La Discriminación Invisible: el peso de ser introvertido

La Discriminación Invisible: el peso de ser introvertido en un mundo extrovertido

En la era de la hiperconectividad, se nos puede juzgar por disfrutar de la soledad.

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La sociedad se encuentra cada vez más conectada y la evolución va en ese sentido. Disfrutamos de todos los beneficios que la conectividad nos brinda, desde poder hablar y ver a nuestros seres queridos viviendo a muchos kilómetros de distancia, sentir esa vivencia en tiempo real, trabajar, informarnos de las noticias en el momento en que están sucediendo, instruirnos, investigar, conocer y mucho más. Las redes sociales y la tecnología nos facilitaron la comunicación instantánea y la interacción virtual.

Pero junto a estos avances encontramos una paradoja que nos invita a detenernos: la aparente aceptación de la diversidad en los estilos de vida y personalidades contrasta, con la persistente presión social para ser sociable y extrovertido. Si bien se promueve la idea de que "todo está bien" y que puedes ser quien quieras ser, la realidad es que existe cierto estigma asociado con no ser sociable o extrovertido.

La discriminación de la introversión

Estamos acostumbrados, y en buena hora porque esto es producto del avance social, a pensar en la discriminación por género, por elección sexual, por clase social, por inclinaciones políticas, pero existe una que queda como escondida entre otras de mayor pregnancia social.

Hoy es muy evidente cuando se hace a un lado a las personas por algún tipo de esas elecciones o circunstancias, pero cuando la discriminación cae sobre una característica de personalidad dicha exclusión se realiza de una manera más sutil pero no menos dañina. Esto queda oculto a la vista y se desestima, pero además se descarta.

En la superficie, las redes sociales y otros medios de comunicación ofrecen una plataforma para que las personas expresen su individualidad y se conecten con otros de manera virtual. Se fomenta la idea que es posible construir nuestra identidad en línea, mostrar intereses y establecer relaciones en un entorno controlado. En los más jóvenes la profesión de influencers es una de las más buscadas ya que no solo da” fama y reconocimiento” sino también dinero.

Supuestamente un dinero que llega sin esfuerzo porque estoy “haciendo lo que quiero” por lo tanto no trae consecuencias. Está de más que me explaye aquí en los testimonios de vida y los padecimientos a los que muchos de estos jóvenes, más o menos famosos están sujetos. Un nicho de trabajo nuevo para la atención en salud mental debido al exceso de despliegue de lo privado y por tanta exposición al juicio de otros. Sin embargo, detrás de esta fachada de aceptación y libertad, persisten ciertos juicios sociales arraigados en las expectativas culturales y las normas sociales.

Ser sociable y extrovertido sigue siendo ampliamente valorado y recompensado. Las personas extrovertidas suelen ser vistas como seguras de sí mismas, carismáticas y exitosas en las interacciones sociales, lo que puede generar admiración y respeto por parte de los demás. Por otro lado, aquellos que son más introvertidos o menos sociables pueden enfrentarse a estereotipos negativos, como ser percibidos como tímidos, antisociales o incluso egoístas.

Esta dicotomía entre la aceptación de la diversidad y la presión para ser sociable crea un dilema para aquellos que no encajan en el molde del "súper social" promovido en casi todos los ambientes. Aunque se nos dice que podemos ser auténticos y aceptados tal como somos, la realidad es que existe una preferencia tácita por la sociabilidad y la extroversión.

Esta discrepancia puede generar conflicto interno, ansiedad social y una sensación de alienación para aquellos que no se ajustan a esta norma social implícita. Hace poco tiempo una paciente de 13 años se sintió muy liberada cuando pudimos descubrir que ella no era tímida, y pudo re pensar la idea que para ella ser tímida se asociaba más que nada a no ser aceptada.

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Cuando no nos adaptamos a lo que la sociedad espera de nosotros

La insistencia social para cumplir con las expectativas y demandas de los demás es un fenómeno psicológico complejo que afecta a muchas personas en diferentes aspectos de sus vidas. Desde una edad temprana, nos enfrentamos a presiones sociales para conformarnos con ciertos estándares de comportamiento, logros y apariencia, tanto en el ámbito personal como profesional.

Esta presión puede ser sutil o abrumadora, ejercida por amigos, familiares, colegas a veces con las mejores intenciones e incluso la sociedad en general. El temor a quedarse solo si uno no cumple con estas expectativas puede generar ansiedad, estrés e incluso afectar la autoestima y la salud mental de las personas. El germen del bullying o cualquier tipo de discriminación se encuentra alojado aquí.

La soledad resulta como un fantasma que se esconde en ese no ser sociable o carismático, a menudo es percibida como un estado negativo, pero también puede ser reinterpretada como un mecanismo de defensa frente a la presión social abrumadora y la dificultad para responder a ella de manera saludable. Cuando nos encontramos constantemente bombardeados por expectativas y demandas externas, especialmente en un mundo cada vez más interconectado y con una creciente exposición a través de las redes sociales, la soledad puede surgir como un refugio emocional.

En este contexto, la soledad puede actuar como una pausa necesaria, un espacio para reflexionar, recuperar energías y reconectar con uno mismo. Cuando nos sentimos abrumados por la presión social, puede resultar difícil discernir nuestras propias necesidades y deseos auténticos de las expectativas externas. La soledad nos ofrece la oportunidad de sintonizar con nuestras emociones, pensamientos y valores internos, permitiéndonos reevaluar nuestras prioridades y tomar decisiones más alineadas con nuestro verdadero ser.

