Después de tantos escritores que nos dejó la FILBO… hoy nos vuelve al ruedo nuestro polifacético BIOQUÍMICO, BATERISTA y ESCRITOR el muy requerido Dr LITO ZANARDI…

Quién entre EXÁMENES de LABORATORIOS, REDOBLES tal vez en una mítica CAF de colección, nos trae este fuerte ESCRITO…

Detrás de la verdad. Uno de nosotros

Hace un tiempo me desvelé viendo una película alemana, llamada “Detrás de la verdad. Uno de nosotros”, la cual relata una historia hipotética en la que Joseph Mengele —el jefe médico de Auschwitz, el campo de concentración alemán en Polonia dónde se cremaron centenares de miles de personas— decide, ya viejo, entregarse a las autoridades alemanas para ser juzgado en Berlín. El film se inicia con el relato de uno de los personajes, un abogado joven, que está escribiendo un libro sobre Mengele —quién hasta entonces estaba dado por muerto—, titulado “Uno de Nosotros”. La elección de este título se relaciona con que el escritor había nacido en la misma ciudad. En el curso de la película se revela el juego entre los rótulosdel filme y del libro: hay siempre algo más detrás de la verdad y Mengele fue, como se revela dolorosa y tenebrosamente, uno de nosotros.

Al comienzo de la historia, luego de recibir un regalo de cumpleaños que contenía nada menos que el capote de Mengele, el abogado-escritor es secuestrado y llevado al lugar remoto en donde se oculta el médico, para lo cual debe soportar, adormecido por drogas, un largo viaje en avión. Para el espectador avisado no se le escapa que al despertar en una habitación desconocida y solitaria, entre las revistas desparramadas en un rincón se destaca una que lleva en la portada a un personaje morocho y de gruesas patillas: Menem. Al rato aparece Mengele, quien estaba, pues, refugiado en la Argentina. El paisaje que se perfila desde las ventanas del cuarto es anónimo pero revela montañas terrosas y rosadas; para el director alemán ese desierto de perfiles quebrados refiere al imaginario de nuestro país. 

En el curso de la historia, una vez llegados a Alemania y persuadido el abogado para representar a Mengele a pesar de detestar al personaje —la idea de un juicio justo que no implica la complicidad entre defensor y encausado es bastante clara—, se desarrolla el juzgamiento. La defensa se basa en la idea propuesta por Mengele, según la cual los actos cometidos por él deben ser interpretados de acuerdo a las normas médicas de la época y al principio de eutanasia. Así, Mengele, quien exige ser tratado con el título de doctor, justifica sus acciones alegando que en realidad buscaban ahorrar sufrimiento a numerosas víctimas quienes igualmente iban a terminar por morir al cabo de un tiempo pues la muerte y la cremación eran el objeto de Auschwitz. En los tiempos de Mengele, deja entrever el argumento, no resultaban muy claros los límites a los procedimientos de la investigación médica y susimplicaciones, tortuosas, sobre la vida de los pacientes. Entre las pruebas de la defensa se agrega un libro de cabecera de los médicos alemanes, anterior a la gesta nazi, en dónde se justifica la experimentación humana sobre pacientes terminales y se invoca la eutanasia como una alternativa para eludir su sufrimiento. 

Entre los testigos comparece un médico actual, señalando el alto costo de los últimos treinta días de vida de las personas y, se presume, el inútil gasto que bien podría emplearse en otras tareas médicas más productivas que extender la vida en medio de insoportables dolores o un coma efectivo, tal cual ocurre en los últimos momentos de vida. Los sucesivos testimonios de gemelos sometidos a tormentos en el curso de experimentos de eugenesia, prácticas para las que se incluyen, también, débiles mentales y locos, no alcanzan para comprometerlo a Mengele: los que están vivos para dar su testimonio, no logran encontrar una respuesta para el hecho de que, efectivamente, sobrevivieron a su estadía en el campo polaco. Mengele presume de haberlos salvado gracias a que participaron de sus experimentos.

