El día en que un robot derrotó a Napoleón y este lanzó el tablero de ajedrez al suelo
El día en que un robot derrotó a Napoleón y este lanzó el tablero de ajedrez al suelo
Mitos del ajedrez

El día en que un robot derrotó a Napoleón y este lanzó el tablero de ajedrez al suelo

A lo largo de la historia, el ser humano ha logrado avances tecnológicos tan impresionantes como aterradores. El ajedrez el juego más difícil y completo, lo ha vivido

Foto: Partidas de ajedrez en Málaga. (EFE/Carlos Díaz)
Partidas de ajedrez en Málaga. (EFE/Carlos Díaz)

Solo los locos y los solitarios, pueden permitirse el lujo de ser ellos mismos. Los solitarios no necesitan complacer a nadie y a los locos no les importa ser comprendidos. Charles Bukowski.

Es sabido que, para mayor gloria del concepto identitario de los franceses, Napoleón Bonaparte es su carta de presentación más potente. También es cierto que, frente al mito, las verdades ocultas se acaban imponiendo. Cuesta aceptar que Josefina le hacía desfilar al paso de la oca y de qué manera, además.

Pero la historia está llena de plagios, como los plagios, de historia. El futuro ya apuntaba maneras desde su tronera y cuando no murmuraba presagios, vomitaba sentencias. Ya en Abukir, los ingleses le hicieron un roto al mito. Más tarde, los españoles le aplicaron un severo e inolvidable correctivo que fue un momento de cohesión patria como pocos en nuestra historia.

Foto: El misterio del ajedrez de la isla de Lewis. (Pixabay)

Poco después, este osado emperador de la mano en el píloro, les quiso sacudir a los rusos —palabras mayores— y la Grande Armée quedó reducida a la Petit Armé tras un hostigamiento infernal e invernal por parte de miles de Ivanes muy cabreados. Luego vendría Waterloo, emplazamiento donde el debe del pequeño gran hombre de Francia sufriría un revolcón importante en el que los ingleses, como es de rigor, se pusieron todas las medallas, incluso las que le deberían de haber correspondido a los prusianos de Blücher que repartieron tanto o más que los ingleses. Con los británicos se podría escribir un ensayo sobre narcisismo.

Pero, tras poner en contexto las grandes derrotas y el momento histórico en que asoma Napoleón, hay que bajar a la arena.

El duro reto para el galo

Hay momentos minúsculos que pasan desapercibidos a la óptica de los comunes mortales. Uno de ellos afecta al pequeño Bonaparte que, como era obligado entre la alcurnia militar de la época, era un buen aficionado al ajedrez y, en consecuencia, retaba a sus adversarios sin que estos retos fueran correspondidos. Habida cuenta que, en el caso de salir victorioso, podías acabar pastando nieve en el frente ruso o peor, en la picadora española. El caso es que un buen día tropezó con la horma de su zapato, que no era otra que la de un mecanismo diabólico que le bajó los humos imperiales. Las derrotas infligidas por El Turco, que así se llamaba el ingenio, no humillaban tanto, pues a la postre, solo era un robot.

El término robot surge del vocablo checo robota que viene a significar trabajo. Karel Čapek lo menciona por primera vez en su obra de teatro R.U.R. (Rossum’s Universal Robots) y alude a aquellas unidades mecánicas basadas en movimientos que obedecen a órdenes humanas. El Turco era la expresión de esta idea y además sabía jugar al ajedrez.

Aunque hay constancia de que hacia el año 1300 a. C. Amenhotep, el arquitecto y homónimo de su faraón, había construido las estatuas de los colosos de Memnon, dos cíclopes de piedra que emitían sonidos singulares al amanecer de cada día, también dotó de hermosas clepsidras (relojes de agua) la caprichosa corte del todopoderoso mandatario.

La primera vez de Napoleón

Cuando Napoleón se enfrentó por primera vez al mecanismo diseñado por, el ingeniero húngaro Johann Wolfgang Ritter von Kempelen (1734-1804), no era consciente de que estaba jugando contra un avezado jugador de ajedrez de pequeñas proporciones, tanto que solo pesaba 50 kilos. En apariencia, era un dispositivo meramente mecánico, camuflado bajo una puesta en escena contundente en la que una figura humana, vestida con bombachos y sedas orientales, actuaba como un mero figurante. Eso sí, móvil.

Foto: El misterio del ajedrez de la isla de Lewis. (Pixabay)

La máquina inventada por Von Kempelen, se hizo famoso en Europa tras derrotar tres veces consecutivas al emperador Napoleón Bonaparte en el palacio de Schönbrunn (Austria) en 1809. Se dice que el pequeño corso, en un arrebato de cólera, barrió del tablero las piezas que quedaron durante el final de la última partida. Lo que ocurría en la realidad común, era que el campeón informal de Europa, Johann Allgaier, estaba haciendo travesuras a lo grande camuflado en un enrevesado laberinto poblado de mandos dentro de un cajón de 80 cm de altura y 120 cm de largo. Von Kempelen no sería descubierto en vida. Para igualar agravios, la zarina Catalina II de Rusia también mordería el polvo, aunque esta última no era tan sanguínea como Napoleón y más generosa que este, por cierto; una hermosa pepita de oro traída de los Urales fue el presente con el que agradeció a El Turco sus habilidades.

Avanzado el siglo XIX, Mephisto y Ajeeb, ingenios similares, aunque más desarrollados, escondían a famosos ajedrecistas como Pillsbury, que por supuesto dio varapalos a sus desprevenidos contrincantes. Francia tiene siempre problemas de contabilidad. Entre sus amnesias, está la de El Turco, un implacable jugador de ajedrez.

Solo los locos y los solitarios, pueden permitirse el lujo de ser ellos mismos. Los solitarios no necesitan complacer a nadie y a los locos no les importa ser comprendidos. Charles Bukowski.

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