Un malentendido - Editorial Cuatro hojas

Un malentendido

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «un malentendido». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 23 de mayo!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

¿Dónde estoy? Sí, es un malentendido, soy esa persona invisible que está en la caseta haciendo reír a la clase política que va para hacerse la foto de rigor y decir en sus redes que miran mucho por la cultura, cuando han cerrado casetas de compañeros por razones ideológicas y políticas. ¡Qué vergüenza!

Se confirma mi carácter apolítico, ¡no seré vuestro bufón! La próxima vez os vais al club de la comedia a que os hagan reír.

¡No os pienso votar!

Venga vamos a dejar este pequeño brete y/o malentendido y vamos a poner una píldora de humor y a quedarnos con lo bueno, ¡en esa imagen que circula por las redes sociales de la alcaldesa de Guadalajara, aparecen unas compañeras a las que aprecio y admiro mucho, Olga Luján , Monse Saavedra. Y esto que acabo de decir,¡es verdad!

Por orden de la señora alcaldesa y por la del concejal de cultura de Guadalajara se hace saber que damos mucha visibilidad a los autores locales.

Fin.

BENEDICTO PALACIOS

Mucho le fastidiaba a Tomás que nadie preguntase a qué se dedicaba, qué hacía en sus ratos libres, si le asustaba la oscuridad, por ejemplo, o más bien la aurora o si prefería compartir a ser individualista, etcétera. En el barrio todos se conocían y en las fiestas patronales participaban todos, pero él se alejaba del ruido y tampoco le entusiasmaban las pruebas que el concejal de festejos y un par de atletas reconocidos proponían.

—Apúntate a la carrera ciclista, tú eres joven y tienes una bici de carrera— le alentaban.

Tomas siempre se mostraba reticente, siempre tenía algo que hacer, un viaje pendiente, un visita al médico, etcétera. Era, eso sí, un extraordinario ebanista, tenía una manos prodigiosas y una ocurrencias dignas del mismo Picasso.

—¿Por qué no haces un curso de restaurador y limpias las imágenes del templo, saturadas del humo de los cirios? —Le insistían los mayordomos del santo.

Agradecía aquel empeño, pero cuando estaba solo y analizaba fríamente el encargo se echaba para atrás. Daban por bueno que él pondría al servicio de todos sus habilidades, pero a la postre siempre faltaba la contrapartida. Se lo pensaría.

Había contratado el Ayuntamiento para aquellos días una compañía teatral, una obra de solo cuatro personajes y dos actos, de la que todo el mundo hablaba maravillas. Llegó el momento de montar el escenario y habilitar los camerinos y un par de lavabos, pero los decorados de la obra no acababan de llegar. Y como era obligado, no iban a dejar el fondo con la pared desnuda. Y entonces se acordaron de Tomás.

El director era un señor muy barbudo y tan gran fumador que tenía los dedos amarillos y los dientes de color limón. No hicieron buenas migas. Le encargó unos tableros pensando diseñar sobre ellos unos paisajes a su gusto. Fijó Tomás los tableros y esperó instrucciones sobre los dibujos. Se presentó aquel al día siguiente con un par de láminas de una escena donde dos perros devoraban un ciervo. Aquello era un horror y se negó en rotundo.

Llegaba el día del estreno y llegaron también los cuatro actores, Leticia, Jaime, Emilio y César. Y como conocían el mal gusto del director, le dieron plena libertad, sobre todo Leticia, que rápidamente le preguntó si sería capaz de preparar un paisaje con un lago y unos árboles frondosos, porque la acción tenía lugar en el Renacimiento, y fue entonces cuando lo hombre descubrió que no solo existían los cielos sino también la exuberante naturaleza.

Compró varios botes de pintura y unos cuantos tubos al oleo, realizó un boceto y probó en una cartulina. Se pasó la noche dotando de color los tableros y en la mañana plasmó sobre ellos el paisaje. Asomando sobre los árboles aparecía el rostro de una mujer.

Hubo lleno total, muchos aplausos y algún atrevido lanzó al escenario un ramo de claveles a los pies de Leticia. Luego en la calle las opiniones se dividieron: unos elogiaron el trabajo de los actores y otros se fijaban en el paisaje. ¿De quién sería el rostro de la mujer?

Antes de abandonar el pueblo la compañía, preguntó Leticia por el domicilio de Tomás y le hizo llegar una nota con el programa de la obra. «Tomás, me gustaría conocerte y hablar del magnífico paisaje con que has deleitado a los espectadores. ¿Quién es la mujer que aparece entre árboles?»

A la semana siguiente se presentó en su casa. Traía medio coche lleno de regalos. No conocía quién era Tomás. Los dejó en un rincón, la preguntó si tomaba café y a partir de aquel momento no hubo otra conversación. Leticia quería saber si era ella la mujer que aparecía en los tableros, que debía ser ella, que tenía esa sospecha y esa corazonada, y que le pagaría lo que fuera. Fue incapaz de sacarle una sola palabra. Le miró con desdén a los ojos y abandonó enfurruscada la casa. Mucho le costó admitir que se había equivocado.

Tomás solo tuvo un amor, Asun, que un día le preguntó ¿Tomás, tú eres siempre así, tan cauteloso? Y como ella le mirara insistente y cerrara un instante los ojos, él aprovechó aquel momento para dibujarle la cara. Y desde entonces la tomó por modelo.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Todo empezó con aquel penoso malentendido. Hacía tiempo que te había contado lo enamorada que estaba de mi Ricardo. Convencida estaba que si conseguía estar de nuevo unas horas a su lado mis cualidades que son muchas y tú la sabes le rendirían a mis pies…

Las dos sabíamos de la fiesta y de su presencia el en ella. Solo me tenías que decir el día certero en que se daba, ya que tú eras parte de la organización. Yo acudiría con mi atracción fisica y enamorariza…

La flecha de cupido está vez daría de pleno en el corazón de Ricardo… Ta acuso si amiga mía, me engañaste con el día señalado.

Aquel malentendido por tu parte a sabiendas te abrió los brazos de mi amado…

Pegado Ricardo a tu belleza me pides de nuevo que seamos amigas…

ANTONICUS EFE

Me levanto con una sonrisa de “medio lao” después de una noche poéticamente productiva, en la que ha funcionado hasta la pulsera de citronella (una pulsera amarilla de plástico que huele a una cosa que según dicen ahuyenta a los mosquitos). Después de un desayuno generoso y un café solo natural hecho en cafetera italiana con el cacillo sin prensar y la tapa abierta, enchego el PC y me voy a ver el tema semanal. ¿Malentendido? Me quedo “estumefacto”. ¿Habrá algo menos poético que esa palabra? Ya se que rima con pitido, con nido y con todas esas palabras acabadas en ido.

-Intentaré rimar algo- me digo.

«El malentendido de tu pelo

con los rulos que amenazan

con rizar el cielo,

es solo comparable

al fastidio que da la palabra

en cuestión, palabreja

a la sazón».

-Esto no funciona- me doy cuenta enseguida.

Nada, tiraremos del plan B. Como bien sabrán los estimados y las estimadas lectores y lectoras, los genios tenemos línea directa con el Olimpo, donde tenemos asignada una musa de oficio, por si acaso. La mía se llama Áloe Vera y es un poquito peculiar, pero a veces es efectiva.

Ring, ring,

-Buenos días, aquí el Olimpo de los poetas, ¿en que podemos ayudarle? – dice una voz angelical.

-Buenos días, soy el Trovador Deslenguado y querría hablar con Áloe Vera si fuese posible, es que se me ha presentado una situación que requiere una premura en su resolución (una urgencia de toda la vida)- contesto amablemente y con una educación exquisita.

-Intentaré despertarla, anoche hubo celebración, como bien sabrás estamos en el Equisticio de Afrodita A y las musas se sueltan la melena- me contesta con acento comprensivo.

Al cabo de un rato, se oye una voz, digamos que poco romántica, al otro lado de la línea.

-Buenos días tocauniversos ¿No habíamos quedado en que hoy tenía el día libre macho? Ayer estuvimos de celebración y ya sabes que me pierdo con la Ambrosía de Macadamia, para un día que puedo… – me contesta algo malhumorada.

-Pido perdón humildemente y reiterativamente, pero estoy en un atolladero y necesito ayuda, han puesto malentendido como tema de la semana en el grupo de cuatro monjas y un sacristán y no me sale ninguna rima decente, por favor ayúdame- le suplico de forma imperceptiva para que no se crea que soy un poeta blandengue.

-Está bien, por que eres mi poeta preferido, que si no… te mandaba a hacer calceta…, a ver que tal esta a bote pronto.

«El mar encendido

abriga olas de pasión,

Neptuno usa su tridente

y pone el orto Poseidón».

-¡Madre mía!, tómate un café de arábiga con espuma de pecana que va de vicio para la resaca de ambrosía. ¡Es Mal-en-ten-di-do, no el mar encendido! – le grito en un susurro cortante.

-¡Joder chico, verbaliza, que yo aprendí castellano en San Martín de la Cogolla y el acentito extremeño de entre olivos no lo entiendo muy bien. A ver esta que tal…,

«Más escondido que el maná

no existe otra cosa,

los dioses juegan al mus

y aletea la mariposa

cuando el rabo de Zeus,

¡ay madre hermosa!,

se pone como…

-¡Valeee, para ya! Mejor lo dejamos, está visto que tendré que improvisar por mi cuenta.

-¡Ay mi pobre trovador…! Lo siento de verdad, siento este malentendido, pero la resaca es lo que tiene.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

DIEZ MORENITOS – XI

Quintanilla venía, desde el muelle, dando voces, braceando como un loco y a galope desbocado, tal que si el demonio le fuera a la zaga. El sargento Azagra, instintivamente, se echó la mano a la altura del sobaco, dónde las ordenanzas aconsejan llevar el arma reglamentaria, pero enseguida recordó que como era costumbre en él, la pistola seguía enfundada, en el fondo del cajón de su mesilla de noche, porque «quien evita la tentación, se aleja del pecado y de la posibilidad de que le metan una Glock por el culo», como solía responder cuando algún compañero formalista le afeaba la actitud. Pero en aquellos momentos, viendo el apuro evidente del guardia y temiéndose lo peor, se habría sentido más seguro con la pipa en la mano.

Llegó el pacense a la vera de Azagra, descompuesto de fachada, los ojos pugnando por salírsele de las órbitas y sibilancias pulmonares de olla a presión a punto de estallido. Convocadas por los gritos y el estrapalucio, las tres mujeres de la cocina salieron corriendo al vestíbulo, dónde se les unió un aturullado Antúnez, que salía del cuarto de baño subiéndose la cremallera de la bragueta; mosén Atanasio, el cura jubilado con el rango de coronel del Ejército de Tierra bajó las escaleras, gritando con malos modos: «¡Ave María Purísima, qué cojones pasa, copón!»; Rosi, con los nudillos ya libres de laca de uñas, se asomó asustada a la ventana de su habitación.

―¡Ay, por Dios! ¿Qué le pasa a ese chiquillo? ―se preguntó mientras hacía una inspección ocular rápida al macizo cuerpo de Quintanilla, respirando con alivio, tras comprobar que todas las partes sensibles del chico seguían intactas y en su sitio.

El musculado torso de Ronaldo, el camarero venezolano que acompañaba a las dos amigas, se hizo visible en la ventana siguiente, que correspondía al cuarto ocupado por Conchi.

―¡Mmmño, fafsa! ―se identificó en el balbuceo la voz de la mujer.

―Dice, aquí la doña, que qué coño pasa ―tradujo el adonis, señalando con los ojos un punto, invisible a los demás, bajo el alfeizar de la ventana.

Ya con el aforo completo y la respiración algo más sosegada, Quintanilla se dispuso a dar el parte de incidencias al sargento Azagra.

―Mi sargento, no se lo va a creer ―aventuró con una mirada que era, a la vez, de súplica y confusión―. La barca, mi sargento, la barca ―le sobrevino un ahogo, que derivó en ataque de tos.

Paciente, Azagra, lo dejó recuperarse, mientras Teresa, solícita y visiblemente preocupada, le trajo un vaso de agua, que el chico fue tomando a pequeños sorbos. Superado el mal momento, prosiguió.

»Venía yo de hacer el recorrido diario y me he parado a descansar en el muelle, junto a la barca, que está allí, inservible, con todo el despiece que dejó el mecánico esparcido por la cubierta ―volvió a interrumpir la narración, para apurar el último trago de agua―, y en esas estaba cuando, así, como si nada, por arte de brujería, increíble, mi sargento, el motor arrancó.

Un coro de exclamaciones acompañó la declaración del guardia: «las fantasmas, joder, si lo sabré yo», musitaba una Merche con cara de espanto, que no paraba de persignarse; «ay, pobrecico mío», gimoteaba Teresa, mirando al muchacho, embelesada, mientras le acariciaba suavemente las mejillas; «oye, guapita de cara, las manos quietas, a ver si voy a tener que bajar yo a peinarte las greñas», Rosi, enfadada, apuntaba con el dedo a la camarera; «sigue, sigue, no pares, mi amor, que yo te aviso», monologaba el venezolano, ajeno al entorno, con los ojos perdidos en la inmensidad de la laguna.

―A ver, Alfredo, raro es, qué quieres ―pidió el sargento con las manos, calma y silencio al grupo―, pero no para que vengas sin color, como un muerto, pegando gritos y cagado de miedo; compostura, Quintanilla, haz honor al uniforme que portas ―se guaseó quitándole drama a la situación.

Pero el guardia no atendía a razones. Con amabilidad hizo que Teresa cesara en sus carantoñas y, más calmado, se encaró con su superior.

―Jefe, no solo ha sido eso, que ya de por sí crea inquietud, no, lo jodido es que al timón estaba… ¡Ay, Dios, cómo lo digo yo para que no me tachen ustedes de gilipollas! ―volvió a apurarse―, en fin, allá va, no se lo van a creer, es de locos ―se resistía a soltarlo, echándose las manos a la cabeza.

La incertidumbre, creciente, era casi palpable entre la audiencia y en las caras se reflejaba el ansia por saber qué era tan estremecedor como para hacer que un mocetón, valiente, fuerte y bragado, estuviera temblando como si fuera un flan de gelatina.

―¡Venga ya, coño, suéltalo! ―lo apremió Azagra.

―Mi sargento es que es muy fuerte, lo siento, pero bueno, aunque no me crean, yo lo vi, con estos ojos ―se los señalaba para reforzar el momento dramático―, a los dos: un chino bajito en pelotas, tomando el sol a proa, en una tumbona, y, esto sí que es gordo, el mismísimo Popeye, el de los dibujos, sacándole brillo a la rueda del timón. Con dos cojones ―concluyó rotundo.

