El maestro Puccini, su vida y sus amores • Pro Ópera A.C.

El maestro Puccini, su vida y sus amores

Giacomo Puccini (1858-1924) © Studio Bertieri, 1907

Este 2024 el mundo de la ópera celebra el centenario de la muerte de Giacomo Puccini (1858-1924), trascendental compositor de ópera italiano y autor de 12 óperas: Le villi, Edgar, Manon Lescaut, La bohème, Tosca, Madama Butterfly, La fanciulla del West, La rondine, Il tabarro, Suor Angelica, Gianni Schicchi y Turandot.

Nacido en Lucca el 22 de diciembre de 1858, murió lejos de su patria, en Bruselas, el 29 de noviembre de 1924. Giacomo Puccini fue el último de una dinastía de cinco músicos notables dedicados principalmente a la ejecución del órgano y la composición de música religiosa. Fue, como sus antecesores, organista y maestro de coro en Lucca. Pero cuando se creía que estaba destinado a seguir los pasos musicales de sus antepasados, el destino lo llevó a la ciudad de Pisa para ver una representación de la ópera Aida de Giuseppe Verdi en 1876, lo que hizo que cambiara su camino musical eclesiástico para dedicarse a la ópera.

Cuando solicitó una beca a las autoridades de Lucca para trasladarse a Milán y estudiar en el Conservatorio, fue rechazado, primero por bribón (palabras de quienes lo rodeaban) y en segundo por sus intenciones de dedicarse a la ópera. ¿Por qué mantener con dineros públicos a un músico de quien la ciudad no recibiría beneficio alguno? La municipalidad quería que Giacomo continuara con la tradición familiar.

Finalmente, con la ayuda y persistencia de su madre Albina, consiguió una exigua beca de la reina Margarita y fue como en 1880 se matriculó en el Conservatorio de Milán, con un diploma bajo el brazo del Instituto Musical Pacini, para estudiar composición con Antonio Bazzini y Amilcare Ponchielli. Una vez concluidos sus estudios en el Conservatorio y de muchas carencias económicas, Puccini escribió su primera ópera Le villi (Las abandonadas). 

Doria Manfredi, prima de Giulia Manfredi © Paolo Benvenuti

En 1883 una publicación del Teatro Illustrato anunciaba un concurso para premiar a la mejor ópera en un acto, auspiciado por Edoardo Sonzogno, un rico industrial y propietario del periódico Il Secolo. Puccini decidió tomar parte, pero habría de encontrarse con muchos problemas en el camino; no contaba con un libreto y el cierre de la convocatoria se aproximaba. 

Por recomendación de Ponchielli, aceptó que fuera el joven poeta, escritor y periodista Ferdinando Fontana, que accedió a cambio de cien liras por acto. El trato quedó cerrado; sin embargo, faltaba dinero para los honorarios de Fontana y el trabajo de los copistas. Puccini regresó entonces a Lucca con el libreto terminado para trabajar en él, pero fue tan apresurado el trabajo que era casi ilegible su escritura en la partitura que envió a último momento. El jurado descartó la ópera y Puccini sufrió un revés no solo por no ganar, sino por no haber recibido ninguna mención.

Aun así, con la ayuda nuevamente de su maestro Ponchielli, que reunió a varios intelectuales italianos a las tertulias en la casa de Marco Sala, un hombre excéntrico, compositor talentoso y muy adinerado. Durante esa velada Puccini tocó, cantó y explicó la ópera paso a paso y la impresión fue muy favorable de los ahí presentes, que decidieron en ese momento reunir fondos para llevar Le villi a la escena. Giulio Ricordi, que sería su editor y agente, ofreció hacer las copias gratis y Arrigo Boito intercedió ante el Teatro dal Verme para que ahí se estrenara la ópera prima de Giacomo Puccini.

