Coralie Fargeat, Dennis Quaid, Margaret Qualley y Demi Moore en el estreno de 'The Substance' en Cannes.  Foto: EFE/EPA/SEBASTIEN NOGIER

Coralie Fargeat, Dennis Quaid, Margaret Qualley y Demi Moore en el estreno de 'The Substance' en Cannes. Foto: EFE/EPA/SEBASTIEN NOGIER

Cine

'The Substance', la película más aberrante, excesiva y demencial de Cannes

Protagonizada por Demi Moore, es un filme sin frenos al que solo redime su inteligencia y su humor… si es que tenemos estómago para digerirla.

20 mayo, 2024 10:50

No podía imaginar Oscar Wilde que su fábula de Dorian Gray pudiera dar pie, 135 años mediante, a probablemente la película más aberrante, excesiva y demencial que ha concursado en Cannes en las últimas décadas.

Ríanse de Titane, también dirigida por una francesa, como concepto de película-impacto. Lo de The Substance está claramente en otra dimensión, un tour de force, una película sin frenos que solo la puede redimir su inteligencia y su humor… si es que tenemos estómago para digerirla.

La dirige Coralie Fargeat y la protagonizan Demi Moore y Margaret Qailley, en un pulso de exposición de sus cuerpos absolutamente sin precedentes. Una monstruosidad, vamos.

Eso nos cuenta la película, la creación de un monstruo bipolar y autodestructivo. El trayecto de una gran estrella del cine en los años ochenta (Demi Moore) que ya en su madurez de los 50 años, muy bien conservados, es apartada del juego del espectáculo para dar paso a un cuerpo joven que renueve su ya casposo programa de fitness en la televisión.

Incapaz de aceptarlo, recibe la posibilidad de aplicarse 'La Substancia', una alteración genética con la cual puede engendrar una “versión más joven y más hermosa” de sí misma. La condición es que lo será solo durante semanas alternas.

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Tras un alucinógeno homenaje a la fuga kubrickiana de 2001 mezclada con Inseparables de Cronenberg, nace Sue (Quailley), que se presenta al casting y le tomará el relevo como la gran estrella del entretenimiento. Es la misma persona, pero no lo es. Una batalla de egos que no puede acabar bien.

La fábula histriónica, muy directa y muy inteligente, escala a horror movie en su militancia contra el sexismo y la jubilación prematura en la industria del entretenimiento, una vez que la juventud se ha marchitado.

En su segunda película, Fargaet lleva al extremo y regurgita la “nueva carne” cronenbergiana, proponiendo una nueva percepción de lo grotesco y del horror corporal, al tiempo que toma prestados, para hipertrofiarlos, momentos icónicos y atmósferas repulsivas de David Lynch (El hombre elefante), Brian de Palma (Carrie y Doble cuerpo) o Darren Aronofsky (Réquiem por un sueño).

La sombra más larga, acaso su matriz, sin embargo, puede que la ejerzan El retrato de Dorian Gray y la película que dio comienzo a cierto terror moderno, ¿Qué pasó con Baby Jane? 

La tradición del filme es manifiesta y su propósito evidente. La última media hora no parece tener techo en su capacidad de transgresión y provocar repugnancia, también asombro. Cuando parece que el carácter o la naturaleza enfermiza de la propuesta no puede ir a más, encuentra la forma de hacerlo.

Tanto en su dimensión visual como sonora, todo es histriónico y todo está hipertrofiado, y es precisamente su coartada de cuento moral o de fábula cruel lo que da carta blanca a la directora para no pisarle nunca el freno a la representación gore, sangrienta y nauseabunda.

Todo ello acompañado de excelentes, crueles, icónicas ideas visuales y una realización absolutamente portentosa. Se ama o se detesta, pero el Festival de Cannes ha vuelto a hacerlo con The Substance: engendrar un genuino engendro. A ver quién supera esto.