También puede ser un recordatorio de nuestra autonomía y capacidad para resistir las influencias externas. En un mundo donde la validación social a menudo se busca a través de la conformidad con las normas y expectativas impuestas, la soledad puede ser un acto de resistencia, un rechazo silencioso de la presión para encajar en un molde predefinido. Al elegir la soledad, afirmamos nuestro derecho a definir nuestras propias identidades y seguir nuestro propio camino, incluso si eso significa alejarnos temporalmente de las conexiones sociales.

Eso hace que tratar este tema desde la salud mental requiera de un análisis a conciencia, ya que hasta cuando se trata de la soledad que nos permite la introspección o es el producto del aislamiento es algo a lo que no podemos restarle importancia. Estemos atentos a nosotros mismos y verifiquemos a conciencia nuestros sentimientos ya que son ellos quienes nos van a guiar y nos van a decir cuál es la medida de lo saludable para nosotros mismos. La soledad no discrimina por edad, y la presión social tampoco.

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La soledad en la era de la hiperconectividad

La soledad en la era de la hiperconectividad es un fenómeno intrigante y paradójico. En un mundo donde estamos constantemente rodeados de tecnología que nos permite comunicarnos instantáneamente con personas de todo el mundo, parece irónico que la soledad sea un problema cada vez más común. Sin embargo, la realidad es que la hiperconectividad no siempre equivale a una conexión significativa y satisfactoria con los demás.

Las redes sociales y las plataformas de mensajería instantánea nos brindan la ilusión de estar siempre acompañados. Podemos tener cientos o incluso miles de amigos en línea y recibir constantemente notificaciones que nos hacen sentir que estamos conectados. Pero detrás de esta fachada digital, muchos experimentan una profunda sensación de aislamiento emocional.

Una de las razones de esto es que la conexión en línea tiende a ser superficial y efímera. Los "me gusta", los comentarios y los emojis pueden brindar una gratificación instantánea, pero rara vez conducen a relaciones profundas y significativas. Además, el uso excesivo de la tecnología puede llevar a una desconexión de las interacciones cara a cara, que son fundamentales para satisfacer nuestras necesidades emocionales y psicológicas más profundas.

También es cierto que fuera de la conectividad si queremos crear lazos entre otros humanos nuestra acción tiene que estar alineada en mostrar interés y empatía con el otro. La individualidad donde siempre esperamos que la otra persona sea quien proponga el encuentro debería quedar atrás. Al ver las vidas aparentemente perfectas de los demás en las redes sociales, es fácil sentir que nuestra propia vida no está a la altura, que no tenemos nada interesante para decir o que nuestro día a día es demasiado común para otros, lo que puede generar una sensación de separación y soledad. Pero la mayor parte de las veces no necesitamos más que simplemente nos pregunten como estamos de una forma sincera y afectuosa.

Por otro lado, la soledad también puede manifestarse incluso cuando estamos rodeados de personas físicamente. El miedo al rechazo, la falta de habilidades sociales o simplemente la sensación de no ser comprendido pueden hacer que una persona se sienta sola incluso en medio de una multitud. En última instancia, la clave para abordar la soledad en la era de la hiperconectividad radica en buscar conexiones genuinas y significativas. Esto implica priorizar la calidad sobre la cantidad en nuestras relaciones, cultivando la empatía y la comprensión mutua, y dedicando tiempo a interactuar cara a cara en lugar de simplemente a través de pantallas.

También es importante aprender a desconectarse de vez en cuando, para poder estar presentes en el momento y en las relaciones que realmente importan. En un mundo donde la tecnología puede ser tanto una bendición como una maldición en términos de conexión humana, encontrar un equilibrio saludable es esencial para combatir la soledad y cultivar relaciones significativas.

Sin embargo, es importante reconocer que la soledad como mecanismo de defensa puede volverse problemática si se convierte en un aislamiento crónico y perjudicial. Si la soledad se prolonga demasiado, puede contribuir a sentimientos de alienación, depresión y ansiedad. Por lo tanto, encontrar un equilibrio saludable entre la conexión social y la soledad es fundamental para el bienestar psicológico. Esto implica aprender a establecer límites saludables, comunicar nuestras necesidades de manera efectiva y cultivar relaciones que nos apoyen en lugar de presionar.

Aunque la soledad es a menudo vista como un problema que afecta principalmente a las personas mayores, las estadísticas demuestran que también es un problema significativo entre los adultos más jóvenes, especialmente aquellos que experimentan presiones sociales para ser extrovertidos y constantemente conectados.

La paradoja de la sociedad altamente conectada radica en la discrepancia entre la aparente aceptación de la diversidad y la persistente presión social para ser sociable y extrovertido. A pesar de los mensajes de inclusión y autenticidad, no ser sociable sigue siendo visto con cierto estigma en muchos contextos sociales. Este conflicto entre la aceptación y la presión social plantea preguntas importantes sobre la verdadera naturaleza de la conexión humana y la necesidad de reconocer y valorar la diversidad de estilos de vida y personalidades.

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Psicóloga

Buenos Aires

Silvana Weckesser es psicóloga especializada en el ámbito clínico y docente universitaria, así como escritora. Su consulta se encuentra en Buenos Aires.

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