Nadie de los que brindan testimonio reconoce haberlo visto al doctor asesinar a otros pero todos lo suponen; esa presunción es débil, legalmente, como evidencia. Las pruebas no alcanzan para condenarlo, aunque se sabe que lo será. Por otra parte, Mengele asegura que el destino de los prisioneros en el campo era la muerte; agrega que esa orden era superior a él mismo. También se aluden en su defensa los años previos al campo cuando Mengele fungía como médico de una escuadra SS en el frente ruso; allí, se recuerda, salvó a dos compañeros y fue herido en combate. De aquella gesta le quedaron, como premios, una Cruz de Hierro y su nombramiento al frente del pabellón médico en Auschwitz. 

En todo momento Mengele se reivindica como científico y se lamenta tanto de no haber contado con los medios actuales de investigación como que sus experiencias se hubieran interrumpido luego de la derrota alemana y su forzado exilio. La película culmina con Dr. Mengele frente a cámara —luego de haber sido condenado a prisión de por vida— preguntando “¿cuántos de ustedes tienen algo mío?”

El relato resalta, a mi juicio, la débil y difusa frontera que demarca lo que está permitido, de acuerdo a ciertas normas, y lo que no lo está. La instancia que diferencia un asesinato de una muerte asistida puede ser difusa y revela que ser un asesino o no, no depende tanto del acto como de las circunstancias que lo delimitan. Así, la eutanasia es entendida como un acto de sanidad por muchos. La utilización de ese argumento por Mengele revela la perversión del personaje, pero también alerta sobre el carácter de ciertas acciones, las cuales dependen de la intención y el momento en el que se ejecutan más que de su condición. Quien le haya quitado la vida a otro será considerado un asesino de allí en más sólo si no respetó una convención previa. La condición de asesino sería, pues, variable.

El significado de la mayoría de los actos humanos no es absoluto sino que se relaciona con un acuerdo sobre lo que está permitido y con la disposición de las personas para participar de ese acuerdo y sus consecuencias. Similares fundamentos a los que justifican la muerte consentida forman parte de la instrucción de los soldados, cuya tarea es liquidar enemigos: se trata de provocar la muerte cobijando la conciencia en la aceptación de una autoridad mayor que lo aprueba y estimula, de acuerdo a una convención que es tácitamente aceptada. Al cabo de un tiempo, una vez cumplido el servicio militar, se les pide a esos mismos tipos que dejen de hacerlo pues ya no es necesario, lo cual no siempre se cumple. Las convenciones pueden cambiar pero no necesariamente las personas acompañan ese cambio. 

Pero lo inquietante de la historia, aparte de la discusión abierta con un personaje espantoso, es que pone en evidencia que la fortaleza de los límites de las acciones depende de una moral preexistente y de su aceptación sobre lo que es permitido o no. Lo que se debe hacer obedece a la conciencia de los actores, la cual está justificada por lo que es acordado y no por el carácter de los actos cometidos, porque el juicio sobre ese carácter depende de la convención de la que deviene y no es un valor en sí mismo. Un mismo fenómeno será reprobable o ponderable según la inteligencia empleada para justificarlo. La defensa de Mengele es ineficaz, también, para evitar que lo condenen a prisión perpetua pues en la conciencia de todos existía la abominación de la barbarie cometida en los campos de la cual del Dr. Muerte era un sinónimo. 

Sin embargo, como dice el fiscal en su síntesis final, él logra vencernos, pues la argumentación de Mengele es, en el fondo,tan tenebrosa como irrebatible. 

Convengo entonces, con horror, que la incertidumbre y la congoja inducidas por el alegato cínico de Mengele no excluyen su espantosa legitimidad: ¿cuánto de Mengele habrá en cada uno de nosotros?

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CONTINUARÁ…

CON JABÓN…! NO COMO PILATOS PORFIS

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