Cleopatra, el veneno de la serpiente y la falacia anticolonista

Actualizado
  • 17/05/2024 00:00
Creado
  • 16/05/2024 18:36
‘La guerra entre Israel y Hamas no se trata de unas fronteras arbitrarias creadas por occidente a finales de la Segunda Guerra Mundial. Es una mentira que esto es una historia de opresión que está arraigada en la cultura imperialista de occidente, como algunos gustan romantizar’

Cleopatra famosamente dijo “Mi honor no fue cedido, sino simplemente conquistado”. Una admisión desnuda que justifica a aquel personaje histórico, recordado por haber seducido a dos triunviros romanos, Julio César y Marco Antonio. El veneno que terminó con la vida de Cleopatra fue el mismo veneno que destruyó la República Romana y vio nacer el engendro tiránico de la Roma Imperial. Es el veneno de la avaricia por el poder, que amalgama la perversión y la falsedad, para conquistar corazones oscuros.

Lo que poco se menciona sobre el personaje histórico que tanto ha fascinado a Hollywood es que la Cleopatra seductora, que interpretó Elizabeth Taylor o Monica Bellucci, es la séptima de una dinastía de Cleopatras que gobernó sobre el Reino Ptolemaico: Cleopatra VII Thea Philopator.

En el año 323 a.C., tras la muerte de Alejandro Magno, el general de Macedonia Ptolomeo I Soter fue quien propuso al Consejo de Babilonia dividir el imperio y que cada general del gran Alejandro Magno quedase como sátrapa de una provincia. Ptolomeo I Soter quedó en control de lo que hoy es Egipto, Libia y la península Arábiga. Y así se inició el reinado de la dinastía Ptolemaica, la más larga que gobernó sobre Egipto.

Ahora saltamos al año 193 a.C. El reinado Ptolemaico luchó 6 guerras contra el Imperio Seléucida. Un imperio que nació de la partición del imperio de Alejandro Magno y se expandía por toda Mesopotamia, hasta Siria y partes de lo que hoy es Turquía. Durante casi 100 años, los Ptolemaicos y Seléucidas lucharon en los territorios que hoy son Israel, Líbano, Siria y Jordania. Los sátrapas durante décadas intentaron expandir sus territorios, hasta que en el año 193 a.C., el emperador Seléucida Antíoco III, al ver que Ptolomeo V había asegurado el apoyo militar de los romanos, decidió ofrecer a su hija en matrimonio para poner fin a las guerras. La boda entre Ptolomeo V y la hija de Antíoco III tomó lugar en lo que hoy conocemos como Rafah, en la franja de Gaza. El territorio cambió de manos muchas veces entre los sátrapas de Egipto y Asiria. Esa hija de Antíoco III fue Cleopatra I de Siria.

Antíoco III, nieto de un general de Alejandro Magno, decidió nombrar a su hija Cleopatra en honor a la hermana del rey de Macedonia. Antíoco quiso ligar su legado al de Alejandro Magno, poniendo a su hija el nombre de la única hermana consanguínea de Magno. Ptolomeo V, también descendiente de un general de Magno, decidió dar el título de hermana a Cleopatra, al casarse con ella (a pesar de no estar relacionado a Ptolomeo V), para también enamorar a las cortes Helénicas de Alejandría y al mismo tiempo emular a Isis y Osiris, los hermanos y dioses egipcios que se casaron y dieron luz a Horus, el dios de los Faraones. Y fue así que se creó una pócima para emborrachar a las masas y legitimar el poder. Los hijos de Cleopatra I de Siria y Ptolomeo V fueron casados y engendraron 7 generaciones de incestuosas relaciones entre infantes nombrados Cleopatra y Ptolomeo. Siete generaciones de hermanos con hermanas, con sobrinas, y con nietos. Mezclas entre triunviratos, entre una abuela Cleopatra, un hijo Ptolomeo y una nieta Cleopatra, que a su vez estaban todos casados. Todo para mantener el poder sobre Alejandría y la última dinastía Helénica.

Son varias las moralejas que podemos rescatar de repasar la historia de Cleopatra. La primera, es desmentir la falacia anticolonialista. Existe una analogía ofuscada con el veneno de la serpiente que mató a Cleopatra VII Thea Philopator. Otra cita famosa que la seductora suicida supuestamente le dejó a Marco Antonio fue: “¡Tonto! ¿No ves ahora que podría haberte envenenado cien veces, si hubiera podido vivir sin ti?”

Las siete generaciones de incestuosas Cleopatras nunca pudieron haber mantenido el poder sin haber envenenado a su pueblo con falsedades ideológicas, supersticiones y terror. Los Ptolemaicos organizaban vacaciones para senadores romanos, y casaban a sus engendros con príncipes de cualquier enemigo, aliado o bárbaro, que les produjese riqueza y prestigio. Cleopatra, así como el parásito iliberal comunista, no puede sobrevivir sin robar las riquezas de aquellos que producen valor. Un virus mortal que se autorregula para no matar a su huésped. Un veneno que amalgama religiones e ideologías que producen blasfemias y perversiones, como simpatizantes pro-Hamas y LGBTQ estrechados de brazos, o ambientalistas como Greta Thunberg protestando a favor de Palestina en Suecia. Cleopatra VII Thea Philopator logró enamorar a dos triunviros romanos y los volcó a luchar el uno contra el otro, hasta darle sangrienta sepultura a la República. Un imperio glorioso derribado por el conflicto interno, falsedad ideológica, senadores corruptos, y lucha de poder y control sobre el medio oriente. ¿Les suena familiar?

La guerra entre Israel y Hamas no se trata de unas fronteras arbitrarias creadas por occidente a finales de la Segunda Guerra Mundial. Es una mentira que esto es una historia de opresión que está arraigada en la cultura imperialista de occidente, como algunos gustan romantizar. Es como Cleopatra VII Thea Philopator dijo: “Mi honor no fue cedido, sino simplemente conquistado”.

Tan solo durante el reinado Ptolomeico, la franja de Gaza y territorios colindantes cambió de manos un sinfín de veces en conquista y por poder, entre griegos, judíos, egipcios, asirios y romanos. Pretender que el conflicto en el medio oriente tiene buenos y malos, o que la culpa la tiene EE.UU., o Israel, o los judíos, es una perversión de la historia, como pretender que Cleopatra I y Ptolomeo V eran dioses egipcios y al mismo tiempo descendientes de Alejandro Magno. La realidad no soporta contradicciones, como supuestamente defender la democracia y el estado de derecho, pero no permitirle a una nación la legítima defensa ante la amenaza de aniquilación.

Finalmente, en la obra de teatro de 1898 de George Bernard Shaw titulada César y Cleopatra, el seguidor de Cleopatra, Apollodorus, le dice a un centurión, a quien busca convencer para dejar pasar a Cleopatra, para que seduzca a Julio César en el palacio de Alejandría: “Cuando un estúpido hace algo de lo que se avergüenza, siempre declara que es su deber”.

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