Un silencio extraño siguió a la confesión de Quintanilla. Azagra se rascaba, pensativo, la cabeza; el cura, acercándose todo lo que pudo al guardia, le susurró al oído, «pásame algo de esa mandanga tuya, colega, que estoy canino»; Teresa, con rostro serio, se encaró con el chico y le exigió, «a ver, Alfredo, échame el aliento, que no son horas, leñe»; Merche seguía a lo suyo con el soniquete de «las fantasmas» y Ronaldo, sacando medio cuerpo por la ventana de la habitación de Conchi, puso los brazos en cruz y le gritó al mundo, a pleno pulmón, «¡que viva Venezuela, carajo!», mientras ella, entre toses, le reprochaba, «¿no decías que me avisabas, cabronazo?».

Antúnez, que hasta entonces se había mantenido en un segundo plano, llamó la atención del sargento y los dos hicieron un discreto aparte.

―El muchacho está muy alterado, Azagra, seguramente vio algo fuera de lo normal y tal vez deberíamos ir al muelle y echar un ojo. Me llama la atención lo del chino bajito en pelotas, Takeru es japonés y no muy alto, para Quintanilla, que es más bien talludo, puede parecerle pequeño; por otra parte, ya se sabe qué pasa con los orientales, visto uno, vistos todos, diferenciarlos por nacionalidad es difícil.

Azagra estuvo de acuerdo con el argumento esgrimido por el gerente, era necesario investigar qué causó la agitación de Quintanilla; fuera lo que fuese y dadas las especiales circunstancias por las que estaba discurriendo el caso, no quedaba otra alternativa.

―Muy bien, vamos a ver ese fenómeno. Quintanilla ve a por tu arma y me traes la mía. Ustedes se quedan aquí, todos y todas ―dijo mirando a Merche, que volvía de la cocina, guerrera ella, empuñando un rodillo de amasar―, si acaso que se venga el cura, por si hubiera algo que exorcizar ―dijo tratando de recuperarle espacios al sentido del humor.

Pero al coronel Atanasio Rovira, le hizo poca gracia la broma; aun así, para no dejar en mal lugar al Ejército de Tierra y porque ante la presencia de tanta dama, el cuerpo le pedía un poco de ardor guerrero, se tomó en serio la chacota y con toda solemnidad pidió un minuto para ponerse el uniforme de faena, desapareciendo, escaleras arriba, en dirección a su cuarto. En menos que canta un credo, se incorporó de nuevo a la expedición, pero esta vez enfundado en un hábito negro preconciliar. Así pues, con un solemne bandeo de sotana al frente de la comparsa, los tres enfilaron hacia el muelle, mientras a modo de coreutas griegas, las tres domésticas, lideradas por Merche, entonaban un sentido, «perdona a tu pueblo señor», que ponía pinceladas de tragedia en el fresco lienzo de la mañana.

―Señores, en caso de que haya hostias, sepan ustedes que, como hombre de Dios, antes que coronel, soy enemigo de la confrontación, de manera que no cuenten conmigo porque saldré de naja ―se sinceró el cura con los otros dos en cuanto pusieron la suficiente tierra de por medio, para no ser escuchado por el grupo.

Los policías acusaron recibo de la deserción sin mucha sorpresa, pues compartían con él las pocas ganas de meterse en líos, pero a ellos no les quedaba otro remedio, crearse problemas entraba en el sueldo, así que siguieron caminando hacia el muelle, dónde ya se divisaba el barquito amarrado al noray, sin actividad humana visible a bordo y con el motor al ralentí.

Estaban aún demasiado lejos para tener una visión de conjunto más amplia, pero en la proa de la embarcación no había chinos en pelotas, eso era evidente, y supuso un alivio para los tres, a media docena de metros de la barca, parapetados tras unos bidones llenos de hormigón que hacían de base para los mástiles de la bandera de España, la de la comunidad autónoma y el estandarte ducal. Azagra, que comandaba el grupo, en silencio, levantó la mano izquierda con el puño cerrado, luego abrió índice y corazón, formando una «V», bajó la mano para señalar a los otros dos y, seguidamente, golpearse el pecho con la palma abierta.

Atanasio y Quintanilla se miraron confundidos, dudando, pero fue el páter quien tomó la iniciativa y cerrando, también, el puño de su mano derecha, tras menearla ligeramente, arriba y abajo unas cuantas veces, susurró:«¿Piedra, papel o tijera?», sacándole a Quintanilla una mirada de inteligencia, que le imitó el gesto mientras asentía con la cabeza, y un bufido cabreado al sargento.

―¡Mecagüen las putas de Jericó! ―vació Azagra su enfado en el exabrupto―. Que cuando yo lo diga tú por la proa ―señaló a Quintanilla―, y usted por la popa ―al cura―, yo abordo el barco por el costado de babor. ¿Es que no vais al cine? Los profesionales se entienden por señas, ¡coño!, par de aficionados. Venga, a la de ya.

Salió corriendo a toda pastilla, medio encorvado, sujetando la pistola con ambas manos y la adrenalina, reventándole los tímpanos. Salvada la distancia que lo separaba de la embarcación, de un salto incompatible tanto con su corpulencia, como con su estado físico, superó la borda y cayó rodando sobre la cubierta, hasta quedar de rodillas apuntando el arma en todas direcciones, mientras gritaba a pleno pulmón: «¡policía nacional, cagüen mi corazón, no moverse ni Dios!». Solo entonces comprobó dos cosas: que, efectivamente, Popeye el marino, en carne mortal, estaba a la rueda del timón y que por encima de los barriles abanderados, asomaban tímidamente las cabezas de sus dos compañeros de aventura, que trataban de comprobar, cautelosos, si ya estaba todo controlado y podían acercarse sin peligro al campo de batalla; solo entonces y a trotecillo gorrinero, se incorporaron al operativo ocupando, a proa y a popa, los espacios que Azagra les había asignado.

—Del clero me lo esperaba —los ojos del sargento echaban fuego buscando a su ayudante, que serpenteaba por la proa como si fuera una liebre en un campo de tiro—, pero de ti, Quintanilla…, ¡no me jodas! Venga, Popeye, las manos en la cabeza y sin bromas, que se me ha embravecido la bilis —encañonó al marino luciendo una cara de mala leche que no dejaba lugar a dudas en cuanto a sus malas intenciones.

Por toda respuesta, el personaje esgrimió una lata de espinacas, hizo sonar su pipa un par de veces, como si fuera el silbato de una locomotora de vapor, y tras saludar marcialmente se desvaneció en la nada, dejando a los tres hombres con la boca abierta e incapaces de reaccionar. Pero enseguida, una voz rompió el silencio.

—¡Bravo, una performance digna de aplauso, colosal espectáculo! —un chino en pelotas apareció, aplaudiendo, por la escotilla que conducía a la segunda cubierta—. Inocencio Azagra, i suposse, Takeru Ichi a su servicio, sargento.

Se presentó extendiendo la mano hacia el policía, que cada vez más mosqueado, permaneció inmóvil, apuntando con su pistola al japonés y sin poder apartar la vista de su entrepierna, que también lucía un arma de respetables dimensiones, eso sí, camuflada por una especie de velo formado por transparencias cuadradas, a modo de píxeles desproporcionados, que permitía adivinar lo que ocultaba, sin revelarlo por completo.

»Le ruego disculpe la actitud grosera de Popeye —continuó el nipón—; ya se sabe cómo son los hombres de mar, inclinados a la misantropía, pero los demás miembros de mi casa suelen presentar mejores modales; espero que tengan ustedes pronto la oportunidad de comprobarlo.

Los tres ninjas seguían bloqueados por la sorpresa, incapaces de apartar la vista del inquietante mosaico, que enmascaraba las vergüenzas de Takeru, quien lejos de sentirse incómodo por ello, parecía estar disfrutando la situación. Por fin, Azagra, obligado por los galones, se forzó a reaccionar.

―Muy bien, señor Ichi, o como se llame, le digo lo mismo que al otro: las manos en la cabeza y nada de trucos, usted se viene con nosotros, hay un montón indicios que le señalan como implicado en el asesinato del marqués de Jarandilla y eso tenemos que aclararlo.

El japonés palmoteó alborozado, como un niño al que acabaran de regalarle el mejor juguete.

―¡Qué ilusión, sargento! Es la primera vez que estoy bajo sospecha de asesinato, un protagonismo de novela negra que le agradezco, de veras —concluyó con la reverencia del típico saludo japonés, llevando ambas manos, unidas por las palmas, a la altura de la frente.

—Me alegro de hacerlo feliz —Azagra, ya repuesto del primer shock, estaba en disposición de entrar al juego de palabras—, porque es usted más sospechoso que un gitano haciendo footing. De manera que, si no le importa, queda detenido.

Takeru chascó la lengua, a la vez que mostraba un gesto de decepción en el rostro.

—Pero, mi querido sargento, me temo que estamos ante un gran malentendido, no puede usted arrestarme, créame que lo lamento porque me fascinaba la idea, pero es el caso que aquí, en la Ínsula del Duque, la única autoridad reconocida es la mía; déjeme informarle, que en realidad los prisioneros son ustedes, todos. Pero, claro, es normal la confusión, no estaban al corriente de esa circunstancia.

Las caras de Quintanilla y del páter eran de auténtico asombro, no así la de Azagra, en la que comenzaba a dibujarse el fastidio.

—¡Venga, coño, dejémonos de gaitas! Quitanilla, las esposas —alargó la mano en dirección a su ayudante, que señalándose las mallas hizo un gesto de impotencia—. ¡Rediós!

El japonés, siempre sonriente, aplaudió el juramento.

—En fin, todo esto les va a quedar claro muy pronto, ya que estoy preparando una gran fiesta, un acontecimiento social de primer orden al que pienso invitarles —se giró a derecha e izquierda para encarar a los otros dos, e impelida por el movimiento, la anaconda, que sesteaba apacible entre sus piernas, pareció cobrar vida, siempre velada bajo el manto protector del pixelado—, en la que serán debidamente informados del nuevo orden de las cosas; pero mientras eso ocurre, le ruego, Azagra, que por su bien se mantenga alejado de la vieja torre de los guardeses: no es nada personal, se lo aseguro, solamente negocios. Y ahora les dejo, mis obligaciones son muchas y debo atenderlas. Consideren el arreglo de la barca, un regalo mío y no piensen utilizarla para escapar, como todo aquí, está bajo mi control. Pónganme ustedes a los pies de las damas. Mente abierta, caballeros y mediten sobre lo que la sabiduría de mi pueblo nos dejó en forma de proverbio: «Los que se aferran a la vida mueren, los que desafían a la muerte sobreviven». Adiós.

Como una mancha de aceite, el velo cuadriculado que protegía las partes íntimas de Takeru se extendió por todo su cuerpo haciéndolo irreconocible; luego hubo un chisporroteo suave y como sucediera con Popeye, el japonés desapareció.

Quintanilla y el páter se reunieron en la cubierta con Azagra, los tres en silencio, todavía incrédulos de lo que sus ojos les mostraban. El guardia anduvo trasteando por el panel de mandos hasta dar con el contacto y apagó el motor, dándole las llaves al sargento.

—Bueno, señores —dijo este guardándoselas en el bolsillo—, habrá que volver con los demás; ya iremos pensando por el camino de qué manera les contamos esto.

Empezaba a calentar el sol y la sotana tenía al páter a punto de cocción. «Visto lo visto, a este paso va a resultar cierto lo de los panes y los peces», reflexionó para sus adentros, echando a andar hacia la casona. Un nuevo orden hentai regía la Ínsula del Duque; ¿qué había tras el mosaico de píxeles, que protegía la vieja torre de los guardeses?

RAQUEL LÓPEZ

¡ Ay Luciana! Te vas haciendo vieja y siento tener que decirte esto pero.. tengo que venderte para sacar unos cuartos y ayudar a Eloísa, que está en edad casadera. Aunque, siento que te voy a echar de menos..

– Juan, deberías ir a hablar con el ganadero y pedirle la mano de su hija, los dos estáis en la edad casadera y se os va a pasar el arroz y yo sé, que a ti no te disgustaría conocerla. Ha cambiado mucho sabes, desde que vino de París, seguro que ya ni la recordarás.

– ¿ Tú crees madre que debería ir? ¿No sería mejor esperar la oportunidad de poder verla en la plaza donde van las mozas?

– ¡ Anda ve y quítate esa timidez!

– Buenas tardes don Elías.

– ¡ Hombre tú por aquí!

– Mire usted yo venia por lo de ..

– No me digas más, hijo, vienes a por ella.

– ¿ Y usted cómo lo sabe?

– Pues ya lo ves, intuición de esa. Te explicaré la cuestión.. ¿ Tú la quieres?

– Bueno así de primeras..antes hay que conocerse.

– Pero eso viene después, te diré las condiciones. La visión no la tiene muy bien..

– Pero si es joven..

– No te creas no, ya tiene sus añitos, además sus extremidades y articulaciones no están en buen estado, por lo que no le permite trabajar.

– Eso no es problema señor, yo jamás la haría trabajar, la trataré como a una reina.

– Que buen muchacho eres… Eso sí, a pesar de todo es de pura raza.

– ¿ Raza?..

– Pero puedes montarla Juan, si te interesa te la puedo dejar a un buen precio, por ser tú.

– ¡ Hasta ahí podíamos llegar señor mío! Usted es un mal padre, vender así a su hija…

-¿ Mi hija? ¿ Como que mi hija? Creo que aquí hay un malentendido. No hablaba de mi hija si no de mi yegua, ¿ No venías a comprarla?

– No señor, yo venia a pedirle la mano de su hija…pero que bochorno..

– Anda, acércate al jardín que ahí sí que puedes encontrar a mi hija. ¡ Menuda confusión!

¡ Ay, caramba! Yo creo Luciana, que no te voy a poner en venta con este malentendido, porque si se casa mi hija me voy a quedar solito y tú eres buena compañera…

PAQUITA ESCOBERO

Inocentes

— ¿Cómo se declaran los acusados? pregunta el juez a la abogada representante de aquellas 3845 persona que habían decidido ser defendidas de manera conjunta por el mismo equipo de abogados “Derecho e inocencia S.L”.

— Inocentes. — Asevera la abogada que tenía la palabra.

— ¿Los 3845 acusados? — Pregunta de nuevo el Juez.

