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«Los obituarios de Ignacio Camacho son como los wésterns de John Ford»

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Morir no es un arte, pero sí despedir. Hay que decir adiós con elegancia, perfilar una vida en lo que dura un cierre. Campmany aseguraba que, muerto Ruano, era él quien mejor lo hacía. Y José Luis Garci aventuró ayer que Ignacio Camacho ha heredado el título. El escritor y columnista de ABC acaba de publicar ‘Retratos para la eternidad’ (Reino de Cordelia), un muestrario de obituarios –de Manuel Alcántara a Fidel Castro, de Adolfo Suárez al Loco de la Colina, de Liz Taylor a Isabel II– prologado por el cineasta. Ambos protagonizaron la última sesión del Aula de Cultura ABC, en una conversación moderada por Carlos Aganzo, director de la Fundación Vocento.

«Este libro es casi una crónica de esto que se nos está muriendo entre las manos y que es el siglo XX. El último tercio del siglo XX», soltó Aganzo para empezar. «Están todos publicados en ABC, y yo llegué a ABC a finales del año 2000… Este es el retrato selectivo de una época. La edad contemporánea borra muy deprisa los recuerdos, el retrato de unas generaciones que se van extinguiendo. Pero no pasa nada. No hay demasiada melancolía en esto», respondió el autor. Y Garci: «Para mí este libro es un maravilloso cuadro de recuerdos. A la mayoría, por edad, los he conocido: Manolo Martín Ferrán, por ejemplo. Echo mucho de menos ir cada quince días a comer con Manolo y con Forges. Y habla de Alfredo Landa, de Manuel Alcántara… Ignacio no escribe desde el tanatorio, sino desde el ‘living’ de los tipos. Por eso no da miedo leerlo. Estos retratos son como los wésterns de John Ford: se muere el tipo, las carretas paran, lo entierran y tiran para adelante, hasta ese horizonte que no sabemos… Es un libro que se puede leer con alegría, y eso es muy difícil. Son los mejores fogonazos de esa gente». «Es un libro sobre la vida, no sobre la muerte», remató Camacho.

Salió el tema, claro, de la famosa nevera de necrológicas del ‘The New York Times’. «Pero los obituarios hay que escribirlos en caliente. Con ese pulso», aseveró Garci, antes de lanzar otra intuición: «Yo creo que el gran obituario con el que empieza este género es el que hizo Jorge Manrique cuando falleció su padre y escribió esas coplas extraordinarias». «Todos estos textos están escritos en caliente, ninguno está escrito en vida», aseguró Camacho. ¿Y cuáles han sido los más difíciles? «El capítulo de periodistas y comunicadores es el más difícil de escribir. Está escrito con las tripas. Las personas que tenía más cerca son las que más me ha costado más despedir. Me ha pasado con Antonio Burgos, con Manuel Alcántara, con David Gistau», recordó Camacho.

Nostalgias

También citó al Loco de la Colina. «Había dejado de verlo, pero me dio mucha pena. Había trabajado con él, le había visto crear esa magia… Son gente que creó géneros, cánones [se pausa, vuelve a recordar]. Y Balbín, otro creador de un género, que además añoramos: ese debate sereno que tanto tiene que ver con las tertulias políticas tipo ‘Sálvame’ [y sonríe la ironía]». Salió el tema de la nostalgia. Garci dijo: «Lo que pasa es que hemos entendido mal a Manrique. Él no dijo que cualquier tiempo pasado fue mejor. Escribió: «Como a nuestro parescer / cualquiera tiempo pasado/ fue mejor». No es lo mismo». Pero con el cine hizo una excepción. «El cine es el arte del siglo XX y está desapareciendo, nuestras casas ya son filmotecas», sentenció. Y volvió a repetir que el cine tiene que entrar en el Museo del Prado. «Hay que tener una pantalla de sesenta metros para ver ‘Lawrence de Arabia’ y otra pequeña y cuadradita para Charlot», imaginó.

Camacho rechazó la melancolía: «Hay que aceptar estas cosas como hay que aceptar que el modelo político de la Transición ha dejado de estar vigente». «¿Ha desaparecido un periodismo cultural de gente como Delibes, como Umbral?», preguntó Aganzo. Y Camacho: «El que mejor se hubiera adaptado a los tiempos de la revolución digital es Umbral, porque era más posmoderno. El fue otro inventor de cosas, de un canon diferente. Todos los columnistas somos hijos putativos de Umbral».

De Adolfo Suárez, Camacho afirmó: «Es el emblema de nuestra generación». Y de Rubalcaba: «Es el último gran político sistémico. Hay una leyenda negra, también, como Fouché, que está recogido en el artículo que escribí». Y entonces explicó la receta: «Un obituario debe ser piadoso, respetuoso, pero debe tener anclaje en la realidad. Uno no puede enfrentarse a Carrillo sin hablar de la Transición y Paracuellos. Uno no puede enfrentarse a Alfredo Landa sin hablar de las actuaciones que le arrancó Garci y sin hablar del landismo, que es un género deplorable [y soltó una risotada]. Pero hay que tener una mirada limpia. Si no en vez de un obituario te queda un ‘cabronario’».

¿Cómo se afrontan los obituarios de los grandes nombres que han marcado el siglo? «Es relativamente fácil porque tienes más distancia, no tienes implicaciones personales. Lo difícil es encajar una figura de relieve en las 480 palabras que tiene un artículo. ¿Cómo metes a Di Stéfano en una columna?», concluyó Camacho.

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