Domingo, Solemnidad de Pentecostés.- 19-05-2024. – Mater Mundi TV
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Domingo, Solemnidad de Pentecostés.- 19-05-2024.

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“Recibid el Espíritu Santo”

Evangelio según S. Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Meditación sobre el Evangelio

Los acontecimientos vividos los tenían embotados, desconcertados, desconfiados y temerosos. Tenían miedo a los judíos y permanecían unidos. No habían creído a María Magdalena ni a las demás mujeres la noticia de la resurrección. Jesús, trascendiendo tiempo y espacio, se presenta en medio de ellos. El amor no está sujeto a limitaciones; se mueve a placer entre lo visible y lo invisible. Lo primero que les lleva de su parte, habiéndose cumplido ya toda escritura, y conociendo sus temores y cómo están, es su paz. Y se llenan de alegría. Él insiste: «Paz a vosotros»; y desde ella los envía. En su cuerpo resucitado resplandece el amor. Es lo que nos llevaremos de aquí al perseverar, el amor vivido, consumado, que es lo que dejará huella en nosotros resucitados para el Paraíso. Cristo lleva el exponente máximo de ese amor, que son sus llagas (“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” —Jn 15—), y se las muestra: ¡Hasta aquí llegad!; hasta aquí desvivíos para que otros vivan; hasta aquí la divina Caridad; hasta aquí vosotros, si fuera necesario, con la fuerza de mi amor, con mi Espíritu metido en vuestro sí de cada día; hasta aquí me envió mi Padre; hasta aquí os envío yo; no temáis; no seréis vosotros, sino yo que habitaré en vosotros (cf Gál 2,20); por eso, al recibir mi Espíritu, mi forma de ser, que es amar, a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados, y a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

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