— Todos y cada uno de nuestros representados se declaran inocentes —Confirmó la abogada.

—Bien, porque en este juzgado nadie está dispuesto a declararlos culpables. El juicio no se celebrará pese a las presiones del estado para llevarlo a cabo y quedan todos absueltos. — dijo el juez mientras leía el siguiente texto.

Tras comunicar la decisión de este juzgado al estado de no juzgar a ninguno de los imputados, la respuesta que hemos recibido ha sido la siguiente: Creemos que todo lo sucedido ha sido un terrible malentendido y la familia que dio origen a este movimiento no tiene por qué ser desahuciada debido a su edad, pero si deben ejecutarse el resto de los desahucios que están previstos. Apelamos al poder judicial y su deber para hacer cumplir las leyes.

Tras hablar con los jueces, fiscales y abogados, y haber sido elegido portavoz del poder judicial para ser la voz que de la respuesta hoy usamos esta sala del juzgado, ante los medios de comunicación para decir lo siguiente: La residencia entendida como hogar donde vivir es un derecho. Las sentencias que nos han obligado a ejecutar bajo el auspicio de las leyes han sido un error y la que no se ha ejecutado y ha dado pie a este movimiento no es un malentendido es un pueblo que vota a sus gobernantes diciendo NO CON MI COMPLICIDAD. Un país y sus gobernantes deben hacer que se cumplan las leyes, pero no olvidar que la ley principal que nos ampara es la Constitución. En ella se incluyeron todos los derechos que deberían cumplirse para que LOS CIUDADANOS se desarrollaran en igualdad. Si bien somos conscientes de la necesidad de regular leyes que ayuden en la convivencia, hasta ahora, la inmensa mayoría de las leyes que tienen un carácter social, que deben proteger, tardan tanto en ejecutarse o cumplirse que las personas pierden hasta el derecho a la dignidad. Y el resto se han creado para dar tales vueltas a la constitución que ha llegado a perder todo su sentido. Y aunque son muchos en los temas que podríamos entrar, vamos a centrarnos en uno en especial, la vivienda.

Al auspicio de varios gobiernos se fueron proclamando leyes hipotecarias que cada vez ponían más y más requisitos para el acceso a una casa donde vivir, sin velar si quiera porque esta fuera digna, simplemente legalizando fórmulas que aseguraran el pago de intereses, en ocasiones tan desorbitados, que han dejado a miles de familias sin hogar, sin oportunidad, en la calle y en los casos más terribles, sin vida, ante la desesperación que genera la impotencia de no poder enfrentarte a las grandes corporaciones.

Hemos sido participes de estas ejecuciones, en la creencia de que nuestro deber era hacer cumplir las leyes, hasta que una niña de 12 años le recordó a un padre que la primera ley a cumplir era la Constitución y nos hizo pensar si habíamos errado en el camino o en las decisiones, pero desde luego poniéndonos en la situación de pensar si queríamos seguir formando parte de este entramado de poder que hace que los beneficios de las entidades bancarias sean tan desorbitados, que no es posible consentir lo que hasta ahora se ha estado produciendo.

Por todo esto, no solo declaramos a los acusados por el estado inocentes, sino que declaramos al estado culpable por complicidad. Y no, no están entendiendo mal. El poder Judicial declara al estado cómplice de 1.000.002 desahucios producidos en este país desde el año 2008, al no promulgar leyes que protegieran a los ciudadanos y si salvar a la banca de las quiebras que supuestamente tenían y nunca devolvieron. De no haber exigido ese pago de deuda tal y como se exige a una familia el pago de una hipoteca, de haberlo hecho, se podrían haber evitado muchas desgracias que ahora ya no tienen solución, pero pueden tenerla a partir de ahora…

Así comenzó lo que hoy en día se conoce como el NO juicio del Artículo 47. 3485 personas acusadas por el estado de participar en la destrucción de economía y del sistema bancario, de la condonación de deuda por medios fraudulentos y, sobre todo, de lo que no venía por escrito, del despertar las conciencias.

El primero en oponerse fue Juan, un policía Nacional con tres hijos y una esposa que era dependienta en uno de los supermercados más conocidos del país. Estaba cansado de tener que ejecutar las órdenes que le daban de desahucios constantes, diarios, viendo cómo se quedaban sin residencia familias completas, personas de avanzada edad, niños que lloraban por lo que sucedía a su alrededor sin saber realmente lo que les esperaba a partir de ese día en el que ya no volvería a su hogar.

El detonante de Juan había sido Sofía, su hija mediana, que un día viendo las noticias donde le reconoció le preguntó:

— Papá ¿ese eras tú? Y el que está a tu lado ¿el tío Lucas? – así llamaba Sofía a su compañero de trabajo, su padrino de bautizo y para ella más tío que amigo de su padre.

— Si cariño, pero cambia de canal que ya demasiado es tener que hacer algo que no quieres – recuerda que le respondió mientras bajaba la mirada avergonzado.

— ¿Por qué haces algo que no quieres? Siempre me dices que no dejé que nadie decida por mí y menos que alguien me obligue a hacer algo que no quiero. ¿Por qué lo haces tú entonces? — le preguntó mientras lo miraba con incredulidad en sus ojos.

— Porque nosotros no tenemos opción, es nuestro trabajo, sé que es difícil de entender, pero ya lo harás. Cambia de canal.— recuerda que le dijo y la sorpresa cuando vio a Sofía levantarse y buscar entre los libros del salón. Al momento le llevó a la mesa el ejemplar de La constitución Española que tenían desde que él había opositado a la policía, tan subrayado y maltrecho de tantas horas de estudio. Recuerda como pasó las páginas y leyó en alto Artículo 47: «Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación…»

— No sigas Sofía, me lo sé. – le respondió a su hija.

— Si te lo sabes, porque todos los que estáis allí ayudáis a que se marchen de su casa. —Concluyó Sofía.

Fue entonces, tras la respuesta de su hija, cuando pensó que había tergiversado todo lo que había estudiado y en lugar de hacer que se cumplieran los derechos constitucionales, ayudaba a grandes entidades con el auspicio del estado, de juzgados y letrados a que los derechos por los él tenía que velar, fueran vulnerados, todo por la promulgación de leyes como las hipotecarias, que deberían haber sido declaradas inconstitucionales hace muchísimo tiempo, pero enriquecían tanto que ya no había forma de pararlo. ¿O sí?

Eso dio pie a la investigación que realizó, cuando vio que solo en 2023 las fuerzas de seguridad del estado habían ejecutado 26.659 procesos de desahucios y que de ellos 19676 eran alquileres, que la gente no podía pagar y el resto hipotecas que incluso quedando solo unos pocos miles de euros se habían ejecutado, sintió que había formado parte de algo que no quería y no hacía honor a su juramento de proteger al pueblo.

Cada día que les daban una orden así se repetía cuál era su deber, buscando en todo lo estudiado en la oposición las razones para ser parte de aquellas actuaciones e intentar conciliar el sueño sin tener remordimientos, pero no lo conseguía. Como un mantra que consuela o relaja en una meditación, él se repetía a diario “ es tu obligación como funcionario público y fuerza del orden” y lo mismo les decía a su equipo, antes de que acudieran a un domicilio para tirar la puerta abajo y sacar, aunque fuera a la fuerza, a las personas que hasta ese momento habían tenido como hogar ese espacio concreto en el mundo. Un espacio que era más que un hogar, era un derecho y ese derecho se estaba viendo vulnerado por los bancos, los juzgados, los abogados y el estado que permitía que sucedieran una y otra vez.

Al final de la lista de implicados se encontraban ellos como ejecutores, los que tenían que poner la cara realmente a la hora de echar a la gente de su casa. Enfrentarse a las asociaciones o vecinos que gritaban que no se desahuciaría a esas personas, insultos, golpes que le dolían en el alma más que en el cuerpo.

Todo para él cambió a la hora de comer de ese 16 de mayo, al ver la cara de su hija, como le miró, no sabía si había admiración, alegría o ambas en esa mirada de solo 12 años. Recordaba como sentados a la mesa en su hogar con su mujer, sus tres hijos, de fondo sonaban las noticias en la TV.

Mientras la reportera de una reconocida cadena de televisión contaba como había sido el intento de desahucio que tenía que haberse llevado a cabo hace 7 días en uno de los barrios más humildes de Madrid, en el que se suponía que la policía tenía que haber sacado a la fuerza a un matrimonio de 80 y 83 años respectivamente, los cuales avalando con su hogar la compra del hogar de su hijo lo habían perdido todo por las carambolas del destino. Las crisis económicas y la avaricia de los grandes bancos, que no teniendo a bien quedarse con la vivienda del hijo también querían la de los padres, habían hecho que, pese a conseguir durante tres meses los vecinos y las asociaciones dedicadas a ello que no se ejecutara la sentencia, esa mañana las órdenes eran sacarlos a la fuerza.

Juan y su equipo se personaron en el domicilio mencionado en la orden a las 08.00 de la mañana, tal y como les habían indicado. Ya habían estado allí en tres ocasiones, todas ellas habían vuelto a su comisaría sin poder llevarla a cabo. Eso le hizo respirar tres meses, aunque otras muchas se ejecutaron, no podía mirar a los ojos de esos dos octogenarios y justificarles que solo hacían su trabajo. Así que sin decir nada, aunque era un tema que hablaban a menudo esa mañana, Juan llegó con la orden de desahucio en una mano, en la otra una mochila, con agua, comida y lo suficiente para pasar allí unas cuantas horas.

Según se acercaban al domicilio, pertrechados como antidisturbios que van a disolver una manifestación violenta, se escuchaban los gritos de los vecinos y de todos los que apoyaban desde la asociación del derecho al artículo 47. El avance de los policías hacía que los gritos fueran cada vez más fuertes. Unos diez metros antes, el ya sabía lo que iba a realizar esa mañana, aunque no como responderían sus compañeros de trabajo.

Los abucheos fueron cesando poco a poco cuando vieron a Juan ponerse en la puerta del edificio, quitarse el casco, el chaleco, la porra, las esposas y enseñar que no llevaba el arma reglamentaria, había salido sin ella de la comisaría. Sin decir nada, rompió delante de los presentes la orden de desahucio y se sentó en el peldaño que daba acceso al portal. Lentamente sacó una tela de la mochila, en la que había unas letras pintadas con acuarelas de colores. Las letras eran grandes y parecían escritas por niños, en ellas se podía leer: TODOS LOS CIUDADANOS DE ESTE PAÍS TIENEN DERECHO AL ARTÍCULO 47 DE LA CONSTITUCIÓN Y YO LES APOYO.

Sus compañeros lo miraron sin saber muy bien que decir, pero lo que no se esperaba fue la reacción de todos y cada uno de los que esa mañana se habían metido en el furgón con una orden que no querían ejecutar. Poco a poco más cascos fueron quitándose, más policías se sentaron rodeando a Juan y el silencio que fue inundando la calle y ponía los pelos de punta, se rompió al grito de “Ahora estamos todos”, que resonaba cada vez más fuerte, como si fuera una sola voz, mientras las personas que allí estaban se iban sentando una a una, haciendo de la manifestación para impedir el desahucio una proclama al derecho a la vivienda digna.

Con el gesto de sentarse en las escaleras ese 16 de mayo había comenzado una avalancha de apoyos que desbordó todas las expectativas. Al día de la sentada, eran miles de personas las que allí estaban, lo sorprendente es que muchos de ellos eran funcionarios públicos de cualquier administración, médicos, enfermeros, bomberos, policías, abogados de oficio, personal de administración de distintos servicios públicos, personas en general que sintieron la llamada a la acción, informáticos, limpiadores, hosteleros que llevaban comida, todo tipo de personas que al ver las imágenes en la TV sintieron que había llegado la hora de poner al pueblo frente al estado. Tras una semana de acampar en la puerta de la pareja octogenaria, nadie quería contribuir a quitarlos de allí, los compañeros de otras comunidades autónomas se negaron a ser ellos los que lo hicieran y se extendieron por el país otras muchas sentadas en puertas de hogares que tenían la misma sentencia, desahuciar a los que allí vivían.

Algo que la historia recordará como el Día del Artículo 47. 3 meses después de esto se está produciendo el juicio en el que Juan recuerda cada momento vivido como si fuera ayer. Se le acusa a el y a otras 3845 personas de haber contribuido a la desestabilización del estado económico de un país, insurrección, faltar al deber, incitación al odio hacia el estado y una larga lista de cargos que quizá los llevarían a todos a prisión durante mucho tiempo, sobre todo porque debido a ese gesto, un grupo de Hacker informáticos habían terminado con la deuda hipotecaria de todos los ciudadanos del país y los bancos no sabían como revertir la situación. A la quinta noche de acampada, los teléfonos comenzaron a sonar, millones de mensajes de entidades bancarias que indicaban que la deuda contraída con su entidad estaba cancelada. La alegría no solo de los que allí estaban, sino de un país entero, al menos todos los hipotecados, fue el detonante para que las cosas empezaran a cambiar.

Nadie quería buscar a los informáticos que habían hecho tal acto, ni abogados que quisieran ser defensores de entidades bancarias, a esto se sumaron jueces, fiscales, abogados privados y de oficio, policías, funcionarios de toda índole. El estado quiso involucrar al ejercito para hacer cumplir las órdenes que daban, pero la gran mayoría se declaró objetor de conciencia al amparo del artículo 47, todos ellos también tenían familias y también se negaron.

Esa mañana, en la que esperaba como sentencia la cárcel fue absuelto, junto a todos los demás, ese día cambió el mundo. El día en el que el pueblo se dio cuenta que ellos eran muchos más.

SERGIO TELLEZ

FERNANDO

Terminar con todo de una buena vez. Esa idea le martillaba la cabeza desde hacía varios meses, y en la última semana se hizo más repetitiva a tal punto de tomar la decisión de no aplazarla por más tiempo. Aquel día sería el indicado, no había vuelta atrás.

De acuerdo con lo acordado, ese domingo su esposa e hija junto con su mascota salieron a dar un largo paseo mientras él consumaba su plan.

Bebió un largo trago de whisky, lo saboreo en toda su intensidad y percibió esa mezcla de lucidez y relajación que estaba buscando. Contempló el vetusto sillón azul rey, con sus brazos y patas en madera totalmente raídas, se volteó y lentamente se acomodó en él pensando que sería la última vez que descansaría en ese trasto que lo había acompañado por tantos años.

