La casa, crítica de la película de Álex Montoya
 (2024)
La Casa
Cine - Series / Álex Montoya


La Casa

9 / 10
Fran González — 14-05-2024
Empresa — A Contracorriente Films
Fotografía — Cartel de la película

Con poco más de una hora y veinte de metraje, y de la raíz viñetística de Paco Roca, el cineasta Álex Montoya nos entrega una firme y sencilla candidata a mejor película nacional del año con la adaptación cinematográfica de “La Casa”, el personalísimo relato del valenciano que retrata los tiras y aflojas de tres hermanos enfrentados contra el paso del tiempo y las vicisitudes de la madurez. En torno a ellos encontramos una protagonista muda que nos cautiva desde la más cercana melancolía: esa vivienda que podría ser la de cualquiera, pero es la de ellos, sin importar que su propiedad termine en manos de quien sea. Con sus naranjas que pican, sus memorias en Súper-8, sus higueras y sus noches en el porche entre sardinas (o gambas) y vinos añejos.

Cada equis tiempo Roca ve como sus obras cobran vida y se trasladan del papel al celuloide con más o menos acierto. En esas, este célebre autor de cómic consiguió llevarse al bolsillo aquel merecidísimo Goya compartido a Mejor Guion Adaptado por la versión animada de “Arrugas” (11). Y aunque desde entonces no hayamos visto brillar con la misma intensidad la adaptación de ninguna otra de sus obras, Montoya ha sabido elegir con tino una de las mejores de su repertorio, galardonada con un Eisner y capaz de robarnos el corazón al primer estoque.

A pesar de su portada, brillantemente heredada de su texto homónimo, la cinta termina resultando una propuesta mucho más coral de lo que a priori pueda parecer, revelándonos un pequeño espacio para el sentir propio de cada uno de sus personajes. De hecho, y a pesar de que David Verdaguer (Jose) continúe haciendo méritos para ser considerado como uno de los mejores actores de nuestro tiempo, la gran sorpresa nos la da Óscar de la Fuente (Vicente), quien encarna a un frágil alfa, lleno de aristas y castigado por los años, convencido de ser el único que tira del carro en una familia desvinculada y dividida.

Pero si la cosa va de ponerle nombre a la emoción más sobrecogedora, habría que romper una y mil lanzas por Luis Callejo, protagonista en la sombra que, con disimulo, nos roba más de un sollozo gracias a ese papel de padre roto y atropellado por la vida. En diálogo pretérito, y sin poder evitar sentir que podría habérsele sacado mucho más partido a su contribución, suya es la labor de enseñarnos que, a pesar de que los roces y las disparidades entre sus hijos hayan marcado la evolución de sus lazos (y salgan a flote entre reproches de sobremesa), lo que verdaderamente prima es su denominador común, lo que los tres comparten y lo que les uniría hasta con su más extremo antagonista. Un saco de memorias de estar por casa, resumidas en el valor de los pequeños detalles (una ventana con vistas, unas alpargatas, una visita al médico) que se acentúan a lo largo de tres días de reencuentro y sensaciones a flor de piel.

Su elenco no podría estar en mejor estado de forma. Desde el siempre eficiente Miguel Rellán hasta el papel de las niñas y no tan niñas, quienes consiguen doblegar con dulzura los pesares de sus machacados padres. Y es que su tono, a pesar de evolucionar desde el más intenso drama y estar profundamente acentuado por la excelsa banda sonora de Fernando Velázquez, nunca llega a sobrepasar del todo el exceso barato y lacrimógeno de otros filmes similares, manteniéndose con decencia supina en ese estoicismo natural y contemplativo que sus espectadores agradecerán.

Dignificando la ya manida etiqueta del drama intimista, la traslación entre formatos resulta exquisita, brillando en equivalencia cuando es preciso e improvisando cuando toca. El sello de Roca permanece, no solo por su sorprendente cameo, sino también por esa forma que el guion tiene de romper el espacio-tiempo, devolviéndonos al crudo presente tras flashbacks conmovedores (un recurso que, precisamente, veríamos de forma bastante regular en “Arrugas”). De este modo, su discurso nos deja muchas enseñanzas por el camino (entre ellas, que la felicidad a veces está en montar una pérgola y en un abrazo de siete segundos). Pero la más poderosa de todas es que, aunque reneguemos de las más íntimas debilidades y minucias heredadas de nuestros progenitores, al final del camino son las únicas lecciones de vida a las que asirnos para enfrentarnos a la misma.

 

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