El estreno, el 31 de mayo de 1884 a teatro lleno, fue anunciado con bombo y platillo: “Se ofrecerá la primera representación de otra de las óperas presentadas en el Concurso de Sonzogno, que no recibió premio ni honrosa mención”. Esto causó un morbo insólito por escuchar a la obra rechazada.

Vale la pena mencionar que Pietro Mascagni formaba parte de la sección de violines primeros, que había sido condiscípulo y amigo de Puccini en la época conservatoriana. La ópera obtuvo un éxito inmediato y Ricordi adquirió los derechos para todo el mundo. Una segunda versión, ya en dos actos, se estrenó en Turín en diciembre del mismo año y después llegó a La Scala de Milán.

Pero después, en una representación en Nápoles, la obra y compositor fueron abucheados. Aún así, Le villi se representó en Buenos Aires, Hamburgo —en donde el director concertador fue Gustav Mahler—, Nueva York y Viena. El éxito de Le villi le valió el encargo de una segunda ópera, Edgar, y la amistad para toda la vida de Ricordi, uno de los principales editores de música, y posteriormente de sus hijos.

Giulia Manfredi, amante de Giacomo Puccini © Paolo Benvenuti

Durante esa época, la vida sentimental de Puccini comenzó a dar un giro de 180 grados. El maestro Puccini había iniciado una relación con Elvira Bonturi Gemigniani, esposa de Narciso Gemignani, un mujeriego y neurótico, por lo que el matrimonio no prosperó. Elvira tuvo a su primera hija —llamada Fosca— con Narciso, y en 1886 nació su segundo hijo, producto de su relación con Puccini. Le dieron el nombre de Antonio, llamado cariñosamente Tonio. Nació en Monza porque Elvira había abandonado Lucca para ocultar el embarazo y así evitar comentarios.

Si bien es conocida oficialmente su vida sentimental; es decir, que tuvo una pareja oficial durante toda su vida, hay algún pasaje digno de comentar. En 1884 Puccini se había “robado” literalmente a Elvira, la mujer de un amigo suyo, lo que impidió que se casaran hasta 1904, cuando ella enviudó. Narciso murió a consecuencia de la golpiza de un marido que descubrió a su esposa con éste.

Estar casado no impidió que Puccini transitara arriesgados, y seguramente fascinantes, caminos románticos. Guapo, encantador y exitoso, las mujeres se sentían atraídas fácilmente por él. Uno de sus primeros “pequeños jardines”, como él llamaba a estos coqueteos, fue en 1900 con una dama llamada Corrina, que se decía era abogada en Turín. Ese romance causó, como era lógico, problemas con Elvira y solo terminó después de que Ricordi, y una de sus hermanas, intervinieran. El siguiente romance conocido de Puccini fue con Sybil Seligman, la esposa de un rico banquero londinense, quien después de un breve encuentro sexual, rompió la relación por temor a la desgracia, si se descubría. No obstante, siguió siendo una fiel amiga de Puccini y confidente hasta su muerte. 

Siguieron otras historias: con Blanke Lendvai, hermana del compositor húngaro Ervin Lendvai; la aristócrata alemana Josephine von Stengel, para quien construyó una villa en Viareggio en 1915, y la cantante alemana Rose Ader.

Se ha afirmado que muchas de las intérpretes de sus óperas también habían sido sus amantes, lo mismo que damas de la alta sociedad y mujeres que extrañaban a sus esposos —que ejercían la diplomacia en el extranjero— y también de mujeres humildes de pequeñas poblaciones que lo querían por ser simplemente Puccini.

Antonio Manfredi, hijo de Giacomo Puccini y Giulia Manfredi © Paolo Benvenuti

Nadia Manfredi, hija de Antonio Manfredi, nieta de Giacomo Puccini © Paolo Benvenuti

Y Puccini escribió, sin estar consciente, un episodio digno de una ópera que no puso en pentagrama. Si el apellido Manfredi les suena es seguramente por el caso de Doria Manfredi, la joven mujer que trabajó en el servicio doméstico de la familia Puccini desde los dieciséis años y que fue señalada por la esposa de Puccini de ser su amante.

