Recordamos con tanta nitidez el impacto de Hopes and fears que cuesta creer que ya hayan transcurrido dos décadas completas de todo aquello, pero empezamos a familiarizarnos de manera casi cotidiana con esa sensación de fugacidad vertiginosa. En cualquier caso, pocos álbumes de los primeros capítulos del nuevo siglo merecen más un tratamiento conmemorativo que esta obra de arte preciosa e inolvidable, y la reedición está más que justificada ante la abundancia de material raro o inédito que el trío de Sussex atesoraba en sus cajoneras. Porque la recuperación de los 12 temas originales nunca está de más, sobre todo si ahora nos los encontramos refrescados por una nueva mezcla y masterización en la meca de Abbey Road. Pero el atractivo irresistible de esta triple entrega de los hoy ilustres Keane la encontramos en la hora y tres cuartos de música que nos reservan los otros dos cedés del lote.

 

El tercero, dedicado a las maquetas, siempre invita a la curiosidad casi morbosa por la apariencia casi embrionaria de canciones que meses después se convertirían en éxitos planetarios. Las demos a veces son tan toscas, adustas y esquemáticas que pueden aburrir, pero no sucede con estas: el trabajo del pianista y compositor principal, Tim Rice-Oxley, ya deslumbraba y seducía desde aquellas formulaciones básicas. Pero el verdadero tesoro aquí lo encontramos en el segundo CD, una docena de “caras B y rarezas” que representan todo un álbum paralelo y que conocíamos solo en parte. Se trata de una especie de bis para Hopes and fears y no solo lo enriquece y complementa, sino que aporta tres o cuatro títulos nuevamente superlativos. Y una sorpresa monumental: ese Love actually que Chaplin, Rice-Oxley y el batería Richard Hughes propusieron como tema central para la exitosísima película homónima de 2003 y que, tras ser rechazado por su director, Richard Curtis, la banda había mantenido en secreto a lo largo de dos décadas.

 

Curtis acabaría tirándose de los pelos al comprobar, pocos meses después de su negativa, el arrollador éxito de Hopes and fears. Pero es de justicia contextualizar: era una osadía por parte de Tom Chaplin y sus todavía inéditos y desconocidos Keane pretender erigirse en protagonistas principales de la música para una película de alto presupuesto; y además Love actually, la canción, es una de esas piezas de combustión lenta que solo acaban de enamorar y desentrañarse tras varias escuchas. Quizá un corte de carácter más instantáneo, como los hoy canonizados Somewhere only we know, This is the last time, Bedshaped o, sobre todo, Everybody’s changing, habría resultado más convincente para los oídos del también realizador de Notting hill, Cuatro bodas y un funeral o El diario de Bridget Jones.

 

En todo caso, es de agradecer el amor que tradicionalmente Chaplin, Rice-Oxley y compañía han profesado por el concepto de las caras B, una circunstancia ya poco arraigada en su generación. Y entre las que provienen de aquellos años hay una sencillamente soberbia, Snowed under, que acompañó el single de Somewher only we know y en cuya letra aparece, de hecho, la mención a “Hopes and fears”. Hay que disponer de grandes cantidades de material primoroso para orillar una canción así, que habría merecido todos los honores incluso en el repertorio en estado de gracia que acabó integrando el álbum de 2004.

 

Otras rarezas del segundo disco, sobre todo el tramo central a piano y voz, son más circunstanciales y sí parecen piezas menores o a medio terminar. Pero entre las páginas del todo inéditas también sobresalen Get away from yourself y, sobre todo, Wonderful river, de una sensibilidad arrebatada y adorable, a la altura de lo mejor de sus firmantes. Pero con la peculiaridad de que se grabó extrañamente con Tim haciéndose cargo de la voz principal, lo que incrementa su fragilidad hasta casi el temblor. Es una rareza en toda regla, pero también la constatación definitiva de que la eclosión planetaria de estos muchachos, hace ahora justo cuatro lustros, fue una circunstancia trascendental y merecida.

 

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