Todas (o casi todas) las mujeres confluyen en el rostro de Meryl Streep
 

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Todas (o casi todas) las mujeres confluyen en el rostro de Meryl Streep

Desde los años 70, la intérprete estadounidense ha cambiado el concepto de “diva”. Es por ello que el martes 14 de mayo recibirá la Palma de Oro Honorífica de la edición 77 del Festival de Cine de Cannes

  • JUAN ANTONIO GONZÁLEZ

12/05/2024 01:00 am

Para ocultar su vejez, Greta Garbo se escondió de la mirada pública usando anteojos oscuros y sombreros que camuflaban las arrugas propias de su edad. Sin embargo, su proceder iba más allá de un mero asunto de envejecimiento natural. De hecho, cuando se retiró con apenas 36 años lo que pretendía la “Divina”, la “Esfinge”, “La mujer que no ríe”, además de mantenerse alejada del mundillo agotador de la sociedad hollywoodense, era perpetuar su leyenda, que la gente la recordara como la bella e impasible Felicitas de El demonio y la carne (Clarence Brown, 1927), la sensual femme fatale dominada por el deseo en Anna Christie (Brown, 1930) o la desenfadada y calculadora Ninotchka en el filme del mismo nombre dirigido por Ernst Lubitsch en 1939.

El propósito de Garbo, a no dudarlo, fue mantener en todos la ilusión de la diva eterna, inalterable, siempre joven y hermosa. Y lo logró.

Treinta años después de la muerte de la “Divina”, en una entrevista con el periodista Gabriel Lerman, publicada en La Vanguardia, Meryl Streep le confesó: “Me gustaría ser una diva”; lo dijo irónicamente, puesto que en cuanto a divismo, Streep se ubica en las antípodas de Garbo.

Si bien la actriz sueca-estadounidense se recluyó -presa del star system- en su apartamento de Nueva York para conservar intacta su imagen, el mito, la que este martes 14 de mayo recibirá la Palma de Oro Honorífica en la edición número 77 del Festival Internacional de Cine de Cannes, exhibe todavía, tras 53 años de carrera, el ímpetu de quien ejerce su oficio sin ataduras, una actriz a la que el mainstream no ha arrastrado y a la que la profesión no le moldea la vida.



Eso sí, la tipología y la dimensión humana de los personajes que ha encarnado en el cine Meryl Streep corre en paralelo con su edad. La ganadora de tres Óscar, 21 veces nominada a esa estatuilla, Premio Princesa de Asturias de las Artes 2023 y muchos más de los sindicatos de Hollywood, academias de países distintos a Estados Unidos y festivales de cine, interpretó a principios de su carrera, de finales de los 70 a los 90, a mujeres sometidas, violentadas, a veces irresponsables.

Allí está la Linda que encarnó en El francotirador (The Deer Hunter, Michael Cimino, 1978), una mujer testigo del impacto que la guerra de Vietnam produce en tres obreros siderúrgicos de Pensilvania. Su papel consistía en representar a la mujer que espera el regreso de los hombres del campo de batalla, pero consciente de que no hay rol gratuito, Streep le infundió a su caracterización una densidad psicológica que no la excluyó de los traumas con los que volvieron los personajes interpretados por Robert De Niro, Christopher Walken y John Savage.

Complementariamente al filme, dentro del elenco de El francotirador figuraba el actor John Cazale, con quien Streep vivió una apasionada relación amorosa. Sin embargo, un día, en pleno rodaje, Cazale comenzó a sangrar por la boca. Empujado por la actriz, fue al médico. Le diagnosticaron cáncer de pulmón en fase terminal. Murió antes que la película se estrenara. Imaginemos tan solo lo que representó para Meryl actuar sabiendo que su amor se estaba muriendo.

Otro personaje emblemático de aquellos años iniciales es el que interpretó la actriz nacida en Nueva Jersey el 22 de junio de 1949, en La decisión de Sofía (Sophie’s Choice, Alan Pakula, 1982); el de una mujer polaca sobreviviente del holocausto que vive en Nueva York con su irritable amante Nathan Landau (el debut de Kevin Kline) y se enamora de un joven del sur de Estados Unidos, aspirante a escritor, a quien le confiesa un secreto de su pasado que la mantiene al borde de la desesperación: el haberse visto obligada por los nazis en escoger a cuál de sus dos pequeños hijos salvaba de ser llevado a un campo de exterminio.

Además de que Streep aprendió alemán y polaco para encarnar a Sophie Zawistowska, su trabajo fue reconocido en 1983 con el Óscar a Mejor Actriz, el segundo de los tres que ha recibido en su carrera: el primer como Actriz de Reparto por Kramer vs. Kramer (Robert Benton, 1979) y el tercero, por su encarnación de la exprimera ministra británica Margaret Tatcher, en La dama de hierro (Phyllida Lloyd, 2011).



A pesar de que Meryl Streep no renuncia a dejar de darle vida a mujeres inmersas en historias dramáticas, injustas o excluyentes, no desestima géneros como la comedia, el terror, la fantasía y el musical. No hay límites para su arte y por no haberlos, hemos podido disfrutar de su delicada encarnación de la escritora danesa Karen Blixen en África mía (Sydney Pollack, 1985); de la excéntrica actriz Madeline Ashton de La muerte les sienta bien (Robert Zemeckis, 1992), de la solitaria ama de casa Francesca Johnson en Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995), de la ambiciosa Susan Orlean de El ladrón de orquídeas (Spike Jonze, 2002), de Miranda Presley, la tiránica editora de una revista de moda en El diablo viste a la moda (David Frankel, 2006), de la errática bruja de En el bosque (Rob Marshall, 2014) o de la cínica y autoritaria presidenta de Estados Unidos, Janie Orlean, en No miren arriba (Adam McKay, 2021)…

Son muchas mujeres que Meryl Streep ha compuesto para el cine, y casi ninguna de ellas está mal acabada. Sea un personaje protagónico o uno de reparto, esta actriz se entrega sin límites a cada uno de ellos. Y lo hace desde la honestidad, desde el gozo por su profesión, desde ese entusiasmo que parece no abandonarla y, por supuesto, desde un conocimiento profundo del ser humano. Si su fisonomía se lo permitiera haría lo mismo con mujeres afrodescendientes o asiáticas…

¿Método? Ella misma lo ha dicho: el que convenga a cada personaje, desde el Stanislavski hasta el de Lee Strasberg. En todo caso, para Streep lo más importante es bucear en la psicología de cada una de las criaturas que le toca interpretar, y ser siempre fiel al mantra que la ha acompañado: “Mi trabajo suele consistir en expresar emoción lo más libremente posible”.
@juanchi62






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