Por su mente pasaron tantos recuerdos vividos en casa, su familia, su mascota, las visitas de amigos y parientes. La vida pasó a cuadritos como en los rollos de las películas antiguas que tanto le gustaban. Estaba lleno de sentimientos, los recuerdos le apabullaron aún más ayudados por esa música de fondo escuchada en su viejo reproductor de sonido. La melodía que sonaba era «Fernando», cantada magistralmente por el grupo ABBA.

Sonrío con melancolía al recordar la clase estupenda que le dio su melómano amigo sobre ese tema. Fernando era una simple canción de amor sencilla y nostálgica en su original idioma Sueco, que luego por el cambio de letra paso a una historia de dos viejos guerrilleros en la Revolución Mexicana en su versión en Inglés y Español. Lo cierto es que sonaba melancólica, pero a la vez pegajosa. Fernando lo introdujo aún más en ese estado de nostalgia y tristeza que lo consumía en ese momento.

El arma apropiada para consumar su plan no era fácil de encontrar en ese pueblo tan pequeño y olvidado de la mano de Dios. Pero él supo dónde conseguirla, su amigo alguna vez se la ofreció hablándole al oído para evitar ser escuchado por su familia. «–cuando la necesites, solo dilo, con eso quedarán saldadas nuestras deudas y será un secreto entre los dos, que te llevarás hasta la tumba–»

Suspiró profundamente, se levantó del sillón, camino pausado pero seguro, miró hacia la calle atravez de la ventana por última vez ese día, la selló totalmente junto con la puerta, contempló el mueble por última vez y con un viejo plástico lo tapó parcialmente, para no mancharlo de rojo sangre, evitando las partes de madera, que no se cubrieron. Tomo la pistola marca Dewalt, la cargo con la pintura para muebles y se dedicó a pintar mientras tarareaba «Fernando».

Sergio Téllez González

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

EL ENCARGO

Si disponen de un momento, les voy a relatar la historia de cómo he acabado aquí, en el tercer planeta, empezando a contar desde el Sol. Una esfera redonda, perfecta, de bellos tonos verdes y azules. Pequeña pero acogedora, y sobre todo muy calentita. Nada que ver con el mundo de dónde vengo. No hay más que ver el color y la textura de mi piel, gris, tersa y dura como la suela de un zapato. Pero observen, sin embargo, mis ojazos color azabache. Soy la envidia de Alfa Centauri.

¿Mi nombre? Kiff. Kiff Kroker Klaatu para ser más exactos, pero vamos, eso es lo de menos.

Estoy aquí por un malentendido. El traductor-calculadora interdimensional, que a veces juega malas pasadas. En la pantalla se hablaba de la misión Gálaga, de una plaga bíblica, de 2024 antes de Cristo y términos similares. Debía viajar en el tiempo, al antiguo Egipto, pero por un error de cálculo y de lenguaje, he acabado en Málaga, en la playa, en 2024 y hecho un Cristo. Porque el aterrizaje no ha sido lo que se dice suave. En cuanto vuelva, tengo que llevar la nave al taller.

Llegué aquí el lunes pasado. La tarea inicial consistía en abducir a un humano, a un faraón para ser más exactos, que no entiendo la querencia que tienen los de mi planeta por los egipcios y las dinastías. Pero al final, visto lo visto, creo que me voy a tener que conformar con un malagueño cualquiera. Es mi primera semana trabajando para una gran firma de experimentación genética, y están faltos de terrícolas; lo de siempre, no son previsores y se les han agotado las existencias. No me han dado vehículo de empresa, algo que ya me veía venir, así que he tenido que poner yo mi propio platillo, un monoplaza deportivo descapotable en el que apenas quepo yo mismo. Tarea complicada la de abducir cuando la falta de espacio es un problema, aunque ya me las arreglaré, pienso para mis adentros.

No estoy solo, hay más compañeros por ahí en el cielo. Esto de las abducciones no es tarea fácil. Hay que hacerlo a lo grande, al por mayor, aunque cada uno abducimos a nuestro propio humano. No sé si es porque soy el nuevo, pero nadie me ha explicado nada de este planeta, así que he tenido que improvisar. Durante el viaje he buscado en Galaxnet un curso intensivo para aprender los principales idiomas que se hablan por estos contornos, pero tengo la impresión de que me he hecho un lío, las cosas de las prisas. Mi castellano es bastante perfecto y mi andaluz también. En mi cabeza, enorme y desproporcionada, todo suena muy bien, pero con las prisas no me ha dado tiempo a asimilar más que una única vocal. Cuando hablo resulto sumamente extraño, lo hago solo con la “i”. Es igual, mientras los terrícolas me entiendan y me dé como para la abducción, tengo suficiente. Y aquí estoy, en el punto de recogida, intentando adaptarme al medio:

— ¡Cimiriri, pingi istid itri di cilimiris y itri di sirdinis, pir fivir! Y crii qui pribirí lis chipitis y lis lingistinos… Y singrii, itri jirri, jifi.

Mi abuela decía que en el planeta al que fueres, haz lo que vieres, y eso hago. Lo primero que he hecho es ocultar el platillo, me han dicho que eso es fundamental. Los humanos son tan imprevisibles como asustadizos y curiosos. No te puedes fiar de ellos, así que lo último que debo hacer es llamar la atención. Y justo llegar, la primera en la frente. Acabo de causar la espantosa huida de cinco hembras humanas que se encontraban próximas a mí, sobre sus respectivas toallas. Luego otro espécimen hembra, más atrevido y menos vergonzoso, me ha cedido un trozo de tela estampada para tapar mi parte central y me lo ha explicado todo. Por lo visto, ir con la protuberancia oscilando al viento marino, y mucho menos con las dimensiones que gastamos los de nuestra especie, no está muy bien visto en este planeta arenoso. No sé si la Tierra entera será igual, pero aquí todo es arena y agua. Muy salada, por cierto. Los dos tragos que he dado me han sabido a rayos intergalácticos. Y está llena de bichitos alargados con ojos saltones que se mueven muy rápido. No hay quien los coja. Los hay de todas clases, grandes, pequeños, finos, planos, rayados, en espetos, rebozados, a la plancha y a la parrilla. Menuda delicia de seres acuáticos. Ya es la quinta ración que pido. Chiringuitos les llaman a estos sitios. Me caen bien los humanos.

Una semana me dijeron que tengo que estar por aquí con el tema de la abducción. Menudo abdomen se me está poniendo. El tamaño de mi cuerpo se está igualando con el de la cabeza. Cuando los de la nave nodriza lleguen el domingo, al que van a tener que abducir es a mí. Y del gris creo que voy a pasar al rojo salmón. Igual cuando me vean no me reconocen, piensan que soy de otra especie y me dejan aquí, abandonado a mi suerte. No cayera la breva…

Ah, mira. Ya empieza a verse gente volando. Parece que los compañeros se lo han tomado en serio. La abducción ha empezado antes de lo que esperaba. Salen absorbidos hacia arriba como haciendo ventosa. Míralos correr, pobrecitos, infelices. Nunca terminaré de acostumbrarme, me sigue pareciendo curioso esto de recolectar humanos.

—¡Cimiriri, cibrisi istid! Qui mi tingi qui ir i tribijir.

El intercomunicador está vibrando. Maldita sea, veinte llamadas perdidas de mi jefe. Qué lástima, una jarra entera sin empezar, una fuente de langostinos diciendo cómeme y me tengo que ir a abducir. Verás tú cuando llegue a la nave nodriza, ciego de sangría y hasta arriba de sardinas y calamares.

¡A la mierda el intercomunicador! ¡Hala, mira como vuela hacia el agua! glub glub gluuuub…

Decidido. Creo que me quedo aquí. Los humanos se están cargando este planeta, es verdad, pero después de todo, en la Tierra no se está tan mal. ¡Ea, que abduzca Rita la de Saturno!

Me pregunto yo… ¿a qué sabrán las gaviotas?

— Giviiti, biniti… pitis, pitis…

IRENE ADLER

PRIMAVERA ÁRABE

Me había detenido a descansar cerca de los minaretes de la mezquita de Qena.

Era un día caluroso y flotaba sobre la ciudad una niebla amarilla que era el resultado del humo de los tubos de escape y la arena del desierto, formando aquella capa de smog que reducía la visibilidad y volvía dificultosa la respiración.

Tenía el Alto Nilo a la espalda y la árida inmensidad del desierto de Nubia delante, con aquella cualidad fantasmagórica de inmediatez y grandeza que poseen siempre los espacios demasiado abiertos. Un viaje largo que me hacía sentir pequeño.

Al principio, los gritos en árabe me parecieron graznidos de cuervo. Vi unas cuántas figuras vestidas con el uniforme del ejército moverse en la plaza de la mezquita con rapidez y nerviosismo.

Pensé en un atentado terrorista; la filmación de una película americana; otra condenada primavera árabe.

Luego vi los fusiles de asalto apuntados hacia los alminares con sus feos altavoces y me dije que querían matar la voz enlatada e irritante del muecín porque ya no había muecines entornando oraciones asomados a las balaustradas de las mezquitas.

Los primeros disparos sonaron igual que las escopetas de aire comprimido de las barracas de feria. Me incorporé de un salto, dispuesto a salir de allí cagando leches, pero no llegué muy lejos. Acabé desplomado sobre los polvorientos adoquines de la plaza, mareado y con un dolor punzante en el costado derecho: uno de los proyectiles me había alcanzado y me desmayé pensando que gritaba: “soy ciudadano húngaro, quiero hablar con el consulado”. Pero creo que nunca llegué a decir nada.

Tuve un sueño agitado y espeso en el que se mezclaban la Convención de Ginebra, los Asesinos de la Montaña y ciertos ritos siniestros relacionados con la embalsamación. Me desperté en una habitación oscura que olía a algo parecido al amoníaco y recordé que el natrón era un carbonato que se usaba igual para secar la carne de las momias que para fregar el suelo: una especie de KH 7 del antiguo Egipto.

Me habían atado a una camilla de acero cubierta de manchas inequívocas y a mi derecha, dos soldados de piel cetrina y mostachos de la época otomana, revolvían entre un amasijo de cables y pequeños destrozos electrónicos como buitres carroñeros: mi equipo de localización GPS yacía en una mesita auxiliar como vísceras fuera de un vaso canope.

Me sentí decaído y aterrado. Aquellos aficionados a la vivisección tecnológica quizá sintieran curiosidad por mís interioridades anatómicas. Me dan grima los objetos afilados y siento una aversión profunda por las agujas. Aborrezco la sangre y cualquier forma de violencia: soy un húngaro pusilánime y apolítico. ¿Quizá debería omitir el hecho de ser húngaro? ¿Qué pasa si éstos me asocian con aquel fulano, Almassy, que se pateaba el desierto de punta a punta y luego se hizo espía de los alemanes? Yo no he leído Rebecca, considero a Daphne Du Maurier una petarda recalcitrante y apenas sé interpretar un mapa.

Los pensamientos absurdos me estaban nublando el juicio. Tenía ganas de llorar, orinar y emborracharme, no necesariamente en ese orden. Pero puesto que en árabe sólo sabía decir sharmuta, la incomunicación me estaba jugando malas pasadas.

Entró un oficial— lo supe porque tenía el uniforme limpio y planchado—dijo algo a los otros dos y ellos, como niños enfurruñados, me desataron.

—Que se vaya, ha sido un malentendido, no es un espía. Lo que llevaba atado a la espalda sólo era un localizador de la sociedad ornitológica de Budapest. ¡Cigüeñas espías!—protestó—¡Valiente chorrada!

Salí volando por la primera abertura que encontré, con las alas entumecidas pero mucho más ligero de lo que había volado hasta ahora. El cinturón del GPS me estaba rozando las plumas y con el calor, el puñetero escocía.

¡Espera que vuelva en la próxima migración a Hungría!

Voy a poner de vuelta y media a ésos idiotas de científicos empeñados en monitorizar, anillar y bautizar a los míos porque están obsesionados con los datos, las estadísticas, la protección de la biosfera, los recuentos de especímenes y el aprovechamiento de las rutas migratorias de las cigüeñas con fines lucrativos, estratégicos o simplemente gilipollas. Y nos mandan a sobrevolar un país árabe con una caja negra y sospechosa atada al lomo. ¡Qué hace falta ser gilipollas!

¡Con lo susceptible que está el mundo con el tema de los objetos voladores no identificados!

SANTIAGO VILLA IBÁÑEZ

Él sin entender

tan buena explicación,

malentendido.

EFRAÍN DÍAZ

A través de la historia, las palabras mal empleadas han sido las causantes de los mayores malentendidos.

Desde pequeños problemas hasta grandes catástrofes han sido atribuidas a palabras mal utilizadas y por supuesto, mal entendidas.

Luego de una cena familiar, Willie tuvo que ser llevado al hospital. La comitiva, una pila de inmigrantes cubanos, hacía un año que habían llegado en balsa a los Estados Unidos. Para celebrar el aniversario de la liberación de la dictadura castrista, idearon una gran comilona.

Willie llegó al centro médico convulsando. Estaba en estado de gravedad. Su familia pensaba que las convulsiones eran producto de un envenenamiento por alimentos. Willie estaba intoxicado.

Cuando se acercó el personal médico, la familia de Willie tuvo problemas para explicar lo que le sucedía. Ninguno dominaba el idioma inglés. Lo único que le salió dela boca a la hermana de Willie, que era la única que más o menos sabía algo, fue la palabra “intoxicated”.

En el idioma inglés, “intoxicated” es sinónimo de “poisoned” que significa envenenado. Sin embargo, en su acepción más común, en su uso pueblerino y popular, “poisoned” significa envenendo e “intoxicated” significa borracho al extremo.

Al escuchar la palabra “intoxicated” el personal médico zanjó la cuestión. Este cubano está ebrio. Borracho como un perro.

Este mal entendido, acompañado por la cuota de desprecio que los norteamericanos sienten por los hispanos, provocó un diagnóstico erróneo.

Willie recibió el tratamiento que se le da a un intoxicado por alcohol.

Pasaron las horas y la condición de Willie, lejos de mejorar, empeoraba.

Con los ojos cerrados e imperceptibles signos vitales, Willie había dejado de moverse. Era cuestión de tiempo para que Willie muriera. Los médicos se fueron a atender a otros pacientes y a realizar otras tareas, dejando a Willie a la deriva con su familia.

El cambio de turno trajo un facultativo hispano, que al ver el tétrico cuadro, decidió realizar unas pruebas adicionales.

Dichas pruebas revelaron que Willie no estaba envenenado por alimentos. Ni siquiera estaba ebrio. El cuadro clínico de Willie reflejaba una hemorragia intra-cerebral causada por un aneurisma.

