Periodista. Profesor de Blanquerna-Comunicació (URL).
Marçal Sintes
Periodista. Profesor de Blanquerna-Comunicació (URL).
El independentismo, exhausto
Junts y ERC deben cambiar radicalmente, por muy duro, complicado e incluso doloroso que sea
Salvador Illa gana y barre la mayoría independentista, pero la gobernabilidad queda en el aire
Puigdemont quiere optar a la investidura: "Puedo articular una mayoría más amplia que la de Illa"
La victoria de Salvador Illa no ha sido un vuelco, ni tampoco producto de un brusco giro de los acontecimientos. A lo que hemos asistido es a un progresivo deslizamiento de tierras, un cambio a cámara lenta. Algunos atribuirán su éxito al insólito paréntesis de Pedro Sánchez para reflexionar sobre si continuar o dejarlo. Seguramente, Sánchez ha tenido su efecto, pues en Catalunya tiene un público receptivo a sus peripecias. A mí, personalmente, lo que me gustaría resaltar -no lo he visto muy mencionado en ninguna parte- es la dimensión disruptiva del estilo de Salvador Illa, pues el candidato socialista ha conseguido situarse donde ahora se encuentra -es quien tiene más opciones de ser el próximo presidente de la Generalitat- gracias a una estrategia totalmente opuesta a la polarización que tanto se lleva hoy en España, Europa y el mundo. Illa ha aplicado una manera de hacer serena, constructiva, pacificadora. Y le ha salido bien. Lo común, en los días que corren, es abonarse al insulto, la simplificación grotesca y la demonización del adversario. Por supuesto, la amnistía ha venido a vigorizar enormemente la estrategia del socialista.
A Salvador Illa -por otra parte, al frente del PSC más identificado con el PSOE de todos los tiempos- le han salido bien las cosas, además, porque el independentismo se encuentra, siete años y medio después de octubre de 2017, cansado, fatigado, exhausto. Me refiero a los ciudadanos que aspiran a una Catalunya soberana. ¿Por qué? El independentismo sigue prisionero de unos dirigentes y de unas inercias que han acabado por desesperar a los electores. Si uno hace las cosas mal e insiste, al final pasa lo que pasó el domingo.
Vayamos a ERC, partido gobernante y que empató en escaños con los socialistas en 2021. Ha perdido ni más ni menos que 13 de sus 33 escaños. Más de 170.000 votos. Los resultados de las municipales y generales españolas del año pasado fueron también calamitosos. Pere Aragonès se equivocó terriblemente al anticipar las elecciones, precipitando el descalabro del domingo. Los republicanos, que probablemente van a convulsionar internamente, han sido víctimas, amén de la tozuda tendencia a la baja, de la lucha simbólica protagonizada por el PSC y Junts per Catalunya, en la que tanto Pedro Sánchez como Carles Puigdemont han jugado a fondo la carta emocional y han apelado a la épica de la víctima que guerrea contra un destino malhadado.
Sin embargo, las hormonas que Puigdemont ha inyectado a Junts no deberían enturbiar una visión nítida y completa de lo que en realidad es una crisis de fondo. Una crisis que abraza liderazgos, estrategias y narrativas. El independentismo, fundamentalmente Junts y ERC, deben cambiar radicalmente, por muy duro, complicado e incluso doloroso que sea. Hay que dejar atrás la fastidiosa resaca de una vez y volver a hacer política en serio. Resueltamente y con toda la ambición. Se acabó estirar el chicle. Hay que llamar al pan, pan, y al vino, vino. Y, sin renunciar a nada, arremangarse para transformar el país en un sentido positivo.
He señalado más arriba que Salvador Illa es quien mejor lo tiene para gobernar. No se me escapan, por supuesto, las dificultades de todo tipo que deberá superar. Por otro lado, es totalmente legítimo y normal que Carles Puigdemont intente reconquistar la presidencia de la Generalitat. Lo que no parece razonable es que el independentismo busque intencionadamente la repetición electoral. Ni los ciudadanos lo merecen ni hay visos de que el resultado pudiera ser muy dispar.
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