno tiene que convencer y luego cumplir con las promesas que hizo en campaña.  

El dato

La misión sobre la JNJ ha estado una semana en el Perú. McFarland señala que una de las palabras más escuchadas en las reuniones ha sido “descomposición”.



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