Pere Aragonès: entre poetas, por Josep Cuní
Limón & Vinagre
Josep Cuní

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Periodista.

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Pere Aragonès: entre poetas

El president se va con una doble y agridulce sensación. Por un lado, sabiendo que ha conseguido restituir la dignidad de la Generalitat. Por otro, lamentando que sus políticas no hayan sido bien explicadas

Aragonès no recogerá el acta de diputado y abandonará la primera línea política

Pere Aragonès, el independentista tranquilo que no pudo consolidar a ERC en la cima

El president Aragonès tras anunciar que no recogería el acta de diputado.

El president Aragonès tras anunciar que no recogería el acta de diputado. / Quique García / EFE

A Joan Margarit le gustaba matizar que Catalunya era tierra de 'versaires' más que de poetas. Y aplicándole sorna a la reflexión, situaba la tradición popular en la sobremesa de los domingos cuando, entre sorbos de café y restos de 'tortell', el catalán sentimental que todos llevamos dentro se adentraba en el terreno de las rimas forzando ripios que le acercaran a los líricos que admiraba.

Esa ancestral costumbre se mantiene en la vida de muchos municipios que dan voz a sus vecinos para que se fogueen en sus concurridos actos culturales. Es desde allí que se siguen lanzando odas al amor y a la patria, para insistir en que “tot està per fer i tot és possible”

Estos versos de Miquel Martí i Pol puede que hayan sido los más repetidos durante el largo camino que el pasado domingo se dio por terminado, a pesar de lo que digan el PP y quienes confunden el legado del 1 de octubre con el independentismo. Y aunque para muchos el final de aquel poema puede considerarse el de la resistencia inasequible al desaliento, es oportuno recordar que un poco antes también alude a que no se ha cumplido ninguno de los prodigios que anunciaron taumaturgos insignes.

El poeta de Roda de Ter se refería al período más oscuro, por supuesto, pero la grandeza de una composición se mide por el valor de cada una de sus palabras y el lector, libremente, se las adapta a conveniencia. Por eso, más de uno puede hoy considerar que, a partir de los años perdidos y sin renunciar a sus legítimas aspiraciones, hay que recoser los rotos de la Catalunya actual porque, de nuevo, todo está necesitado de una mirada distinta para un tiempo diferente.

Pere Aragonès i Garcia (Pineda de Mar, Barcelona, 16 de noviembre de 1982) ha entendido el mensaje. Como candidato a renovar el cargo tras tres años de president ha asumido la derrota en carne propia y ha empujado a Esquerra Republicana a una obligada reflexión, que dirimirá el próximo noviembre en un congreso extraordinario. Será allí donde Oriol Junqueras buscará el aval de la militancia para seguir al frente del partido, que insistirá en intentar cuadrar el círculo que tanto le cuesta a la casi centenaria formación: hacer compatible y exitosa la dualidad corazón y cartera, procurando que el fiel de la balanza encuentre el adecuado equilibrio.

Aragonès se va con una doble y agridulce sensación. Por un lado, sabiendo que ha conseguido restituir la dignidad de la Generalitat a la que se había dañado, tanto por acción como por omisión. Por otro, lamentando que sus políticas no hayan sido bien explicadas. O entendidas. Y aunque esto les ha sucedido a casi todos sus predecesores, en este caso la claridad era imprescindible, porque contrariaba posiciones previas de su partido que han resultado ser una rémora ante la demanda de la mayoría de la sociedad actual.

A todo esto, añádanle un elemento no menor. La irritación e incomprensión personal y política por el tirón electoral de Carles Puigdemont, basado en lo que Clara Ponsatí definió como chantaje emocional. Afloraba de nuevo el catalán sentimental alterando el tablero y dejando a Esquerra inmersa en una crisis de racionalidad.

“A vegades és necessari i forçós que un home mori per un poble, pero mai que un poble mori per un home sol”, sentenció Salvador Espriu. Además de Aragonès, ¿algún otro político entenderá a otro gran poeta?

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