Atados a fantasmas del pasado


 Estamos atados a un pasado que, la mayoría de las veces es sólo una invención para justificar nuestro temor al cambio. Los fantasmas no siempre se ven de forma clara de allí que se les llame “fantasmas”. No existen en el presente, pero influyen en él.

Amamos nuestro pasado y somos reacios a dejarlo atrás ya que es lo que sostiene nuestro ego. Cuando nos encaramos con nuestro pasado podemos descubrir que no fuimos la víctima sino el verdugo. Una amiga me contaba que durante 14 años le echaba la culpa a su suegra de lo que no iba bien en su matrimonio, hasta que por fin tuvo una luz especial, y se dio cuenta de que la culpa era de ella y no de su suegra. Y estaba feliz de haber descubierto un “fantasma” que la hacía infeliz.

Otras veces tenemos prejuicios contra una o más personas, y luego descubrimos que eran “fantasmas” que nos alejaban y no ayudaban a que reconociéramos el valor de esas personas.

Había un muchacho que tenía 30 años, era un poco solitario y triste. A través de la amistad encontró que le había afectado que, de niño, su papá nunca había jugado con él. Por fin pudo llorar, desahogarse y pudo decir: “Era mentira, mi papá sí jugó conmigo, ¿cómo pude olvidarlo?” y recordó que también jugó con otros niños, así pudo despedir a su “fantasma”.

Otro chico afroamericano sacaba malas calificaciones y, al crecer, se dedicó a vender droga y a cuidar la entrada de antros. Pensó en el origen de sus males y descubrió que, a los ocho años, sus padres se separaron y nadie le preguntó “¿cómo te sientes?”. Eso lo disgustó y lo marco en profundidad. A través de un grupo de buenos amigos pudo acercarse a Dios, curar esa herida y decir adiós a su “fantasma”.

Existen también los atamientos a fantasmas del futuro, éstos suelen presentarse en forma de preocupaciones o miedos. ¿Vendrá una Guerra Mundial? ¿Seré capaz de comprar un departamento? Otro fantasma que se van a inventar los gangsters que manejan el mundo es el cuento de los extraterrestres. Hay que tener presente que hay incautos que se lo van a creer. Estos fantasmas nos llevan a no vivir el presente, que es lo único que tenemos. El pasado, ya pasó, el futuro, no sabemos si vendrá para nosotros. ¡Aprovechemos el presente! Lo mejor es dejar en buenas manos el futuro, en las Manos de Dios, para dedicarnos a vivir el hoy, ahora.

Hay un cuento precioso de Charles Dickens, llevado a la pantalla bajo el título “Cuento de Navidad”, en que el fantasma de la Navidad pasada y futura le mostró al avaro señor Scrooge su pasado lleno de egoísmo y su posible futuro, y este gran tacaño cambió su carácter. Todas las acciones tienen consecuencias, y el codicioso anciano entendió la lección a tiempo. El viejo Scrooghe empezó por reconocer que las relaciones familiares y sociales son necesarias a todo ser humano porque en ellas está envuelta nuestra estabilidad emocional. Y advirtió que su muerte estaba cerca.

Es responsabilidad nuestra detenernos y ponernos a pensar: lo que eres hoy es producto de tu pasado, para bien o para mal. Las decisiones más importantes todavía no las hemos tomado. Haz tu parte y estarás consiguiendo el futuro que deseas, y, si te acercas a Dios, Él te potenciará. El desarrollo humano no basta, hay que cuidar y elevar el alma y el cuerpo a Dios.

Estamos atados a un pasado que, la mayoría de las veces es sólo una invención para justificar nuestro temor al cambio. Los fantasmas no siempre se ven de forma clara de allí que se les llame “fantasmas”. No existen en el presente, pero influyen en él.

Amamos nuestro pasado y somos reacios a dejarlo atrás ya que es lo que sostiene nuestro ego. Cuando nos encaramos con nuestro pasado podemos descubrir que no fuimos la víctima sino el verdugo. Una amiga me contaba que durante 14 años le echaba la culpa a su suegra de lo que no iba bien en su matrimonio, hasta que por fin tuvo una luz especial, y se dio cuenta de que la culpa era de ella y no de su suegra. Y estaba feliz de haber descubierto un “fantasma” que la hacía infeliz.

Otras veces tenemos prejuicios contra una o más personas, y luego descubrimos que eran “fantasmas” que nos alejaban y no ayudaban a que reconociéramos el valor de esas personas.

Había un muchacho que tenía 30 años, era un poco solitario y triste. A través de la amistad encontró que le había afectado que, de niño, su papá nunca había jugado con él. Por fin pudo llorar, desahogarse y pudo decir: “Era mentira, mi papá sí jugó conmigo, ¿cómo pude olvidarlo?” y recordó que también jugó con otros niños, así pudo despedir a su “fantasma”.

Otro chico afroamericano sacaba malas calificaciones y, al crecer, se dedicó a vender droga y a cuidar la entrada de antros. Pensó en el origen de sus males y descubrió que, a los ocho años, sus padres se separaron y nadie le preguntó “¿cómo te sientes?”. Eso lo disgustó y lo marco en profundidad. A través de un grupo de buenos amigos pudo acercarse a Dios, curar esa herida y decir adiós a su “fantasma”.

Existen también los atamientos a fantasmas del futuro, éstos suelen presentarse en forma de preocupaciones o miedos. ¿Vendrá una Guerra Mundial? ¿Seré capaz de comprar un departamento? Otro fantasma que se van a inventar los gangsters que manejan el mundo es el cuento de los extraterrestres. Hay que tener presente que hay incautos que se lo van a creer. Estos fantasmas nos llevan a no vivir el presente, que es lo único que tenemos. El pasado, ya pasó, el futuro, no sabemos si vendrá para nosotros. ¡Aprovechemos el presente! Lo mejor es dejar en buenas manos el futuro, en las Manos de Dios, para dedicarnos a vivir el hoy, ahora.

Hay un cuento precioso de Charles Dickens, llevado a la pantalla bajo el título “Cuento de Navidad”, en que el fantasma de la Navidad pasada y futura le mostró al avaro señor Scrooge su pasado lleno de egoísmo y su posible futuro, y este gran tacaño cambió su carácter. Todas las acciones tienen consecuencias, y el codicioso anciano entendió la lección a tiempo. El viejo Scrooghe empezó por reconocer que las relaciones familiares y sociales son necesarias a todo ser humano porque en ellas está envuelta nuestra estabilidad emocional. Y advirtió que su muerte estaba cerca.

Es responsabilidad nuestra detenernos y ponernos a pensar: lo que eres hoy es producto de tu pasado, para bien o para mal. Las decisiones más importantes todavía no las hemos tomado. Haz tu parte y estarás consiguiendo el futuro que deseas, y, si te acercas a Dios, Él te potenciará. El desarrollo humano no basta, hay que cuidar y elevar el alma y el cuerpo a Dios.

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