Doria, entonces de 23 años, se tomó un corrosivo y agonizó durante cinco días con sus noches ante la presión y trascendencia que tomó aquel asunto en Torre del Lago en 1909. Se reveló en la autopsia que Doria era virgen y la familia Manfredi denunció a Elvira por difamación y un tribunal la condenó a pasar cinco meses en prisión, que nunca cumplió, porque Puccini arregló el caso con 12,000 liras que dio a los familiares de Doria para cerrar el caso.

Sin embargo, hay muchos misterios en esa triste historia y uno llama sobremanera la atención: ¿por qué Doria nunca se defendió de las acusaciones de Elvira y prefirió terminar con su vida? En esa época, Puccini trabajaba en la composición de La fanciulla del West, cuyo personaje femenino no tiene absolutamente nada de parecido con Doria, pero sí con Giulia Manfredi, la prima de Doria.

“Minnie”, la protagonista de la ópera, es propietaria del bar “La Polka” y una mujer de mucho carácter. Giulia Manfredi era la dueña de la cantina La terraza da Emilio ubicada en las inmediaciones de la casa de Puccini. Esta mujer medía un metro con ochenta centímetros de estatura, era aficionada a la caza, montaba a caballo y no se dejaba intimidar por los hombres que la respetaban, pero cuando era necesario hacía las funciones de “saca borrachos” en su negocio, algo similar a Minnie.

El secreto que Doria se llevó a la tumba salió a la luz con el descubrimiento de la nieta secreta de Puccini, Nadia Manfredi, radicada en Pisa, hija de Antonio Manfredi (el hijo bastardo de Giacomo y Giulia, que nunca llevó el apellido Puccini). 

Durante años, Nadia guardó una maleta con las cartas que Giacomo Puccini le escribió a Giulia, su abuela, además de fotografías y una película casera fechada en 1915. Antonio murió a los 66 años víctima de la misma enfermedad que mató a Puccini, cáncer de garganta. Nadia Manfredi tiene un nieto llamado Giacomo y el parecido con su tatarabuelo es enorme.

Giacomo Puccini a los 18 años, en 1876, junto a Giacomo Manfredi, su tataranieto © Paolo Benvenuti

Esa historia —oculta en un baúl durante muchos años— fue descubierta por el cineasta Paolo Benvenuti que se dio a la tarea de leer las cartas y hacer una película sobre esta historia: Puccini e la fanciulla, del año 2008 dirigida por él y Paola Baroni, con la interpretación de Riccardo Moretti, Tania Squillario y Giovanna Daddi, que en 2009 obtuvo el Golden Owl Award como Mejor Película en el Leeds Films Festival, producida por Arsenali Medicei y la Fundación Festival Puccini.

Los vecinos más longevos de Torre de Lago referían que Puccini había tenido un hijo que fue alejado, junto con su madre Giulia, a los pocos días de su nacimiento, a la ciudad de Pisa.

Después del suicidio de Doria, Puccini se alejó de su esposa y tardó meses en recuperarse de aquel tremendo episodio. Regresó a casa con Elvira y terminó La fanciulla del West. Aunque Doria parecía olvidada, Puccini la escondió en el personaje de Liù de Turandot, quizás como una forma de exorcizar aquel fantasma y pedirle perdón.

Doria Manfredi escapó de la vida en un instante de horror y Puccini la redimió en un símbolo, y la hizo llamar Liù. Ella viene a ser la reencarnación viva, en un homenaje póstumo, al recuerdo de la jovencita que terminara con su vida por causa indirecta de Puccini. 

La vida privada, amorosa y sexual de Puccini nada tiene que ver con el inconmensurable artista que fue, que es hoy y que será hasta que el planeta exista.

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