Inmediatamente movilizaron al equipo de cirugía. Willie fue llevado urgentemente a la sala de operaciones. Mientras, en la sala de espera, la familia fervorosamente oraba por el éxito de la cirugía y su recuperación.

La operación duró una cuatro horas. Los médicos estaban exhaustos. También la familia de Willie, pero de tanto orar. A cada santo prometieron una vela.

Ya en sala de recuperación, el cirujano se reunió con la familia.

Willie había sobrevivido. Sin embargo, el malentendido, al no ser propiamente diagnosticado y atendido a tiempo, había provocado que Willie quedara tetrapléjico.

Varios abogados, con sed vampírica de dinero, se acercaron a la familia para ponerle cifra a la negligencia del hospital.

En una transacción privada y confidencial, el hospital desembolsó una compensación de 71 millones de dólares.

A sus treinta y cinco años Willie quedó postrado en una cama, confinado de por vida a los cuidados de su familia y por 71 millones de dólares, su familia, con mucho gusto lo cuidaban.

FRAN KMIL

El hombre de la luna.

Alzó los ojos y contempló la luna llena. Había jurado nunca más mirar al cielo de noche para no encontrarse con el hombre que desde allí le saludaba. Prometió no volver a recordar jamás el inminente final que pronosticó y que ya demoraba demasiado en cumplirse.

Cinco años atrás fue la primera vez. Estaba sentado en el patio de su hermosa casa. Fumaba un cigarrillo y se tomaba una cerveza cuando le llamó la atención la belleza de la luna llena. Por casualidad se tropezaron las miradas. Desde allá le saludaba cordialmente agitando las manos, un hombre.

Cerró los ojos para borrar la ilusión. “ Imposible, en la luna no hay oxígeno” se dijo. Las visiones de mundos extraños le perseguían, le acosaban cada vez que estaba a solas, haciéndole dudar de su cordura. No había consultado con nadie por temor a que se confirmara su sospecha.

—Buenas noches —Oyó a su lado.

—¡Qué me rompe la nevera! —gritó al abrir los ojos y verlo sentado sobre ella.

—Es lo menos preocupante —afirmó el visitante.

Le contó sobre el fin de los tiempos, de guerras y epidemias, conspiraciones y traiciones, del final de la raza humana.

Desde entonces perdió el interés por todo, con la apatía como compañera. Poco a poco se fue quedando sin nada, hasta quedar en la calle, deambulando de ciudad en ciudad, mendigando comida para sobrevivir y dinero para comprar bebidas que le hacían olvidar y borrar las visiones del fin del mundo.

Esa noche por descuidó y olvido había vuelto a mirar hacia el cielo en luna llena. Llevaba rato sentado en el muro debajo de uno de los puentes de la ciudad, cerca de donde su compañero paseaba entre los coches en espera de la luz verde, con el cartel de petición de ayuda para un veterano olvidado por el sistema.

Y volvió a contemplar la belleza de la luna llena. Nuevamente se encontró con la mirada del hombre que desde allá le saludaba agitando los brazos.

Se frotó las manos para ahuyentar al frío del incipiente infierno, luego la introdujo en los bolsillos de la descolorida y sucia chaqueta para tenerlas calientes.

Saludó al hombre de la luna con un guiño de ojo y con un movimiento de cabeza le invitó a bajar en tanto se dijo en su interior:”Baja, anda, ven. ¡Que esta vez te mando al carajo!”

JOSÉ SANTIAGO MONREAL

Darse cuenta de que juegan contigo a tus espaldas no es un malentendido,¡es una auténtica putada!

Ver que cuando te va bien personas cercanas te recriminan que se te sube el ego, o peor aún, dicho en plural, los egos, que sólo me tienen que escuchar para observar que me creo superior al prójimo, ¡por favor!

Tengo muy mala ostia cuando estoy cansado,¡cierto! Inclusive juzgo (al igual que hacen conmigo), no es excusa pero acabo al mismo nivel que algún lenguaraz que me juzga y me señala.

Soy un ser de luz, pero me gusta no sólo brillar sino hacer brillar a los demás, tener ese espíritu de liderazgo y no pecar de envidia(el pecado más voraz en España bajo mi punto de vista), juntarme con gente que sume, que me enseñe, que me ayude, sin llegar a ser pretencioso y si hace falta ayudar si está en mi mano,¡juro por lo más sagrado de cada ser que ayudo! No obstante, ayudo sin esperar nada de nadie y mucho menos pedirlo (o eso creo).

Intento mejorar cada día y ser mejor persona, sembrar raíces y vástagos fuertes llenos de un halo de esperanza para que no intenten dejarme sin energía y mucho menos apagar mi luz.

Será un malentendido pero como dice un compañero mío, un dicho de su madre:»estoy tan acostumbrada a que me vaya mal que cuando me va bien me enfado».

Quizá y sólo quizá sea culpa mía y tenga que reflexionar, dejar de ambicionar y que me vaya mal…

ANA DEL ÁLAMO

La bicicleta de Arturo sube la cuesta más empinada del pueblo donde es su cartero desde hace más tiempo del que recuerda. Lleva una pesada cartera cargada a la espalda a modo de bandolera. La mañana veraniega despierta al sol con fuerza.

Arturo llega exhausto hasta la casa de Dña. Engracia, la única maestra del pueblo, viuda, algo mayor y sorda como una tapia.

Llama a la puerta con insistencia. Lleva algo de prisa, pues hoy anda retrasado. Pero nadie contesta.

_Dña Engracia por dios, ábrame que le traigo una carta certificada.

La vieja maestra se asoma por la ventana de su habitación:

_Un momento Arturo que no voy vestida.

_Anda que si al menos tuviera 30 años menos, piensa él.

_vamos señora, que es para hoy.

_voy, voy. Uy que poca paciencia!

Se coloca la bata de los domingos, regalo de bodas con pocas ocasiones de lucirla y se decide a bajar. Cuando está a mitad escalera se percata que va descalza.

Otra vez para arriba. Se calza sus zapatillas de leopardo y baja sintiéndose una tigresa.

Abre la puerta y se encuentra a Arturo con cara de pocos amigos.

-Uyyyy y esa cara tan larga. ¿Le pasa algo?

_Pues nada, que llevo aquí media mañana a ver si se decide vd. a abrirme.

_Anda exagerado. Le suelta ella.

_Será soso, ni darse cuenta de mi bata supersexi. Piensa Engracia .

_Ande firme aquí que me tiene contento hoy.

_De pronto Engracia se acuerda de algo!

-Ayyyy madre mía si he puesto el café al fuego! y usted sin avisarme. Pero es que no olía a quemado.

_Vuelvo enseguida!. -Pero pase, pase y no sé quedé ahí como un pasmarote.

Arturo rojo de irá y sudando, le espeta:

Mire señora, por muy maestra que sea, haga el favor de firmar aquí ya, que me tiene hasta los mismísimos.

Engracia vuelve corriendo con su bata al viento y deja entrever sus intimidades.

Arturo no puede creérselo.

Lo que me faltaba. Ahora se me pone cachonda esta mujer. Debe haberme malentendido, piensa.

_Dña. Engracia, por el amor de dios, tápese que ya tenemos una edad. Mire, se lo explico. No tengo interés en vd. Lo siento si ha podido interpretar otra cosa.

_Venga Arturo no sea así, tómese una tacita de café conmigo y cuénteme por qué está tan enfadado.

YOMALCKRY OSORIO

Darse cuenta de que «juegan contigo a tus espalda no es un malentendido!es una autêntica putada»con estas lineas de José Santiago Monreal ,doy comienzo a mi participacion de esta semana.

A buen entendedor pocas «palabras «,asi reza un viejo adagio popular que se dice en mi tierra amada.

Sucede que muchas veces en todas las conversaciones siempre se debe tener un testigo presencial para que todo lo expresado ,el mensaje no sea distorsionado pero como estamos en la era digital todo conversacion deberia ser grabada.

Por alguna o otra razon decir «esto o aquello » se crea una confusion de tal magnitud estilo big bang o algo tipo hiroshima .Un caos muchas veces infernal de algo tan sencillo de solucionar , algo que se pudo expresar en pocas palabras y a tiempo.

No es estar con el «Vacilon»como tambien decimos alla.

Ser leales y sinceros nos evita malestares y contratiempos.

Tambien es una manera de agradecer con quienes lo hemos sido .

Demuestra un acto de madurez y y plena consciencia.

No se puede ir en la vida haciendo el papel de victima y mucho mas cuando se tiene una edad considerable ,no pueden existir las excusas.

Afrontar con gallardia las consecuencias de los actos es ir avanzando y mejorar como seres humanos.

Hay que recordar la tercera ley de Newton.

«Toda accion genera un reaccion».

Inyectan las nubes y aun sigue lloviendo en .

Rio Grande do Sul.

JOSE LUIS USON

Te das cuenta hermano de la ruina que me has buscado, lo ves. Desde siempre, ya desde que éramos niños, te las has arreglado para cargar sobre mí la responsabilidad de todos tus actos, ni siquiera mamá y papá, se dieron cuenta jamás, nunca vieron que cargaban su malestar, su rabia y su desesperación sobre los hombros equivocados. Que cadena tan pesada arrastro desde ese día aciago en que los dos vinimos al mundo, un lastre que ya resulta insoportable y que ahora llega a su cenit. Ahora que la vida empezaba a sonreírme lejos de ti, vuelves, apareces como siempre para verter sobre tu hermano toda la miseria, toda la maldad que arrastras, con una crueldad extrema, como un Dorian Gray cegado por la ira. Los dos sabemos que eres tú el que debería estar a este lado de la puerta enrejada, tú el que debería sufrir este encierro, que sabe Dios hasta cuando durará. Y sin embargo aquí estoy, cumpliendo tu pena, como siempre. Asesinato, esta vez sí fuiste lejos, ya no te servían las amenazas y escándalos públicos, tenías que dar un paso más. Solo espero que alguien se dé cuenta del error y pronto quede libre.

Al otro lado del espejo, la doctora Natalie Weiss del Manhattan Psychiatric Center,observaba a aquel hombre, que atado a la camilla descansaba de forma plácida, la dosis de antipsicóticos había sido la apropiada.

Llegó de madrugada después de ser sorprendido acuchillando a un hombre en plena calle, sin motivo aparente. Cuando los agentes lo detuvieron y arrancaron de sus manos el cuchillo ensangrentado, repetía obstinado, que todo era un malentendido y susurrando entre dientes, culpaba de todo a su supuesto hermano gemelo.

ANGY DEL TORO

Continuación de la semana anterior.

Disparates News – Edición Especial: El Incendio de las Veinte Esquinas.

Ha llegado el momento de que organice mis anotaciones, los terrícolas desconocen lo que está sucediendo. Se habla de conspiración y mi deber es informar.

La redacción del periódico digital gusta de la inmediatez, así que, a escribir, no queda de otra:

“En la Tierra temen haya conflicto intergaláctico. El Departamento de Seguridad Espacial investiga los motivos del incendio de las veinte esquinas de las casas de las brujas. El principal sospechoso del incendio de las casas de las brujas, Gilmar Abatía Mielo, se niega a declarar.

Nuevas pistas:

Pista 1. ¿Qué puede motivar a un hombre de ciencias, de ideas tan avanzadas y luchador por los derechos de la humanidad como Gilmar Abatía Mielo ¿el incendiar la Casa de las Brujas?, ¡Qué va! no puede ser.

Pista 2. El Tte. coronel Demócrito, jefe del Mando Superior de la policía espacial es quien guarda y custodia la vestimenta del sospechoso.

Pista 3. No se registran las pruebas del delito, por el contrario, Demócrito las mantiene en su oficina. Las oculta en una bolsa de nylon. Su contenido: un vestuario chamuscado al que se le adicionan dos patas de rana cubiertas de escamas, más diez garras filosas que sobresalen cual si fuesen dedos humanos.

Pista 4. En el Planeta Tierra el primer ser humano que da a conocer la existencia de la piedra filosofal resultó ser el vendedor de periódicos.

Pista 5. Se desconoce el paradero del promotor e iniciador del viaje al espacio, el científico e investigador SALOCIN OCINREPOC, máxima autoridad del Centro de Investigaciones Científicas del Laboratorio Místico del Espacio y MS en Salud Ambiental. Una pena, pero el sujeto se les hace sospechoso.

Pista 5. No se ha dado a conocer la identidad de las personas que integraban la expedición comandada por MS SALOCIN OCINREPOC y mucho menos cuántas personas navegaban por el espacio el fatídico día del incendio.

Pista 6. Maléfica pretende liderar a las brujas. Aunque ella de por sí lo es, en ocasiones se transforma en Hada y deja atrás sus intereses personales. Ya no quiere matar a la madre de la Princesa. Según declaraciones propias, su oscura maldición desapareció desde el instante en que fue considerada como una de las mejores brujas de la historia.

Pista 7. Un nuevo y desconocido personaje, el telegrafista de la comunidad, ha sido visto en conversaciones secretas con un grupo de cazadores estelares. ¿Podrían estar planeando algo que vaya más allá de la simple caza?

No pretendo dulcificar los hechos, más bien temo por los malentendidos. Me he propuesto dar luz a la información, que se entienda.

He aquí algunas de mis interrogantes querido lector.

• ¿Quién o quiénes se benefician al distorsionar o transformar la realidad ambiental?

• ¿Por qué el científico Gilmar Abatía Mielo se niega a hablar? Nada, que ahí se los dejo, aquí hay gato encerrado, y no estoy hablando de los “gatos de la noche.

• ¿Qué oculta el tal señor Demócrito? ¿Por qué, el secretismo?

• ¿Qué o quién relaciona la piedra filosofal, el vendedor de periódicos y el incendio?

• ¿Qué está tramando Maléfica?

La verdad está ahí afuera, y como reportera de *Disparates News*, no descansaré hasta que cada pista sea seguida, cada conspiración sea revelada, y cada malentendido sea aclarado. La Casa de las Brujas no solo alberga secretos arcanos, sino que es un faro de sabiduría intergaláctica. Su destrucción no es un fin, sino, el comienzo de una historia que podría reescribir el destino de la Tierra y sus habitantes estelares.

HAROLD LIMA

Quemando brujas.

Era un día festivo cualquiera, llámenle día de la madre, ya pocas podían llamarse madres en estos días que solo bastaba aproximarse a una oficina del gobierno, llenar un formulario y pedir te entreguen a casa un niño sangre y carne de tu carne, para criarlo a tu gusto o dejar que los servicios del gobierno se ocupen de él y tu solo visitarlo cuando te antojaba. El día festivo existe y aún es un feriado que las empresas aprovechan para vender productos, los hay por las calles mujeres que llevan de las manos a pequeños niños que en muchos casos son de alquiler o androides, lo importante es ser parte de la celebración.

