Print Friendly, PDF & Email

La cámara de Sergei Loznitsa estuvo en 2014 en la plaza de Maidan de Kiev para atrapar el movimiento y el latido de la revolución. En 2018 viajó hasta la zona conflictiva del Donbass para mostrar, desde la ficción, la barbarie y deshumanización de la guerra. Era lógico que, tras la invasión de las tropas rusas a Ucrania y del inicio de la guerra, Loznitsa realizara en algún momento un nuevo capítulo de una trilogía sobre el presente de su país. The Invasion es un documental realizado a partir de una serie de episodios que tienen como único nexo común el hecho de estar filmados en la retaguardia de la guerra y mostrar los efectos de esta tanto en la población como en la vida cotidiana. Parece como si la guerra estuviera lejos, no vemos el frente, solo oímos las alarmas de los bombardeos, a quienes regresan, y en algún momento nos acercamos hacia las ciudades devastadas para ver la destrucción. A diferencia de otras películas de Loznitsa –incluida Donbass– en las que su mirada reflejaba un claro pesimismo frente a la condición humana, The Invasion es, paradójicamente, su película más luminosa, pero también la más dolorosa.

Es una película en la que no vemos la violencia de forma directa sino sus efectos, no vemos los cuerpos de los muertos pero sí que asistimos a tres entierros y vemos el llanto, el silencio y el dolor de los que han perdido a alguna persona. Loznitsa evita toda mirada oficial del conflicto. En los momentos finales, por ejemplo, regresamos a la plaza Maidan para asistir a un acto con motivo de la independencia de Ucrania, por megafonía nos indican que está el presidente Zelensky, pero la cámara del cineasta no se acerca a él. Tampoco quiere jugar con cierta imagen impactante a la manera del oscarizado documental 20 días en Mariupol de Mstyslav Chernov. Los protagonistas de la película son seres anónimos que sobreviven en tiempo de guerra y, muchos de ellos, buscan encontrar cierta normalidad. Loznitsa filma esa vida que continúa, ya sea en el interior de una librería en la que se apartan y se queman todos los clásicos de la cultura rusa, incluido Dostoyevski, o en una escuela en la que los niños dibujan imágenes de la guerra mientras tienen que buscar refugio después de un aviso de previsible ataque aéreo. Las heridas de la guerra están omnipresente ya sea en los cuerpos de los soldados mutilados que hacen rehabilitación en un centro médico o en el trabajo de los bomberos que intentan rescatar a los supervivientes de un bombardeo de la aviación rusa. Hay una mirada distante pero incisiva hacia una realidad. Loznitsa adopta su punto de vista, filma los fervores nacionalistas de la población bendiciendo a sus soldados pero también filma a estos soldados comprando alimentos o bañándose en las heladas aguas de un río para celebrar un nuevo año que será tan triste y tan gris como el anterior.

Àngel Quintana