Todo comenzó con la columna de Yolanda Reyes, publicada en El Tiempo (29 de abril de 2024), bajo el título “El buenismo y la lectura”, a la que se sumó Carolina Sanín desde su monólogo vía Youtube en la revista Cambio.  

Dijo Yolanda:

“…el entusiasmo suscitado por ‘El infinito en un junco’ contrasta hoy con la carencia de espacios para la divulgación cultural (por no decir para la crítica literaria) en Colombia. Entre el discurso “buenista” que confiere a la lectura la responsabilidad salvadora de solucionar inequidades con la visita esporádica de alguna autora (“una palabra tuya bastará para sanarme”) y la precariedad de la pedagogía de la lectura y de las acciones culturales hay un abismo tan grande como las brechas de inequidad de este país, que se reflejan también (pero no solamente) en el ámbito simbólico”.

Intuyo que Reyes y Sanín quisieron decir, sin decirlo, que en Colombia hemos endiosado a Irene Vallejo, (¿acaso sobrevalorado El infinito en un junco?), pero no lo dijeron así quizás para no alborotar avisperos. El hecho concreto es que las escritoras bogotanas levantaron tremenda polvareda, lo cual aplaudo, porque a manera de grito han puesto sal en la herida sobre un tema urgente: los programas de fomento a la lectura en Colombia. 

Las redes sociales le cayeron con todo su veneno a Yolanda Reyes. “No te conozco pero pasaste del anonimato al desprestigio”, dijo un tuitero, en tanto que otro preguntó “¿por qué tanta mala leche con Vallejo?”, y una persona más trinó con sarcasmo: “¿y quién es usted, además de una envidiosa?

No es ninguna aparecida. Yolanda Reyes es una escritora y educadora con varias décadas en el trasegar libresco, dueña de una gran sensibilidad social y literaria, (tan licita como la sensibilidad social-literaria de Irene Vallejo), promotora de lectura y autora de varias obras leídas dentro y fuera de Colombia. Decir, como muchos dicen, que Irene Vallejo ha hecho más por la lectura que Yolanda Reyes es tremendamente injusto con la segunda, pues por más de 30 años ha liderado Espantapájaros (una apuesta alrededor del arte y la literatura en la primera infancia) y contribuido a la formulación de políticas públicas sobre estos temas.

A mi manera entiendo e interpreto la molestia de Yolanda Reyes. En primer lugar, porque no hay una apropiación de lo nuestro y fácilmente nos descresta lo foráneo; de eso culpemos a esa identidad-no identidad que nos atraviesa. ¡En qué mal concepto nos tenemos como nación! Valdría la pena reflexionar algún día sobre nuestra baja autoestima nacional. Para empezar, en la FilBogotá (¿por qué no llamarla así, con el nombre completo de la ciudad?), los niños deberían encontrarse con los personajes de Rafael Pombo, por decir algo, y no con Chucky o Mario Bross, los paseantes de Corferias, que nada tienen que ver con el universo literario.

En el caso específico de la literatura, hay un desconocimiento (¿acaso desprecio?) por autores colombianos que no son “superventas”, si es que el término aplica para Colombia, un país con tristísimos índices de lectura, (aunque vamos mejorando), donde poquísimos escritores se dan el lujo de decir que venden libros como vender pan caliente. Y me refiero casi que exclusivamente a Mario Mendoza, único colombiano al que su editorial, Planeta, le tiene stand propio en la feria, para la venta de su obra, incluidas las novelas gráficas y cómics, lo que no ocurre ni siquiera con Gabriel García Márquez, nuestro único Premio Nobel de Literatura, cuya obra es la memoria misma de este país.

Me parece válido unirse al reclamo de Yolanda Reyes para que  abunden los escenarios donde se pueda, como dice ella, “conversar sobre los libros (con o sin sus autores presentes), y tocarlos desde la primera infancia, y escribirlos y leerlos durante las ferias, pero, sobre todo antes y después, durante todo el año, en la escuela, en la biblioteca, en la casa y, ojalá en una librería…”.

Que nadie se moleste porque se diga que somos un país donde poco se lee, ni siquiera escribimos bien; la mala ortografía delata las falencias del sistema educativo, y esto no es de ahora. ¡Qué paradójico! Fuimos a la escuela a aprender a leer y escribir y después se nos olvidó que sabíamos leer y escribir. Estamos en deuda con tantos colombianos que hacen un trabajo silencioso para recordarnos que los libros no muerden. Nos falta entender que el desarrollo de competencias lectoras y literarias en los ciudadanos podría abrirnos la senda hacia un país posible.

En su monólogo vía YouTube, Carolina Sanín habló sobre la devoción que suscita la escritora española y se refirió a la cuestión de la envidia:

“Es muy curioso que en un momento en que no hay espacio para la crítica literaria, y (…) no hay crítica literaria, tan pronto como surge una objeción o algún escepticismo sobre una obra se trate a la autora de la crítica de envidiosa. Y digo la autora porque muy curiosamente es una acusación que aflora cuando se trata de mujeres. Las mujeres si se critican unas a otras, son envidiosas; en cambio, un hombre podría criticar a otro y sería un crítico”.

Cada vez que Carolina Sanín habla le escupen una ola de insultos en las redes sociales. Le suelen decir hasta de qué se va a morir (de celos, le dijeron, en este caso), y aunque no voy a amplificar aquí semejante patanería, si quiero llamar la atención sobre el hecho de que muchas de esas críticas provengan de otras mujeres.