¿Vez aquella joven de aspecto lamentable? te aseguro ella si tuvo madre y fue una reaccionaria que deseaba hacer las cosas al natural, como se hacía antes. Te preguntaras ¿como lo sé?

Cuando ella avanza por la avenida las luces parpadean a su paso, es un mínimo cambio de intensidad que solo un profesional como alertaron o entendería, para todos los demás ella es solo una mujer común y corriente que podría estar teniendo un mal día, a la pobre seguramente siempre se le descomponen los artefactos electrónicos por esta causa y muchos la consideran algo así como un gato negro que reparte desgracias.

Como físico de partículas espirituales desde mis años de estudiante comprendo la teoría básica del motor de combustión Rodriguez; el ingenio humano que permitió usar los conceptos como fuente de energía ilimitada, pues aceptando la realidad, el humano crea seres conceptuales a cada momento, dioses, fantasmas y otros muchos sin el menor esfuerzo. Este flujo de combustible gratuito y que no deja residuos fue lo que potenció al humano hacia las estrellas. Pero, dejemos eso de lado. La humanidad ha tenido mucha épocas donde un concepto ha sido más abundante que otro, por ejemplo: en la edad media el dios cristiano seguramente fue la fuente de combustible más amplia que jamás existió, pero luego del siglo XX este concepto cayó bajo las ideas científicas siendo remplazado por creencias menores y el regreso de espantajos infantiles como el señor del saco, duendes, hadas entre algunos que podíamos quemar y hacer energía gracias a que cada equipo electrónico hasta el más pequeño dispone de un motor rodriguez.

Ya sea por un malentendido, confusion u otra razón antropológica psicológica que no domino, pues no es el campo de mi especialización, las brujas fueron el ser conceptual más frecuente. Asi, toda una generación humana se vio con este nuevo combustible, la expresión quemar brujas se hizo frecuente.

Algunos han teorizado que una generación que no conoció madres tradicionales y sus atenciones o tan siquiera ese vínculo pre natal fisiológico con ellas es susceptible a creer en las brujas tradicionales del folclore, mujeres malvadas que se comían niños.

Lo cierto es que esa pequeña y lamentable mujer me reconoce, se aproxima a mi y me sonríe con sus ojos ojerosos y su cabello apenas arreglado, no puedo evitar amar a este pequeño gatito de mala suerte que inconscientemente no cree en las brujas, pues tuvo una madre maravillosa que la amo como hoy solo lo hacen extremistas fanáticos en alguna comuna que odia la tecnologia.

La miro y deseo con ansias ver esa sonrisa en nuestra hija, solo ayer me confirmaron el embarazo y aunque es de riesgo hacerlo tradicionalmente, confío todo saldrá bien.

JUAN PEÑA

Seguido, ando a broncas con las musas. Sufrimos malentendidos. Me enfurruño y no nos hablamos por días, a veces, semanas, aunque sé que ellas me esperan, sentadas al borde del teclado, bailando en la espiral de la libreta o haciendo equilibrios en la punta del lápiz, y perdonan mis bajadas a los infiernos, a la oscuridad, al vacío.

Cuando estoy de buenas, vuelvo a jugar con ellas y surgen las palabras, a borbotones, en cascada, sin obturador; nacen los proyectos, monumentales, faraónicos, optimistas.

Escribo rápido, más de lo que debería, más de lo que puedo, porque soy consciente, que seguido ando a broncas con las musas, tenemos malentendidos y, entonces, no tecleo, porque los proyectos pesan, me aplastan, me rompen, me crujen el alma. Y cargo con mi infierno, hacia la oscuridad, vacío.

Dice mi loquero, que soy bipolar, pero se equivoca. Yo sé que es culpa de las broncas que, seguido, tengo con las musas. Sufrimos malentendidos.

MARÍA JOSÉ AMOR

RESUCITADO (tema de la semana)

Aunque parezca invención fue una auténtica realidad y le sucedió a mi prima Cristina.

Cuando sus abuelos paternos, tras dos chicas, tuvieron el primer hijo varón, le pusieron el nombre del padre: Miguel, pero la madre, reivindicando su condición de paridora, quiso añadirle el suyo también, y, como se llamaba Angela, le pusieron nombre compuesto: Miguel-Ángel.

Pero, tras varias chicas llegó otro niño al que, sin dudar, el padre quiso ponerle su propio nombre: Miguel, a secas. Y el tal Miguel con el tiempo se convirtió en el padre de Cristina.

La vida siguió su curso y ambos hermanos no tenían demasiadas buenas relaciones entre ellos, quizá porque aunque Miguel-Ángel se ganaba bien la vida, el que destacó más, en un negocio muy próspero fue Miguel, cuya tienda estaba siempre a rebosar de gente pudiéndose encontrar, como dice el Tenorio: “toda la escala social”.

Y un día, Miguel-Ángel tuvo un infarto, muriendo al cabo de pocas horas.

Miguel, aunque apenas se veían, corrió a su casa pues para él “la sangre” le tiraba mucho.

Sin embargo, Cristina y sus hermanos, que casi no lo habían tratado, se limitaron a dar el pésame a la viuda (no tenían hijos) y Santas Pascuas..

Pero no fue así con la clientela de Miguel.

Al día siguiente en el periódico se publicó una esquela que decía:

“Don Miguel-Ángel Carrillo Jiménez ha fallecido cristianamente…” dando, como es costumbre, el tanatorio donde se encontraba y la hora del entierro.

Los muchísimos clientes que lo leyeron, quedaron impresionados ya que desconocían de la existencia del hermano y, claro está, llamaron a amigos y conocidos con la noticia de:

-¿Sabéis que ha muerto Don Miguel?

Y, finalmente, llegó la hora del entierro. Como estaba convocado para las siete de la tarde, el casi ochenta por ciento de los clientes, que realmente lo apreciaban, se dieron cita allí donde el que daba el brazo y consuelo a la viuda resultaba ser Don Miguel al que creían muerto.

Y, lo que tenía que ser un entierro se convirtió en una mezcla de comedia surrealista combinada con humor macabro a lo Jardiel Poncela.

Por un lado gritos de alegría abrazando a don Miguel que no daba abasto teniendo que hacer sentar a su cuñada en un banco, pero también y más impresionantes fueron los que, creyendo ver un resucitado, una aparición, un fantasma o lo que fuera, cayeron al suelo teniendo que asistir el servicio médico encontrando desde desmayados, personas gritando en medio de severos ataques de ansiedad, hasta otras con arritmias y fibrilaciones auriculares, por lo que hubieron de ser llamadas ambulancias a fin de trasladarlas a centros hospitalarios.

Entre una cosa y otra, tocaba entrar el próximo muerto a la capilla, por lo cual les hicieron desalojar, trasladándolos a una sala espaciosa donde “el resucitado” explicó el porqué se produjo ese malentendido.

Y, una vez aclarado todo, alegando lo tarde que se había hecho, se despidieron abrazando efusivamente a Don Miguel, sin percatarse de la pobre viuda que quedaba apenada en un rincón.

GUZMÁN FABIANA

Me siento frustrada y no entiendo porque me pasan cosas bizarras. La gente que me cae bien me dura poco, ya que les doy unos días de ventaja y me caen mal. Me pregunto varias veces si el problema seré yo, mi respuesta es si, y es no. Por un lado soy, claro que soy, porque no dejo de ver la oscuridad en la supuesta luz que irradian. Entonces los confronto, les hablo de mi incomodidad y como debe ser , todo se vuelve paranormal. Así que me quedo con el no. No soy el problema real, soy el secundario, soy quien les hace notar lo poco que valen. Eso me transforma en un ser al que hay que temer o derrotar y no les da para intentarlo. Me voy convirtiendo de a poco en aquello que siempre odié. Como el karma, eso que decís que nunca te va a pasar, te pasa. Estoy amargada la mayoría del tiempo, llenando mi ocio con pensamientos oscuros, y cuando salgo de ese estado, me vuelvo irónica, hiriente, malvada. Creo que no debería despertar a veces. Parece que arruino la estúpida irrealidad en la que la mayoría desea sumergirse. Decir que me es indiferente la mayoría de la gente que conozco, lastima . No se debe decir. Mejor sonreír y escuchar idioteces que nunca pregunté, no? Noooooo no puedo! Decir verdades? Para qué? Para quién? A nadie le interesa escuchar verdades, prefieren que les mientas. Mi tiempo se va llenando de absurdos. Me van arrebatando las ganas de pensar. Porque si pienso, me libero. No conviene ser libre, me quieren esclava. Estupidizada, en mi lucha silenciosa , hostil y perturbadora. Quizás, solo quizás sea parte de un malentendido del destino….

GRACIELA PELLAZZA

Ella tenía conversaciones sostenidas, con los pájaros del alero, y con el goteo de la canilla. No con la del baño, era la de la cocina.

Sabía tanto de silencios que se armó el idioma de las soledades.Cantaba como el viento, y en la madrugada los cuises discutian en la huerta y ella se reía cuando los escuchaba. Sabía que hablaban de ella.

No estaba loca Antonia.

Estaba sola

Cuando amanecía y el sol le incendiaba la paja del techo, Antonia se aprontaba unas redes y se iba a pescar al río. La conocían los bagres y las mojarras y le temian las truchas y las anguilas.

Había aprendido.

Tomas era baqueano en eso, le había enseñado casi todo. Ella venía de otro lado, donde las mamás hacen guisitos y te sirven caliente en el plato.

¡Tantos años!

Todos quedaron masticando broncas cuando Tomas apuró para que Antonia armé un bolso y deje todo.

El amor hace caso.

Fue en el segundo verano que la desnudó y la hizo dormir en el establo, y le auguró que le coseria la boca si contestaba, y que nada tenía su nombre en aquella casa. No era el trabajo lo que la asustaba, sino las horas del ocio, donde no había tanto rincón para esconderse, y miraba el camino que era largo tan largo para escapar de las patadas.

Hacia frío, hacia mucho frío.

-¡Ven a la cama!- gritó Tomas

– No quiero- dijo Antonia

-¿Supongo que no has entendido? ¿Qué has dicho?

Antonia se quedó callada, asimiló eso de las palabras tragadas, esperó el momento preciso, y cuando cruzó la puerta le asestó el machete.Imparcial el machete, que en el majestuoso vuelo cortó la hierba mala.

Fue seco el filo y se puso líquido de sangre.

Y no se escuchó más nada; salvo el rebote de la cabeza y el torso sobre la madera de la mesada.

Pasó un lustro, nadie preguntó por el baqueano. Sirvió de abono en el estancamiento del agua. Fue alimento de los bichos en el pantano.

Antonia, esa noche no le contestó

Tomas creyó…

Pero solo fue un malentendido.

NUMIRALDA DEL VALLE

EL MEJOR AMIGO.

La traición de su amigo le dolió mucho. Luego de tantas aventuras juntos, momentos buenos, momentos malos en el instituto no pensó que algún día lo negaría. «Disculpa no te conozco», fueron sus palabras cuando se acercó a saludarlo en la cafetería donde platicaba con nuevos amigos. Sin emitir ninguna respuesta, Eduardo se retiró sentándose en una mesa ubicada en un lugar discreto.

Pasado un rato el amigo llegó hasta allí, expresando:

—No es lo que piensas, fue un malentendido, de verdad, no te reconocí.

Eduardo, simplemente le respondió:

—Si te avergüenzas de mi no mereces mi amistad, y poniéndose de pie salió de aquel sitio.

Ya estando en casa la abuela, más sabia que cualquiera, lo consoló, «el mundo está lleno de Pedros y Judas, no por ello pierdas la fe en las personas, la amistad es un hermoso sentimiento». Pasado el tiempo el jóven Eduardo superó el episodio, tiene muchos amigos, pero por si acaso se compró un perro.

MAITE BILBAO

Hace dos semanas publiqué la primera parte de esta historia. Adela, viuda de Antonio, va a visitarle al cementerio cada tarde. Allí se encuentra con un personaje que dice llamarse Destino, y que pretende llevarla al más allá. Adela, con muchas ganas de vivir y aprender cosas, le va contando cada día historias de su vida con el propósito de entretenerle y que se le olvide su misión. Y así transcurren seis meses. (Se la dedico a los compañeros de Club House, que me animaron a continuar la historia)

Para el tema

El malentendido

Eterna despedida II parte

El sol radiante de un mayo primaveral baña el cementerio de luz cálida y acogedora. Claveles, rosas y crisantemos, entre otros, con su riqueza multicolor, adornan las tumbas, como un tributo a la vida que perdura más allá de la muerte. Adela, con una sonrisa serena en el rostro, riega las flores de la tumba de su Antonio, tarareando una antigua canción.

«Yo me arrimé a un pino verde, por ver si la divisaba.

Y solo pude yo ver el polvo del coche que la llevaba. ¡Anda, jaleo, jaleo!»

Una figura familiar se acerca. Es Destino, pero algo cambiado. Ya no viste de negro, sino un elegante traje claro con el que resalta su espigada figura. El rostro, antes surcado por arrugas de tristeza, ahora transmite una paz interior y una calidez que Adela no ha visto antes.

—¿Destino? ¿Qué haces vestido así? Si pareces un ángel.

Él sonríe, siempre le provoca con sus comentarios. Hoy sus ojos brillan con una luz distinta.

— Digamos que me he dejado influir por tu contagioso entusiasmo. Pero tú también estás hermosa con ese vestido azul. ¿Y esa canción que tarareabas?

Adela sonríe y se excusa con un gracioso encogimiento de hombros.

—Ya sé que no es lugar para cánticos. Pero, me salió de dentro. Será la primavera que hace todo tan hermoso. Además, cantar alegra el alma, y digo yo, que a las que están por aquí les vendrá bien un poco de jaleo. En fin, no me distraigas; todavía no me has dicho por qué te has puesto tan guapo.

Se acerca para colocarle bien la chaqueta, provocando que se sonroje.

—Adela, nos conocimos en el otoño de la vida y ya es primavera. Hemos conversado cada día, retrasando lo que era inevitable que sucediera. Y ha llegado el momento.

Adela se aleja unos pasos y lo mira fijamente.

