Kevin Costner se pierde en el Lejano Oeste (y en Cannes) | El Periódico de España

77ª edición del festival

Kevin Costner se pierde en el Lejano Oeste (y en Cannes)

Su primera entrega acaba de presentarse en el Festival de Cannes a pesar de que, en realidad, su hábitat natural parece ser la pequeña pantalla

Kevin Costner en la  77ª edición del Festival de Cannes.

Kevin Costner en la 77ª edición del Festival de Cannes. / EFE

Kevin Costner ha permanecido vinculado al wéstern a lo largo de toda su carrera. Ya había coprotagonizado la película que lo dio a conocer, Silverado (1985), cuando se convirtió en un autor consagrado gracias a la reformulación del género que llevó a cabo en su ópera prima como director, la multipremiada Bailando con lobos (1990); volvió a incurrir en él con su tercera experiencia tras la cámara, Open Range (2003), y en los últimos años ha experimentado un resurgir actoral gracias a su participación en las cinco temporadas de Yellowstone. Sin embargo, nunca había explorado el Lejano Oeste de forma tan exhaustiva como pretende hacerlo a través de Horizon: An American Saga, una mastodóntica serie cinematográfica de cuatro episodios en la que empezó a pensar en 1988 -inicialmente, eso sí, concibió el proyecto como un único largometraje- y que al parecer pagará mayormente de su propio bolsillo.

Su primera entrega acaba de presentarse en el Festival de Cannes -tanto esta como la segunda, las únicas completadas de momento, llegarán a los cines este verano- a pesar de que, en realidad, su hábitat natural parece ser la pequeña pantalla. A lo largo de tres horas, introduce una cantidad de personajes y subtramas suficiente para llenar toda una temporada televisiva, y los maneja a la manera de un larguísimo episodio piloto. Incluso el tratamiento formal que Costner da tanto a los espectaculares paisajes como a sus contadas secuencias de acción concuerda más con ese formato que con el tipo de épica visual esperable de una película de estas características. Dicho de otro modo, sentarse frente a ella requiere una resistencia fuera de lo común al tedio.  

Horizon dramatiza la experiencia de quienes se expandieron y asentaron a través del Oeste americano desde mediados del siglo XIX con la esperanza de empezar allí una nueva vida, y deja claro que muchos de esos colonos ni siquiera sabían que esa tierra salvaje en realidad pertenecía a los Apaches. Costner se toma su tiempo antes de mostrar cierta sensibilidad hacia sus personajes indígenas -algo llamativo viniendo del director de Bailando con lobos- pero, en todo caso, pocos espectadores encontrarán tiempo para pensar en ello mientras tratan de descifrar qué sucede exactamente en la película, qué función cumplen muchas escenas y quiénes son algunos de los personajes, que aparecen, desaparecen y reaparecen por la pantalla.

Por supuesto, los 180 minutos de su metraje no resuelven ninguna de sus líneas argumentales ni nos permiten entender exactamente cómo conectan entre sí. Puede que eso suceda en la segunda entrega. Y, si no, seguramente sucederá en la tercera o la cuarta siempre y cuando, claro, lleguen a hacerse realidad.

El joven Donald Trump

El director iraní Ali Abbasi se ha especializado en hacer películas sobre criaturas aberrantes. Se dio a conocer gracias a Border (2018), inclasificable historia de amor entre dos trolls, en Holy Spider (2022) retrató a un terrible asesino de mujeres, y resulta fácil ver en The Apprentice la tercera entrega de una trilogía. Segunda de las aspirantes a la Palma de Oro presentada este lunes, recrea el proceso de aprendizaje que Donald Trump llevó a cabo hasta mediados de los 80 de la mano del abogado Roy Cohn, considerado uno de los personajes más truculentos y perniciosos de la historia política moderna de Estados Unidos. La película no trata de subvertir las reglas del cine biográfico, y no dice nada del político ni de su mentor -ambos encarnados con exactitud extraordinaria por Sebastian Stan y Jeremy Strong, respectivamente- que no se diga ya en la Wikipedia. Tampoco lo pretende: se centra en establecer un paralelismo inverso entre la historia de un joven ingenuo y ambicioso que en poco más de una década se convirtió en el fanfarrón narcisista y carente de escrúpulos que hoy conocemos y la de su Mefistófeles particular, que se vio derrotado por el sida y, sobre todo, por el monstruo que había creado.

La negativa de Abbasi de caer en maniquíesmos no impedirá que cualquier espectador con dos dedos de frente detecte la mala baba que la película dedica a su protagonista. El propio Trump, eso sí, probablemente se sentirá halagado al ver el retrato que hace de él.