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Una diva de pueblo

Graciela Borges trabajó con muchos de los principales directores de cine de nuestro país, y se transformó en una de las caras más emblemáticas del cine nacional.

Tenía 14 años cuando Hugo del Carril -que ya era una leyenda-, la eligió para un papel en Una cita con la vida. Su padre no quería que el apellido familiar -Zavala- fuera comidilla en el mundo del espectáculo, por eso, Graciela, decidió utilizar el apellido de un escritor cuya lectura lo había impactado por esos años: Borges. Como había sido muy retraída -sus padres se separaron cuando ella recién había cumplido un año-,su madre, a los siete años, la inscribió para tomar clases de declamación que se impartían en el colegio de monjas al que concurría, el Santa Unión del Sagrado Corazón. El primer poema que le tocó recitar comenzaba diciendo: “Doctorcito, doctorcito”. Fue una atrocidad: “Cuando me di cuenta que tenía que recitar sola frente a un grupo de gente, creí morirme. Pero ocurrió algo extraño. Comencé a advertir que el hecho de decir palabras de otros tenía cierta magia, un extraño don. Me hacía perder la timidez”. Después se anotaría en el teatro infantil Labardén, y en el Conservatorio Municipal de Arte Escénico. Un día, Hugo del Carril fue al colegio en busca de escolares para una película. Y allí la encontró a ella.

En el Conservatorio tuvo varios maestros fundamentales en su formación, pero el que tuvo una influencia fundamental en su vida fue Antonio Cunill Cabanellas: “Frente a mis inseguridades él solía decirme: Nunca te quedes con las cosas chiquitas. Ni con el cine, ni con el teatro, ni con la televisión pequeña. Tenés que crecer porque naciste para ser alguien importante”.

Su talento se fue consolidando a la sombra de algunos de los mayores hacedores de nuestro cine. En 1969, Leonardo Favio la convocó para El dependiente, fue la musa de Leopoldo Torre Nilsson -con quien hizo seis películas, empezando por Fin de Fiesta, en la que participó teniendo 16 años-, actuó junto a Alfredo Alcón y Atahualpa Yupanqui en la película Zafra, de Lucas Demare; pero también fue requerida por las nuevas generaciones de realizadores como Lucrecia Martel, Diego Kaplan, Luis Ortega o Daniel Burman. Para ella no cambian las modalidades de trabajo se trate de un realizador joven u otro de larga trayectoria: “Filmé mi anteúltima película con Alejandro Doria, y era un joven que estaba enfermo pero lleno de energía y de amor en su cámara. Y Burman, lleno de solidez y responsabilidad como si fuera grande... El talento va delante de todas las cosas. Y ocupa su lugar natural. Tal vez, haya edades en que quieren distintas cosas o distintos temas. Por eso, es bueno trabajar con todos”.

No piensa que, en términos cinematográficos se pueda decir del cine argentino que todo tiempo pasado fue mejor: “Ninguna. Siempre pensé que antes había películas maravillosamente contadas y horrendamente contadas. Y en esta época pasa lo mismo. Aunque yo prefiera en mi corazón a Favio o a... no sé”. A Leonardo Favio la unía un cariño de hermana, y la gratitud de una alumna hacia un maestro inmenso: “Es mi director favorito, mi amigo del alma. Fue mi compañero, cuando hice mis primeros films a los 16 años con él. Para mí es conmovedor pensar en él. Adoro a Favio y a sus películas”.

Cuando era chica, en el conservatorio de arte dramático, un maestro dijo: “Ustedes tienen que saber lo que es el teatro sabiendo lo que no es el teatro”. Por eso decía haber aprendido mucho viendo también teatro malo: “Los que no me gustaron permitieron que tomara conciencia de lo que no se debe hacer”.

Su actuación preferida es la que hizo en la película Heroína, de 1972, dirigida por Raúl de la Torre, en la que compartió elenco con Pepe Soriano, Lautaro Murúa y María Vaner. Su papel es el de una traductora esquizofrénica que termina internada en un hospital psiquiátrico: “Fue lo más parecido a mí. Era como una historia contada de mi vida. Todo el mundo cree que son otros los personajes, pero Heroína fue mi película de mayor logro para mi conciencia emocional. Fue el personaje que más feliz me hizo”. La película le exigió tanto física y emocionalmente que quedó demolida por mucho tiempo. El profundo compromiso con lo que hace es, quizás, uno de los rasgos más salientes de esta actriz cuya vigencia sigue resplandeciendo.

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