—¡Volvemos al tema! Pensé que había quedado claro. Además, desde que me he apuntado al grupo de lectura, aparte de pasarlo muy bien y aprender, disfruto comentando contigo. Es cierto que apenas sé nada comparando con tu sabiduría, y además, seguro que te aburro, pero me siento tan feliz cuando lo leemos juntos. Acabo de comenzar uno nuevo, ¿qué te parece si empezamos? Ven, vamos a sentarnos en nuestro banco.

El Destino ya no puede negarle nada. Se sientan bajo el ciprés, testigo de los encuentros desde la altura. Adela saca el libro de su bolso. «El amor en los tiempos del cólera» de Gabriel García Márquez. Destino comienza a leer en alto, mientras Adela le escucha con toda atención hasta terminar el capítulo.

—De verdad tenía razón la profesora cuando nos lo recomendó. Me está gustando mucho. Hay una frase que no entiendo muy bien.

—A ver, dime. Quizás te pueda ayudar.

— Es en esa parte que dice: «¡Amo la violencia con la que tu sonrisa destruye mi rutina…»! Lo de la violencia no lo acabo de entender.

Sin poder contenerse, le toma las manos entre las suyas. Adela se sorprende con el gesto, pero no se aparta.

—Esto es lo que se llama una hipérbole y una metáfora. Quiere expresar de forma exagerada todo lo profundo que se siente cuando la ve sonreír.

—¡Ah!, ¿cómo decir que me estoy muriendo de hambre?

—Ja, ja, ja! Eres increíble, siempre me provocas una sonrisa con tus ocurrencias.

Algo cambia entre los dos. Se miran de otra manera. Adela se pone nerviosa, hace tanto tiempo que no la siente. En su cabeza los pensamientos se entremezclan: «¡A ver, parar un poco, que entre el corazón y la razón, uno que me acerca y otro que me aleja de lo que quiero ! ¡Esto es una locura, a mi edad, enamorada!, ¿será la primavera o su forma de mirarme?, ¡y que no me suelta la mano! ¡Ay, Dios mío! ¿En qué estás pensando, Adela? Regresa a la tierra. ¿Y si te estás imaginando lo que no es, y es un malentendido? ¡Qué vergüenza! Pero lo que me pide el corazón es besarle, y ya luego… Y no deja de mirarme, mira qué sonrisa. Esto tiene que ser amor, o un sueño.

—Adela. He decidido dejar atrás mi antiguo yo. Ya no quiero ser el que solo trae tristeza. Quiero ser el que trae esperanza y la posibilidad de un nuevo comienzo.

—¿Qué quiere decir eso? —le tiembla la voz

—Significa que ya no he venido a llevarte. He venido a quedarme —afirma mientras le acaricia tiernamente una mejilla.

Las palabras resuenan en su corazón. Durante esos seis meses, ha aprendido a conocerlo, a apreciar su bondad, su inteligencia y su peculiar sentido del humor. Se ha dado cuenta de que, a pesar de su naturaleza sombría, tiene un corazón noble y compasivo, pero…»¿qué pensará, Antonio? a la vejez y con amoríos. Ella, que siempre ha sido de un único hombre. Por no mencionar a sus hijos, ¿cómo verán aquello? Pensarán que me he vuelto loca. Pero qué sabrán ellos, si casi ya ni los veo desde que viven su vida fuera.

—Adela, ¿estás bien? No me preocupes. No quisiera… —pregunta al ver, lo que tarda en contestar.

Un torbellino de emociones la invade. Su corazón palpita con fuerza, se sonroja y una sonrisa se dibuja en los labios. Aprieta la mano de Destino y una sensación dulce la recorre. No puede negar la atracción que siente hacia él.

—Destino —dice con voz temblorosa—, tu cambio me está volviendo loca. ¿Tú estás seguro de lo que sientes? Mira que llevas una eternidad en el otro lado. Y yo no tengo edad para juegos, Antonio tenía lo suyo, pero nunca me engañó.

La mirada de Destino se entristece, pero no se rinde.

—Adela, desde el momento en que te conocí, supe que eras diferente. Me dejé llevar por tu juego. Tu bondad, tu inteligencia, tu espíritu alegre me cautivaron por completo y dejé que me ganaras. No pretendo reemplazar a Antonio en tu corazón, sin embargo espero ocupar un pequeño lugar en él. No quiero que olvides tu pasado, solo te pido una oportunidad para demostrarte que puedo hacerte feliz.

Un silencio cargado de emociones se instala entre ellos. Adela observa a Destino, cada gesto, cada palabra. En sus ojos hay sinceridad, amor y comprensión de su dolor. Una pequeña llama de esperanza se enciende en su interior.

—Destino, necesito un poco de tiempo para pensar. No te niego que estar contigo me hace sentir viva, toda una contradicción, si lo piensas bien.

—Lo entiendo. No te presionaré. Solo te pido que no me cierres las puertas. Dame una oportunidad.

Se levantan del banco y caminan en silencio entre los senderos del cementerio. La tarde languidece, el sol se esconde, dejando paso a una tenue luz anaranjada. Una presencia repentina llena el aire. Es Dios. Su aura ilumina el cementerio. Los ojos de Adela se agrandan asombrados, Destino se tensa, con el corazón martilleando en el pecho. Una voz profunda retumba como un trueno:

—Destino, te has desviado de tu camino. Tu deber es guiar las almas al más allá, no enredarte en asuntos terrenales.

Destino levanta la cabeza con decisión, sin miedo, afrontando lo que ha de venir.

—Te he servido toda la eternidad, velando por las innumerables almas en su paso al otro mundo. Nunca he experimentado la calidez del amor, la bondad de una compañía. Estoy cansado de provocar muerte y pena. Adela me ha mostrado otro camino. Y si ella elige quedarse en la Tierra, yo elijo quedarme con ella, sin importar las consecuencias.

«Ahí está mi hombre.» — no puede reprimir el pensamiento—.”Perdón, Antonio, por lo que estoy pensando. Pero es que hay que reconocer que tiene valor. Enfrentarse al jefe por amor. Arriesgarse a perder su inmortalidad”.

Dios observa a la pareja con severidad.

—El acaso de las almas no es algo que se tome a la ligera, Destino. Tu decisión tendrá repercusiones que aún no puedes comprender.

—Estoy dispuesto a asumirlas. He vivido miles de años cumpliendo mi deber, pero ahora he encontrado algo más valioso que la inmortalidad: el amor.

Dios suspira, resignado.

—Muy bien, Destino. He visto la determinación en tus ojos y la bondad en el corazón de Adela. Os concedo una oportunidad. Pero recordad, el camino que habéis elegido no será fácil. Deberéis enfrentar pruebas y desafíos que pondrán a prueba vuestro amor.

Una sonrisa triunfal se dibuja en el rostro de Destino. Adela lo mira con admiración y cariño.

—Gracias, Dios. No te defraudaremos.

La luz divina se desvanece, dejando a la pareja sola en el crepúsculo. Se miran a los ojos, y esa mirada sella una promesa de amor eterno. Se agarran de las manos de camino hacia la salida. El reloj marca las ocho, justo en el momento en el que traspasan la puerta.

—Te va a sonar extraño, pero yo me siento como una legionaria.

—¿Una legionaria? No entiendo lo que quieres decir.

—Pues eso, que soy la novia de la muerte.

—¡Ja, ja, ja! Siempre me haces reír, Adela.

—Reír… Espera a que nos vean en el pueblo. Se van a morir, pero de envidia.

Y desde ese día cada uno quedamos al libre albedrío de nuestra corta inteligencia y sin Destino.

MANUELA CÁMARA

No hace muchos años, dos hermanos que trabajaban en granjas contiguas cayeron en una desavenencia. Era el primer conflicto serio que tenían en veinte años de cultivar juntos. Hasta entonces, compartían maquinaria, compraban abono al por mayor para ambos y dividían a los empleados durante la estación de la cosecha. Sus padres habían dividido la extensa parcela siguiendo las lindes naturales del río. El hermano mayor vivía al norte, ocupándose de grandes rebaños de ganado y extensas plantaciones de olivos. El hermano menor, por su parte, tenía las tierras del sur, con un gran bosque y terrenos para cultivar cereales y regadíos.

Cuando el hermano del sur introdujo nuevas formas de cultivo y maquinaria, los padres comenzaron a comentar con el hermano mayor (con quien vivían) que estaba cometiendo una barbaridad, que no sabía lo que hacía y que estaba equivocado. El hermano mayor empezó a pensar como sus padres. Un día, hubo un malentendido entre ellos, y la tensión aumentó con intercambios de palabras amargas seguidos de meses de silencio.

Pasado un tiempo, el hermano menor llamó al único carpintero de los alrededores y le pidió que tomara madera de su bosque y levantara una gran obra de dos metros de alta, que separara definitivamente ambas granjas, marcando claramente los límites.

Pero el carpintero, que era un apasionado del diseño y la creatividad y cada vez que un cliente requería sus servicios interpretaba sus necesidades y acomodaba sus obras a las mejores expectativas del encargo, en lugar de crear una gran cerca, interpretó el encargo de una manera inusual, y construyó un hermoso puente que unía las dos granjas a traves del río. Era una pieza de arte de más de dos metros de ancha, con un gran arco y un pasamanos

Cuando la obra estuvo terminada, el hermano mayor le dijo al pequeño: “Eres una gran persona por construir este hermoso puente después de lo que te he hecho y dicho”. El hermano menor no se atrevió a decirle al carpintero que se había confundido. En su reconciliación, el carpintero se preparó para marcharse, pero el hermano menor lo retuvo: «No, espera», le dijo, «tengo otros proyectos para ti». El carpintero respondió: «Me gustaría quedarme, pero tengo muchos malentendidos por deshacer y muchos puentes por construir».

EVA AVIA TORIBIO

Malentendido, cuidado a quien aceptas de amigo.

Esta podría ser una reunión cualquiera, una de esas en la que un grupo de amigos deciden organizar, como cada año, una gran fiesta, que comenzaría como todas; llegada por la mañana al hotel o pensión, donde se realiza el evento, con su correspondiente registro; coctel de bienvenida; una gran cena, donde todos comentarían lo bien que lo están pasando, algunos de ellos criticarían el modelito o lo mal que lleva la edad fulanita o menganito …, en fin, típica reunión en la que la gran mayoría termina con tal pedo, que al día siguiente no se acuerda ni con quien han dormido esa noche.

De todos es sabido que siempre hay algún personaje que da el cante o la nota, como quieras llamarlo, metiendo la pata hasta el fondo, pero esta vez el fondo seria…, bueno no sigo y ya te enterarás.

Este año el evento se realiza en un precioso y exclusivo castillo en Córdoba, ni decir lo que cuesta, pero a ellos no les importa, el grupo es numeroso y se conocieron a través de un grupo de Facebook, mas variopinto no puede ser.

Nueve de la mañana del día siguiente.

—¡Ahhh! —grita, una de ellas, que se encuentra en mitad del jardín. Ha decidido salir a tomar el aire fresco y disfrutar de las vistas. Después de lo ajetreada que fue la noche bien merece despejarse.

—¿Qué sucede? —Acude, corriendo, uno de los camareros que está organizando las mesas del exterior para la comida—. Cálmese, no se acerque. Mejor vaya a su habitación —Invitándola, algo nervioso, con la mano—. Gertrudis, llama a la policía, tenemos un cadáver en el jardín —dice, por el pinganillo.

Tres horas más tarde. El forense ha dado la orden del levantamiento del cadáver

—Quedan suspendidos todos los eventos programados para el día de hoy. Necesitamos el registro de todas las personas que se encuentran hospedadas desde el día de ayer, el contacto de todas las que estuvieron en el evento y el de todo el personal que se encontraba trabajando entre ayer y hoy —le dice el capitán de policía a Gertrudis, que es la jefa de personal.

—Estamos a su entera disposición —Preocupada, aparte de por lo obvio, porque sabe que algo así va a hacer que se cancelen todas las reservas.

Noche anterior, hora de la cena.

Este año la asistencia ha sido masiva, casi trescientas personas, de las cuales solo siete de ellas, las organizadoras, han pagado por el hospedaje. Todos vestidos con sus mejores galas, o eso creen, comienzan a ocupar los asientos previamente dispuestos, la verdad es que no falta detalle. Una hora y media más tarde la gran mayoría están un poco bebidos, comenzando a sacar los trapos sucios del vecino de la mesa contigua, alguno empieza a alterarse.

—¡Pero que estás diciendo, sino fuera por mi este grupo se iría a la mierda! —grita uno de ellos, mientras se aproxima al que le estaba nombrando de la mesa de enfrente.

—¡No te me pongas chulo que el otro día ya tuve que pararte los pies! —le contesta, levantándose y dejando caer la silla al suelo.

—Cariño, déjalo estar que no vale la pena —Intentado parar a su marido antes de que llegara a la mesa.

—No, ese capullo, se cree un sabelotodo y estoy cansado de lidiar con él —zafándose de su mujer, que desiste de detenerlo.

La trifurca finaliza con una pelea entre varios hombres, enganche de cabello entre varias mujeres, la retirada de todos los asistentes al evento, exceptuando los que habían pagado por el alojamiento y por supuesto con el personal flipando por el compartimiento de dichosa gente.

Interrogatorios. Despacho de la jefa del personal.

—Dígame, que recuerda de la pasada noche —le dice el sargento a la señora que ha encontrado el cadáver.

—No recuerdo gran cosa, hacia tiempo que no bebía, está todo borroso. Después de la trifulca, me marché a mi habitación, que comparto con Diana, administradora del grupo. Y lo demás ya lo sabe, he ido a dar una vuelta y me he encontrado a ese hombre, al que no conozco personalmente. Somos unas dos mil seiscientas personas en el grupo, imposible conocerlas a todas.

—Muchas gracias, si recuerda algo más, aquí tiene mi número personal —Ofreciéndole una tarjeta—. Pase —Dirigiéndose a Diana, que entra seguidamente.

—Buenos días —Nerviosa, se sienta frente al sargento.

—¿Un poco de agua? —Ofreciéndole una botella.

—Gracias, estoy bien —Recolocándose.

—Dígame, señora Diana, ¿verdad? ¿Recuerda algún detalle que pudiera ser de ayuda? ¿Conoce a este hombre? —Enseñándole una foto del hombre hallado, sacada de la red social, que es uno de los involucrados en la pelea.

—No, recientemente han entrado varias personas al grupo, que son a su vez amigos de otras del grupo, somos muchas personas —Encogiéndose de hombros.

—¿Recuerda que hubiera alguna conversación, anterior a las de ayer, que le pudiera indicar lo que ha sucedido?

