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Nankín: vamos a cortar cabezas

por Jorge Ortiz

Nankín matanza
Memorial a las víctimas de la matanza de Nankín.

La matanza de Nankín es una de las más espantosas de las que haya registro y puede considerarse un antecedente del holocausto nazi. No se sabe cuántas personas murieron: cien mil dicen las estimaciones más parcas, trescientas mil aseguran los cálculos más holgados.

El avance de las tropas fue raudo y resuelto, ocupando aldeas, pueblos y ciudades. Y fue, sobre todo, sangriento. La orden era -según parece- no hacer prisioneros, que serían un obstáculo para la celeridad de la marcha, sino avanzar con la mayor rapidez posible hacia la capital, que debía ser capturada sin demoras ni miramientos, al precio que fuere. Era 1937, un año de malos rumbos y pésimos presagios, en que se veía llegar una segunda gran guerra que involucraría a casi todo el planeta. Eso explicaba la urgencia del avance japonés por el Asia Oriental.

Ya seis años antes, en septiembre de 1931, el Imperio del Japón había ocupado la Manchuria, la inmensa región montañosa del noreste de China, cuyo suelo es abundante en minerales. Pero en 1937, con Hitler, Mussolini y Stalin gobernando sus respectivos países y con las tensiones internacionales al rojo vivo, había que apresurarse en ocupar lugares estratégicos antes de que estallara la guerra inevitable. Y Nankín, la capital china, ubicada en el delta del río Yangtsé, sin duda era un lugar estratégico. Por eso la orden fue tomarla sin retrasos ni contemplaciones.

Y, en efecto, las tropas japonesas no tuvieron contemplaciones: en seis semanas de desenfreno, que empezaron en cuanto fue doblegada la endeble resistencia del ejército chino, fue perpetrada una de las matanzas más espantosas de las que haya registro. No se sabe cuántas personas murieron: cien mil dicen las estimaciones más parcas, trescientas mil aseguran los cálculos más holgados. Fueron, en todo caso, las suficientes para que lo ocurrido en Nankín entre diciembre de 1937 y enero de 1938 alcanzara el nivel de un holocausto.

La matanza de Nankín puede considerar un antecedente histórico del holocausto nazi.

Unos días más tarde, con el Imperio del Japón habiendo consolidado ya sus posiciones en el Asia Oriental, ocurrió un relevo en el mando de las tropas que ocupaban Nankín. Y el nuevo comandante descubrió lo sucedido: no sólo habían sido violadas miles de mujeres y castrados miles de hombres como una estrategia deliberada para sembrar el terror y forzar la sumisión, sino que los asesinatos habían sido cometidos de maneras brutales: personas quemadas con gasolina, o despedazadas por perros hambrientos, o colgadas de ganchos prendidos a la garganta, o atravesadas con bayonetas…

Se contravinieron todas las leyes de la guerra. Se cuenta, por ejemplo, del “reguero de los diez mil cadáveres”, en que miles de prisioneros cavaron una fosa de trescientos metros de largo por cinco de ancho, en la que ellos mismos fueron enterrados tras un fusilamiento masivo. Y se sabe también que en las orillas del Yangtsé tiroteaban a otros miles de personas, con las manos atadas a la espalda, para que a los cadáveres los arrastrara la corriente. Nankín -lo cuenta la periodista Iris Chang en su libro sobre la matanza- “hedía a carne putrefacta y el río se enrojeció por la sangre”.

Pero acaso el suceso más sobrecogedor -relatado ya por entonces en dos diarios japoneses, el Osaka Mainichi Shimbun y el Tokio Nichi Nichi Shimbun- es el de dos suboficiales del ejército imperial que, en el fragor de la captura de la ciudad, se desafiaron a decapitar cien chinos antes de que lo hiciera el otro, usando una ‘katana’, el sable de los guerreros samuráis. No se sabe quién ganó, pero los dos cumplieron su cuota: el un militar cortó ciento seis cabezas, el otro ciento cinco. La mayoría, según parece, no fueron en combates cuerpo a cuerpo, sino ejecuciones de soldados rendidos.

La ocupación japonesa de China concluyó en agosto de 1945 con la capitulación del Japón tras los bombardeos atómicos estadounidenses en Hiroshima y Nagasaki. Para entonces, la Guerra Sino-Japonesa, iniciada en 1931 con la toma de la Manchuria, se había fundido en la Segunda Guerra Mundial. Las potencias del Eje se rindieron sin condiciones. Nankín siguió siendo la capital china hasta 1949, pero las cicatrices de la masacre persistieron varias décadas. Los suboficiales que compitieron cortando cabezas fueron entregados a la justicia china, que los condenó a muerte. Los dos fueron ahorcados.

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Si bien la televisión ha hecho que el público lo conozca, su mejor faceta es la de la escritura, donde demuestra no solo un envidiable conocimiento histórico, sino un estilo terso e impecable. Él dice lo que piensa y lo que cree.
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