El narco-musical queer de Audiard

Las sorpresas no siempre son bienvenidas pero ciertamente el concurso de Cannes necesitaba también algo así como lo que ha traído la película de Jacques Audiard a las butacas del Palais. Emilia Pérez no es la clase de filme que se esperaría del director de El profeta, pero tampoco lo era Dheepan para el caso, con la que ganó la Palma de Oro.

Ha regresado el francés con una suerte de narco-musical queer, rodado en español, en torno a la imaginada metamorfosis de un capo de la droga, Manitas del Monte, en una heroína nacional, Emilia, adalid de las buenas causas en la búsqueda de desaparecidos, tras someterse a un cambio de sexo.

Todo eso que suena muy eléctrico y contemporáneo en verdad no lleva vestiduras tan dinámicas ni novedosas como cabría esperar, y no son pocos los peros que podemos ponerle al filme, pero al menos ha traído algo distinto a la competencia.

Es posible que en manos de Almodóvar el relato, demasiado ambicioso (esto es, que quiere abarcar muchos temas y géneros), hubiera obtenido mayor foco y justicia. Ahí está casi todo lo que le interesa a su cine, desde luego.

Aún con todo, Audiard ha logrado cocinar con sus ingredientes un filme bastante disfrutable y singular, capaz de mantenerte alerta y curioso por sus derivas en todo momento.

Karla Sofia Gascon, Jacques Audiard, Zoe Saldana y Selena Gomez presentan 'Emilia Pérez' en Cannes. Foto: EFE/EPA/SEBASTIEN NOGIER

Karla Sofia Gascon, Jacques Audiard, Zoe Saldana y Selena Gomez presentan 'Emilia Pérez' en Cannes. Foto: EFE/EPA/SEBASTIEN NOGIER

Protagonizada por la madrileña Karla Sofía Gascón en el mutante papel de Manitas y Emilia, y por Zoe Saldaña en la piel de su abogada y factótum, y a través de cuyos ojos se cuenta la historia, Emilia Pérez, la película, encuentra su identidad genérica con el mismo arrojo y determinación con el que lo hace Emilia Pérez, el personaje.

El musical pop convive con el drama criminal, que a su vez convive con el melodrama y el relato romántico, y todo ello con un retrato plagado de exotismos y tópicos de México, en el que, ay, solo hay una intérprete mexicana en el reparto principal, Adriana Paz. También incorporan personajes principales la estadounidense Selena Gomez, como la mujer de Manitas, y el venezolano Edgar Ramírez, el amante de ésta última.

Hay que exigirle alta musicalidad a un musical cuyos números son en su mayor parte narrativos, pero en este aspecto la película más bien flojea una vez disipada la sorpresa inicial del primer baile.

Será prácticamente el único que se sostiene a partir de una vistosa coreografía, siendo el resto más bien bailes de imágenes, que no de cuerpos, mientras que los temas musicales no son gran cosa, aparte de cortos, como banales contenidos de TikTok (hay uno en la sala de operaciones que igual resulta cómico sin buscarlo), bastante similares entre sí y pobremente cantados.

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Forma parte esta decisión seguramente del aire ligero y desenfadado que quiere el filme para sí mismo, pero en verdad la trama va oscureciéndose y agravándose a medida que plantea su conflicto nuclear: que cambiar de sexo y de identidad no implica cambiar de moral, ni convertirse en mejor o peor persona.

Zoe Saldana en 'Emilia Pérez'

Zoe Saldana en 'Emilia Pérez'

Durante buena parte de su metraje esto es lo que parece darnos a entender el filme, porque cuando el personaje protagonista es Manitas es un temible asesino sin escrúpulos y cuando es Emilia es muy agradable y lidera una ONG contra el feminicidio.

Algo ocurre para que su verdadera naturaleza salga a flote en el último tramo de la película, y entonces cambian las reglas del juego. Entonces, la pantalla nos muestra algo más que las piezas de un guion sin complejos o de una realidad social que el cine ayuda a normalizar. Nos muestra a un ser humano.