• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

El histórico Partido Liberal, nacido oficialmente como Centro Democrático el 10 de julio de 1887, ha cumplido, una vez más, con su cíclico ritual de escisiones. Germen que se incuba dentro de esta asociación política desde el momento de su instalación, puesto que, como ya dijimos en anteriores escritos, había dos propuestas de documento fundacional que calibraba el temperamento de sus líderes: una, moderada (que, finalmente, prosperó); y otra, de exaltación revolucionaria.

Y nace bajo las garantías consagradas en la Constitución Nacional de 1870, mencionando, entre otros derechos “acordados a los ciudadanos, el de la libertad de prensa y el de la palabra, el de la reunión y declarado asimismo inviolable el derecho electoral, a fin de que estos medios que se consideran los más eficaces puedan establecerse para los actos de los gobiernos, no solamente como una barra a sus avances posibles, sino también un medio de ilustrar a los mismos en el examen y resolución de las cuestiones de su competencia que afecten los intereses de la comunidad e intervenir espontáneamente en la formación de los poderes del Estado que deban encargarse de los destinos de la República”. Pero, rápidamente, lección repetida, se dividen en “cívicos” y “radicales”, aunque reivindicando, cada uno por su lado, la matriz gestacional. En los compendios del pensamiento político, los radicales representaban el ala más progresista del liberalismo tradicional y conservador. Sobre todo a no limitarse solamente en la protección del individuo, sino a proyectarse en la promoción y profundización de las reformas sociales, económicas y culturales.

El senador Eduardo Nakayama, el pasado 11 de mayo, previa renuncia al Partido Liberal Radical Auténtico, anunció la creación del Partido de los Liberales. Para que quede claro y evitar posibles confusiones: es una nueva organización política y no un movimiento interno del PLRA. Al tiempo de afirmar que cuenta con un “ideario, programa, estatutos y acta fundacional”, declaró que su partido tendrá “la misión de consolidar y defender la vida, la patria y la libertad de los paraguayos”. Ahí mismo nomás, un medio de comunicación –diario– “alertó” que son principios similares (provida y profamilia) que promueve el cartismo (movimiento interno del Partido Colorado, liderado por el expresidente de la República Horacio Cartes). Ya que estamos, siempre hay que aprovechar las oportunidades.

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Un par de preguntas devienen pertinentes: ¿puede decirse que estos partidos son la continuidad de aquel fundado en 1887? Por ejemplo, el acta de alumbramiento del radicalismo auténtico data del 23 de setiembre de 1977 y el de Eduardo Nakayama tiene sello de registro el 11 de mayo de 2024. ¿Podrían, acaso, reclamar la marca identitaria del original Centro Democrático? Desde mi particular interpretación, son dos partidos nuevos que solo tienen en común el agregado de liberal. El propio Arturo Bordón, en su “Libro de oro del liberalismo paraguayo”, del 10 de julio de 1971 (con prólogo del doctor Justo Prieto), afirmaba que “no hay más que un solo Partido Liberal”, distanciándolo, incluso, del Gran Club del Pueblo creado en 1887. Y acordando, igualmente, que el agregado de “radical” es un simple producto de las circunstancias. No obstante, con la aparición del PLRA esa situación variaría sustancialmente, ya que establece fecha para una nueva partida de nacimiento.

Mi apreciación no es antojadiza. La línea del Partido Liberal, en la Convención de 1916, deja constancia de que fue “fundado el 10 de julio de 1887 y reorganizado (no habla de refundación) el 15 de setiembre de 1895 y el 8 de agosto de 1908, constituido en cuerpo político, tiene por objeto realizar los grandes propósitos consignados en el preámbulo de la Constitución Nacional e inscribe especialmente en su bandera los fines que expresan estos Estatutos”. Para entonces, ya había incorporado la función social –negado en sus años iniciales– en los asuntos del Estado: “Estimular la educación económica de los ciudadanos y procurar el establecimiento de un régimen que permita y facilite una justa distribución de las riquezas; tender a que la acción del Estado, a más de su misión fundamental, se extienda a la consecución de los fines que los ciudadanos por sí o por medio de asociaciones libres, no realizan o no pueden realizar”. Agrega, además, la necesidad de “la tolerancia recíproca entre los ciudadanos y cultivar la solidaridad y la unión entre los mismos”, así como la de “fomentar el espíritu de asociación para todos los fines útiles que tienen o puedan tener carácter colectivo”. En próximos artículos ampliaremos sobre el programa en sí.

Pero, más allá de las especulaciones históricas, ahora se vendrán algunos problemas legales a la luz de lo que dispone nuestro Código Electoral. Así como están las cosas, el Partido Liberal Radical Auténtico se quedaría con los símbolos tradicionales del liberalismo paraguayo. Y el Partido de los Liberales tendrá que buscar otras opciones, lo que le restaría identidad ante su electorado, aunque ya vivieron situaciones similares no por imperativos legales, sino a razón de acuerdos, alianzas y concertaciones. En el viejo régimen esos conflictos no existían, pues, a falta de impedimentos legales, todos podían utilizar el color azul y la polca “18 de octubre”. Ahora, sin embargo, la cuestión es distinta, salvo que Eduardo Nakayama quiera entrar a un berenjenal de disputas argumentando que es coheredero del antiguo Centro Democrático, a la usanza de los “cívicos” y “radicales”. Por de pronto, ya tenemos nuevamente dos partidos liberales. De modo que formar parte de uno de ellos no conllevaría el estigma de la traición. Buen provecho.

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