—Hay algunos malentendidos, pero no para que llegara la sangre al rio. Ya se lo puede imaginar, lo que es bueno o correcto para uno para otro no lo es. Pero, ahora que caigo, hace unos meses entró al grupo un tipo, que anoche estaba en el evento, pero creo recordar que era uno de los trabajadores. A ver si lo encuentro, que raro, se ha marchado del grupo. Creo que se hacia llamar Perico de los palotes. Al principio parecía todo normal, activo, educado…, bueno, lo habitual. Pero de repente sus comentarios, no es que fueran ofensivos, porque sino se le hubiera echado, pero sí que causaban alguna que otra discusión.

—¿Cómo qué?

—Lo típico, somos un grupo de escritura…, que te has olvidado del acento, que esa coma no va ahí…, cosas así. Somos un grupo muy exigente con nosotros mismos, pero ese tipo de comentarios, por respeto, se le debe hacer a la persona por privado. Todos cometemos errores y aprendemos de ellos. Fuera de ahí, no recuerdo nada más.

—Muchas gracias. Si recuerda algo más, llámeme —Ofreciéndole una tarjeta.

Cinco horas de interrogatorios dejan exhausto a cualquiera. Ya entrada la noche.

—Sargento, ¿quiere que le traiga algo de comer? —Tocando, Gertrudis, la puerta.

—No, gracias. Pase, por favor.

—¿Ha sacado algo en claro? —Sentándose.

—No se lo debería contar, pero nos conocemos desde hace muchos años y sí, que este no es el primer caso en el que las circunstancias son similares.

—¿Qué me dices? —le contesta sorprendida.

—Tenemos un tipo que se mete en grupos de redes sociales, que aparentemente es normal. Seguramente averiguará todo sobre las victimas hasta ahora encontradas. ¿Recuerdas el caso de hace unos meses de una mujer en Andújar, en circunstancia similares y en el que no se hayo al asesino? ¿Y el de hace unos dos años en Sevilla? Pues creo que es el mismo y no tenemos ninguna pista. ¿El personal es de confianza? ¿Alguien nuevo?

—El personal es de mi entera confianza. Ayer se incorporó una persona nueva, tenía buen currículo y necesitaba cubrir una baja de última hora.

—¿Me puedes pasar su currículo?

Unas horas más tarde. El sargento, ya en su casa, recibe una llamada.

—Sargento, se ha hallado el cadáver de una mujer. La hora del fallecimiento fue a las 23:00 de la noche del viernes. Sobre los datos solicitados, son falsos. Le paso los datos de la mujer asesinada.

El sargento llama a Gertrudis para ponerla en aviso.

—Gracias por avisarme. Ese hombre desapareció antes de finalizar el servicio. Voy a ponerme en contacto con los padres de Marta para darles el pésame.

“Nunca me han gustado las redes sociales, piensa el sargento, realmente no sabes con quien estás hablando. Donde se ponga un cara a cara con un buen jamoncito y jerez, que se quite to”

EDUARDO VALENZUELA

Que el que tenga ojos para ver, vea y que el que tenga oídos para escuchar, escuche.

Cuenta una leyenda, perdida en las arenas de los siglos, la sorprendente historia que aconteció a la muerte de Rayzan Aj-Asnam, el más fiel de los servidores de Alá.

Era Rayzan severo lector de las escrituras, apasionado recitador de las oraciones diarias, practicante generoso de la caridad, guardián del ayuno y humilde peregrino que se esmeraba en resultar grato a los ojos de Alá. Mas en las noches, debía aferrarse con más fuerza que nunca a su fe, pues en cuanto se acostaba y cerraba los ojos, se hallaba en una extraña ciudad. Un lugar fantasmal, teñido de una luz rojiza, rodeado por penumbras. Allí caminaba por oscuros callejones donde mujeres insinuantes lo observaban sin pudor y lo llamaban con descaro a compartir sus lechos. Pero él, temeroso del juicio de Alá, las rechazaba y seguía su camino. Al final encontraba un derruido templo donde se hallaba un viejo que, vistiendo una siniestra túnica negra y sosteniendo un horrible bastón con forma de serpiente, lo exhortaba a abandonar la virtud, a practicar los al-Kaba’ir y a rechazar a Alá.

Rayzan Aj-Asnam no paraba de ser tentado hasta que al amanecer volvía a abrir los ojos y se encontraba de vuelta en su lecho.

―¡Es el maligno Ibis que busca hacerte caer! ―le habían explicado siempre y claramente los muftíes, sabios en las escrituras― No debes ceder al pecado ni en sueños. ¡Reza una plegaria cada noche antes de acostarte!

Y así pasó el fiel Rayzan por este mundo hasta el día en que, ya de edad avanzada, le tocó morir. Y cuando confiado en su virtud le tocó presentarse en el más allá, para su desilusión fue recibido por el maligno Ibis, quien lo reprendió con dureza.

―¡Eres una vergüenza, Rayzan Aj-Asnam, eres una vida desperdiciada que sólo merece el sufrimiento en el Jahannam.

―¡¿Dónde está Alá?! ¡¿Por qué estoy aquí, maligno Ibis?! ¡¿Por qué seré castigado si siempre guardé la virtud y seguí los consejos de los muftíes, incluso para ser fiel hasta en mis sueños?!

―Porque cada noche te envié mis mensajeros con mis correctas enseñanzas, Rayzan, mas tú los rechazaste. Por un malentendido, estúpido necio, has comprendido todo de revés. Porque lo real ocurre en las noches y son los sueños los que comienzan al amanecer.

CESAR TORO

Después que termino la Segunda Guerra Mundial en el siglo pasado. Llegaron hasta América huyendo de la catástrofe ciudadanos Españoles, portugueses y otras nacionalidades los cuales se asentaron en diversos países como. Argentina, Brasil y Venezuela, aquí iniciaron una nueva vida y se convirtieron la mayoría de ellos en prósperos comerciantes con sus ideas de emprendimiento y gracias al auge comercial que para entonces se vivía, en estos países.

En la época de los años 80 hubo otro flujo migratorio desde Sudamérica hasta el caribe y Estados Unidos. Para entonces llegó a la capital de Venezuela; Luis, un joven aventurero que dejando el campo en otro país, se encontraba en búsqueda de mejores días para el y los suyos. Como en aquella época no había tanta malicia y la gente no era tan desconfiada, logro conseguir empleo, en una quinta en un lugar privilegiado de la ciudad. Su trabajo consistía en mantener la quinta limpia y ordenada y cuidar el jardín, además de realizar algunos mandados cuando su patrones lo requerían.

Paso el tiempo y Luis gracias a su honradez y trabajo se ganó la confianza y el aprecio de sus patrones,

Un buen día resultó que el cocinero no asistió a trabajar por lo que pidieron a Luis , que les diera una mano a lo cual el accedió gustoso. Le ordenaron que “levantara la mesa” y preparara un “perico” para comer con arepas, mientras ellos iban de compras al supermercado.

Cuando los patrones regresaron del mercado vieron con estupor que la mesa estaba unos 20 centímetros más alta del piso y en la jaula solo había un perico, de los dos que tenían como mascotas.

Como es lógico Luis fue echado de su trabajo. Por este terrible malentendido.

LETICIA R MENA

Se me aceleró el pulso a primera vista.

El corazón emitió latidos desbocados, similar a algún tipo de animal salvaje.

El cerebro malinterpretó la excitación creyéndola miedo.

El erizado vello de todo el cuerpo, eléctrica la piel, casi como un polo negativo atrayéndose hacia uno positivo.

El cerebro volvió a equivocar la reacción, la tomó como señal para iniciar la huida.

Así, más o menos así fue como la razón negó lo que todo el cuerpo gritaba.

El instinto no pudo convencer a la parte lógica, y acabé alejándome.

De nuevo el cerebro había ganado al corazón, y yo de nuevo volvía a la soledad de mi cuarto a oscuras.

CERMEN ÚBEDA

El fraile y la mentira

De tan lejos como el siglo quince,

se cuenta la leyenda

de un franciscano,

un santo varón,

que detestaba la ira

y la mentira,

amaba la justicia

y por todo desdichado

sentía compasión.

Ocurióle, al buen fraile,

que estando

de guardián un día,

de portero en el portón

de su abadía,

llegóse hasta él corriendo,

un guapo mozo

agitado y sudoroso,

y le pidiese por Dios

le ocultase en su portón.

-Ocultádme, mi buen fraile,

os ruego por caridad,

me busca la “injusta justicia”,

del señor Corregidor,

con quien me batí en duelo,

por mi dama y por mi honor.

Al no querer herirlo de muerte,

porque asesino no soy,

en mi última estocada,

decidí marcarlo para siempre

con una oreja cortada.

Ahora me persigue,

por mi afrenta,y por mi dama,

lleno de ira y de celo,

acusándome de infamias,

que claman al mismo cielo-

Apiadóse, el rector,

y sin mediar palabra alguna

con un gesto muy sencillo

lo invitó a pasar al convento,

y tras cerrar la puerta,

escondido lo dejó dentro.

Que el buen monje la maldad

y la injusticia conocía

del Alcalde que en aquel tiempo,

gobernaba en la Alcaldía.

Al momento llegaron los soldados,

y el señor Corregidor,

que aún andaba ensangrentado

y con la oreja en la mano,

buscando a su adversario

encontráronse de pronto,

con el cura encapuchado

que pasaba de una a una,

las cuentas de su rosario.

-Decidme, buen monje

( preguntóle el magistrado

que por orden real ejercía

tal jurisdicción)

¿Por aquí pasó hombre alguno?

Es un mozo más bien fino,

sudoroso y jadeante,

que huye de la justicia.

¡Es un fiero maleante!-

El buen padre,

con toda tranquilidad,

su rezo interrumpió y

con voz clara y potente,

metiendo las manos

por la anchura de sus mangas

exclamó.

-¡Por aquí, gente alguna, no pasó!-

-No me mentiréis ¿verdad?

(le espetó el linajudo

iracundo y bravucón)

Si fuese así, tendríais

doble justicia.

La del la ley del hombre,

y la de la ley de Dios-

Sacó el monje las manos

de su gastada túnica.

Con mucha solemnidad

les dio la bendición y

con toda tranquilidad,

en holgadas mangas

encajonó sus brazos

hasta los codos

y de esta manera le respondió.

-No deseo que haya ningún

malentendido, mi señor Corregidor,

y os repito, señor,

que por aquí no pasó.-

——-

Fuerónse los justicieros,

del convento y más allá,

y perdierónse de vista.

De manera tan trivial,

el buen fraile

siguiendo su condición,

salvó al inocente joven,

sin mancillar la verdad.

FÉLIX LONDOÑO

Su malentendido fue ver luz donde más tarde hallaría oscuridad. Sentir humedad donde pronto habría resequedad. Es lo que le ocurrió al mirarse en la ambigüedad de sus ojos y al palpar sus muslos ansiosos.

BELÉN PÉREZ

Y tu serás mi malentendido.

Decía mi abuela, que hacer el bien y ayudar y hacer sonreír podía producir un malentendido.

Y así fue cuando Carla se adentro en ese nuevo trabajo.

La verdad que no duro mucho ,un soplido, pero quien la dirigía,creo que malentendio el tomar la vida con sonrisas y bromas. He de decir que él sonreia, no se si porque se creía el rey del mundo por su dinero y su apuesta belleza, pero su corazón no tenía tanta belleza.

Como os conté ella con su talante y soberbia no acepto su prepotencia, ni sus ganas de mirar por encima del hombro.

Y por supuesto el no aceptó que alguien sin dinero le dijese que no estaría pará besarle los pies, ella se hizo de valer y reivindicó lo que valía su trabajo y el digo que no era su precio.

Soberbia y orgullo se juntaron cada uno por su lado soltaron lo más grande y ahí quedó la cosa ella dejó el trabajo ,eso sí dando las gracias y el nunca quiso hablar.

El fue un malentendido que Carla nunca olvidará. El dinero y el ego malos amigos.

Aún se ven y ni se hablan ,bonito malentendido qué supo ver lo que habita en el corazón.

PILAR PÉREZ CUEVAS

MÁGICO MAGNETISMO

“Cántame una canción de una chica que se ha ido. Dime, ¿podría ser yo esa chica?”

La brisa fresca de la mañana recorre suavemente cada centímetro de mi piel mientras alborota mi cabello indomable y me susurra al oído la dulce melodía de unas gaitas lejanas que se desvanecen poco a poco.

Descalzó mis cansados pies y empiezo a caminar despacio sobre la hierba humedecida hacia el punto más alto de aquel misterioso cerro atraída por una sutil música que el viento mece misteriosamente. La torre de la catedral asoma tímidamente de entre el mágico montículo, arropada por un cielo repleto de nubes parecidas al algodón. Levanto mi vista al infinito y puedo disfrutar de ese grandioso espectáculo que la naturaleza me ofrece y que me convierte por momentos, en una criatura pequeña e indefensa.

Cierro los ojos y puedo sentir unas manos suaves que aun recorren mi cuello, el olor de un perfume y el sonido de una voz que envuelve mis sentidos ¿cariño sigues ahí? pregunto sin encontrar respuesta.

Cada noche en nuestros sueños cabalgamos juntos entre una oleada de montañas, sol y lluvia, pero al amanecer todo lo que es bueno, todo lo que es justo, todo lo que me hace ser yo, se ha ido.

Siempre se despide de mí clavándome su deliciosa mirada y embriagándome de una extraña sensación de paz infinita y es cuando entiendo que, a partir de ahí, solo queda esperar al siguiente crepúsculo para volver a soñarlo y es en ese momento cuando el más bonito amanecer me sorprende lleno de tristeza.

Y es que a veces, las realidades dictan mucho de las fantasías, pero yo cada noche vuelvo a ese punto donde nos encontramos para abrazarnos y querernos sin límites, aunque sea por un corto espacio de tiempo, y es ahí, cuando empiezo a sentir como su cuerpo y el mío se fusionan en una delicada armonía, convirtiéndonos en un solo ser, en una sola alma que baila al unísono la más maravillosa de las danzas.

Cántame una canción y dime ¿podría ser yo esa chica? ¿o quizá ese mágico magnetismo es solo producto de un malentendido? ¿podrías ser tú ese chico que no se desvanece con el alba?

Hasta el siguiente sueño donde ese magnetismo nos vuelva a unir, tesoro.

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4 comentarios en «Un malentendido»

  1. Mi voto esta semana se reparte entre:

    – Benedicto Palacios
    – Paquita Escobero
    – Irene Adler

    Cada vez me resulta más difícil decidirme. Hay tanto y tan bueno…

    Responder

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