La escritora María Cecilia Sánchez escribió en su muro de Facebook: “Carolina Sanín agarró el libro El infinito en un junco, la visita de Irene Vallejo al Chocó y el discurso de inauguración de la FilBo y los despedazó, con tijeras y cortes chiquiticos, sí, con saña, fue destituyendo el valor de cada uno de los actos, palabras y creaciones de Irene Vallejo y cuando ya no le quedaba nada más, le dio un consejo a sus posibles espectadores: aprendan a leer”.

En contraste, @dianasierra9775 aplaudió la valiente posición de Sanín. “A mí me gustó mucho el libro de Irene, pero me gustaron todavía más tus observaciones. Hace poco leí el ensayo de Virginia Woolf ´¿Cómo se debe leer un libro?´ y creo que ese texto, acompañado de tu crítica, merecen seguir vigentes, y ojalá, mucho más difundidos en el público”.

Pocas veces estoy de acuerdo con Carolina Sanín, esta vez sí. Creo que ella reconoció las bondades de la obra de Irene Vallejo, y desde su experticia criticó lo que había para criticar, sin veneno, ni resentimiento.  

Ni Irene Vallejo ni su obra están sobrevaloradas. En estos tiempos de desasosiego, “El infinito en un junco” es un bálsamo, escrito por una filóloga clásica que en lenguaje sencillo, y producto de una exquisita documentación, desenterró para nosotros en este ensayo el mundo antiguo de los libros, cual arqueóloga de las palabras.  He alimentado algunas de mis columnas con frases suyas, y leo además sus columnas en El Espectador y El País de España, con la misma avidez con que leo a Yolanda Reyes y Carolina Sanín, incluso si disiento.

El problema no es venerar a Irene Vallejo. El problema es que los escritores colombianos, mereciéndolo, no reciban la misma admiración. En algo hemos fallado. Es justo señalar que aquí tenemos autores que nos han enseñado el valor de los libros y la literatura.

Envidia no es el término correcto para calificar las bien sustentadas opiniones tanto de Carolina Sanín como de Yolanda Reyes. Lo de ellas es una rabia contenida, además plenamente justificada, ante la ligereza con que se hacen juicios de valor en nuestro país, tan dado a idolatrar lo foráneo, como si careciéramos de referentes.

Les recuerdo que tenemos a nuestra propia Irene, de apellido Vasco, muy español por cierto, quien ha hecho mucho, muchísimo por la formación de lectores, llegando a sitios donde ni el mismo Estado llega, y tal vez muy poquitos sepan que la escritora bogotana ganó este 2024 el prestigioso premio internacional IBBY Outstanding Reading Promoter.

“Irene Vasco es conocida por ser una heroína con influencia que se enfrenta a los desafíos de leer a niños en zonas peligrosas y que carga sus libros como un talismán”, dijo la IBBY.

Conozco a Irene Vasco desde hace más de 30 años, cuando fue colaboradora de Los Monos, la primera revista de prensa para niños que hubo en Colombia; circulaba los domingos con El Espectador. Una hechicera de las palabras como también se le ha llamado. (Les recomiendo la entrevista que le hizo Claudia Morales para El Espectador).

De vuelta al principio, este duelo entre escritoras enriquece a un mundo adormilado y cada vez más conforme en la superficie de las cosas, a veces tan plana, a veces tan frívola, donde pocas personas se atreven a arañar la obviedad.  

Me llena de esperanza que el Ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes. Juan David Correa, haya respondido en X a la segunda columna de Yolanda Reyes, Escribir sobre lectura, invitando a un debate público. Debate en el que deberían estar MinEducacion, los escritores, los periodistas y por supuesto, los lectores, además de los editores y libreros. ¡Que la idea no quede en letra muerta, señor ministro!

Para empezar a debatir, lo primero será preguntar por qué los libros están fuera del alcance de quienes no tienen con que comprarlos; no puede ser que la única respuesta sea, como siempre, mandar a la gente a las bibliotecas, porque hasta para eso toca tener plata, como lo advertí en una Cura de reposo anterior. La Cámara Colombiana del Libro tiene grandes retos por delante, “trabajar desde lo colectivo”, con más apoyo a las editoriales independientes, que fue el compromiso de su directora, Adriana Ángel, en el podcast de María Jimena Duzán.

Las editoriales y las librerías deben entender que una cosa es formar lectores y otra muy distinta atraer consumidores de libros.

Maravilloso sería que los libros nos unan antes de que se extinga la civilización. De eso hablaba Stefan Zweig. Fabuloso sería que con la misma devoción con que leemos a Irene Vallejo, nos dejemos conquistar por los autores colombianos y, claro, leer los clásicos también. Más allá del insulto, las redes sociales podrían ayudar a elevar la calidad del debate, si los propios escritores hacen su parte sin vanidades. El placer de la lectura se transfiere cuando recomendamos un buen libro.

Es hora de que el país descabalgue de sus egos. Tal vez nos puede ayudar esta frase de “El infinito en un junco”, página 93, referida a la grandeza de Ulises, el héroe de la Odisea:

“Esa sabiduría nos susurra que la humilde, imperfecta y efímera vida humana merece la pena, a pesar de sus limitaciones y desgracias, aunque la juventud de esfume, la carne se vuelva flácida y acabemos arrastrando los pies”.

Hace poco, Irene Vallejo le dijo al Diario de Sevilla: “No hay que idealizar a los clásicos”. Tampoco idealicemos a los escritores de nuestro tiempo. Leámoslos.

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