Tarzán y premios Oscar, en París, hace cien años › Deportes › Granma - Órgano oficial del PCC
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Un famoso actor, Johnny Weismuller, quien fuera el Tarzán más popular al rodar 12 películas, irrumpió con dotes de campeón en las piscinas; y, por primera vez un negro, el estadounidense William DeHart Hubbard, en el salto de longitud, se hacía de la corona de laurel destinada a los vencedores. Un finlandés volador, Paavo Nurmi, devoró decenas de kilómetros hasta ceñirse cinco diademas doradas, dos de ellas capturadas con solo media hora de diferencia; y el creador, Pierre de Coubertín, se despidió físicamente de su obra.

Hace cien años, en los Juegos de la vii Olimpiada, justamente en París, donde a partir del próximo 26 de julio ese centenario no pasará por alto, se vivieron esas emociones. Entonces, los atletas tuvieron su primera villa, para descansar y confraternizar en un ágora mundial de sentimientos y tradiciones, aunque las muchachas estaban en otro recinto. También vieron la luz los logos de los Juegos Olímpicos, para que, desde ese momento, cada edición tuviera el suyo.

Este año se cumplirá, también, el centenario de los Juegos Olímpicos de Invierno, pues en París-1924, por primera vez, se realizó la semana de deportes invernales, que luego el Comité Olímpico Internacional reconociera como la justa inicial con esas características. Además, se estrenó el eslogan Citius, Altius, Fortius (más rápido, más alto, más fuerte), al que ahora se sumó Unidos.

Pero una historia se robó el corazón de los miles de seguidores de estas fiestas. Las hazañas de Harold Abrahams y Eric Liddell trascendieron todas las fronteras, y nos llegaron, en 1981, desde el celuloide, en una entrega inevitable del director Hugh Hudson: Carros de fuego. Es un filme que atraviesa los dos caminos clásicos del deportista: el talento frente al esfuerzo, en una lucha de contrarios.

Lidell es el talento que consigue sus proezas sin esfuerzo. El elegido por Dios para darle medallas a su país, según su propia versión. Abrahams es el esfuerzo. Hijo de judío, se siente rechazado por la Inglaterra cristiana; es un punto asocial que corre para demostrarse que es mejor que los demás.

La victoria de los 400 metros, en la cinta, es enigmática. Lidell correría el hectómetro, pero la carrera se fijó para el domingo, día del Señor, y a él no le estaba permitido más que entregarse al Todopoderoso ese día. La obra dirigida por Hudson hace un guiño de ficción, al poner la situación justo en el instante en que Lidell embarca a París, cuando, en realidad, ya sabía de eso y, por tanto, se preparó, a fin de ganar la vuelta al óvalo.

Abrahams voló por encima de Cambridge y se buscó al mejor entrenador, a fin de coronarse en la mediática carrera, lo que logró, en la película y en los Juegos, convirtiéndose en el primer campeón europeo de la historia olímpica en la más seguida de las carreras.

Cobijada por la magia de la banda sonora del griego Vangelius, la historia, inspirada en lo sucedido en París hace cien años, se llevó el Oscar a la Mejor Película, al Mejor Guion, y, por supuesto, a esa conquistadora música. Pero detrás de la pantalla grande está la realidad.

Lidell nació en 1902, en Tiajin, China, país que logró su primera medalla de oro en estas citas, en Los Ángeles-1984, cuando el tirador de pistola libre, con 566 puntos, logró titularse. Pero fue el misionero británico el primer nacido en el gigante asiático en lograr tal mérito, aun cuando representó a Inglaterra. Él, tras París-1924, regresó a sus labores en la tierra que lo vio nacer, donde murió, en un campo de prisioneros, el 21 de febrero de 1945, a causa de un tumor cerebral que no le impidió, hasta «la meta», continuar con su labor apostólica.

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