Historia del Cómic (XVII): ALAMAR O “EL SARCASMO ALARGADO”

 HISTORIAS DE LA HISTORIETA

 

ALAMAR O “EL SARCASMO ALARGADO”

 


Alfonso Alamar Coves nació en Valencia, el 19 de noviembre de 1910 y aquí falleció también el 24 de mayo de 1973. Era un niño inteligente y dotado, pues destacó en sus estudios y, terminado el bachiller, se especializó en la banca, que era uno de los empleos más seguros en aquellos tiempos, pero sentía una irreprimible atracción por el dibujo y la pintura, por lo que decidió estudiar este arte en paralelo. 


En 1935 ya debutó en la revista Niños, que al año tomará el título de Meñique. Una vez terminada la guerra civil fue la estrella de una efímera revista, Caperucín y Poca-Chicha, que, se supone, llegó a los 4 números y hubo un número recopilatorio por Ediciones Levante en 1955. Al mismo tiempo, en 1954, empezó a colaborar con la Editorial Valenciana, interviniendo en las páginas de prácticamente todas sus publicaciones desde el principio, Jaimito, Mariló, S.O.S., Juventud Audaz, El Temerario, Pumby, así como Extras y Almanaques. Realizó los dos números de la publicación Totolín, Pajecillo Aventurero, de Ediciones Lerso, en 1946, aportando páginas para los Almanaques de otras publicaciones de esta editorial. También encontramos páginas suyas en la revista K Ch T de Ediciones Saturno, 1948, y en las publicaciones de Editorial Grafidea, notablemente la serie de cuadernos del Jinete Fantasma (cómico).


Para mí, Alamar es, sin duda, uno de los más grandes artistas gráficos de la historieta cómica valenciana y española. Considero una injusticia el que se olvide a este dibujante del que no se habla, ni se recopilan sus numerosas páginas llenas de simpatía y expresividad, en ese estilo que me place llamar “alargado”, o de “chimenea”, “tubular”, que caracterizaba a sus personajes y que fue también la marca distintiva de ese otro grande de la historieta cómica, Josep Coll, del que sí se han producido biografías y recopilatorios de sus obras.

Alamar fue bastante lejos en el absurdo sarcástico, con ese “toque” propio de la región que tantos falleros han producido y continúan produciendo. El sol de Valencia luce en las viñetas del autor.


 Y, sin embargo… ¡no se le menciona por ninguna parte! Como si fuera un dibujante “del montón”. Si solo hubiera producido, con el genial Federico Amorós aquel fabuloso Jinete Fantasma (cómico), una autoparodia del gran guionista y su famosa serie para la editorial Grafidea, sería digno de figurar entre los más grandes historietistas del humor.


Sus personajes se caracterizan por sus amplias sonrisas, mostrando magníficas dentaduras, símbolo de lo que el individuo sería capaz de comer si tuviera los medios, y también expresión del sarcasmo, la chirigota, la guasa que identifica su producción. Todo eso se ve en la sonrisa. El mismo autor, en una historieta, pone en boca de uno de sus personajes su propia filosofía socarrona y opuesta a la censura, con el mayor disimulo posible: “La sal de la vida es tener buen humor, gastar bromas, ser chistoso, guasón…” Cierto, pero la dura realidad está ahí, y al bromista le caen todas las consecuencias de sus bromas en un mundo que no comprende el humor, sino que, picarescamente algunos, con alevosía otros, se aprovechan de su prójimo, sea quien sea, para “sacar tajada”. Y en esto su humor y su visión del mundo continúa siendo tan actual como en aquellos años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Los ojillos de los individuos están siempre bien abiertos, vivos, observadores, penetrantes, maliciosos… como los del dibujante, que observa la sociedad de su tiempo. Plasma en el papel rostros avispados, con sonrisas dentales y ojos huevunos. Los cuerpos alargados, tubulares, nos recordaban aquellos cuerpos de los lienzos del Greco, interminables y esqueléticos, como pasados por el rodillo de amasar de la censura y la opresión.

En las historietas hechas para los Almanaques de las diferentes series, siempre tenían protagonismo aquellos dorados sueños de los españoles de la época: el pollo, el pavo, el champagne (el “cava”, diríamos hoy), la quimérica lotería. Sueños… sueños… siempre frustrados, siempre irrealizables. Pero todo ello expresado, con un sutil afán de revuelta, de inconformismo, de protesta, de denuncia social.

También tenían protagonismo en la obra de Alamar los niños, las pandillas, los golfillos, aquellos muchachos de la calle que tenían que ingeniárselas para sacar algo, para esconder la miseria, para compensar la falta de ingenio cultural con el sobrante de ingenio facineroso. Los críos llevan gorras, como el Kid de Charlot, o boinas, como el pobre proletario, o cabelleras rebeldes y despeinadas, con todo el anticonformismo reflejado en la ausencia de “buenos modales” y lejos del pelo bien peinado y bien liso. También, em períodos de más frío, y aun llevando pantalones cortos (porque se necesitaba menos “tela”, en el doble sentido de la palabra), lucían unas anudadas bufandas alrededor de sus frágiles y estirados cuellos. Los “cursis” o adinerados llevan sombrero, porque, como sabemos y se decía entonces, los “rojos” no llevaban sombrero. Por lo general salen bien librados o estafan a los proletarios en las historias.

Los trancazos y las peleas eran de órdago, provocando en los protagonistas gigantescos chichones alargados. Exorcismo de la violencia a la que muchos se veían sometidos y a la que otros tenían que dominar si querían permanecer vivos… o “libres”. En una historieta del Almanaque del Jinete Fantasma para 1949, titulada “¡Por una peseta!”, dos individuos sentados en un banco ven una moneda por el suelo. Creen que es un real (25 céntimos de peseta) y muy cortésmente se ceden la propiedad el uno al otro, sin que ninguno quiera aceptar el quedarse con la moneda. Pero al acercarse más a ella, se dan cuenta que es una peseta, y entonces llegan a las manos, disputándosela en una pelea violentísima que resulta en descuartizamiento mutuo, dejando cabezas y miembros del cuerpo esparcidos por el suelo, mientras un trapero que pasa por allí recoge la peseta y se rasca la cabeza preguntándose “¿Por qué se habrán peleado?” ¡Qué impresionante denuncia de la hipocresía y la miseria!

En otra historia (Almanaque del Guerrero del Antifaz para 1952: Un tema navideño), se encuentran dos amigos que no se han visto durante años y mutuamente se invitan a pasar las Navidades juntos. Insistiendo cada uno en ser el anfitrión, llegan a pelearse a muerte y son conducidos al hospital. La última viñeta representa a los dos personajes tal y como estaban al principio, y dice uno: “Y ya sabes: si quieres evitar todo lo que Alamar ha dibujado en las viñetas anteriores estas Navidades comes en mi casa…” Y el otro responde: “¡Ni una palabra más!”. Era necesario ser sumisos y obedientes, y, sobre todo, no insistir en sus derechos o aspiraciones.

La connotación social y política en la historieta valenciana era profunda e inteligente, aunque disimulada con mucha gracia y mucho ingenio. El arte de las fallas, que fue capaz durante toda la duración de la dictadura española de hacer una feroz crítica social, gozando de una sorprendente libertad, causada sin duda por los intereses económicos, no era ajeno a la expresión artística de los dibujantes humorísticos valencianos de historietas, quienes supieron, muy astutamente, satirizar la sociedad española con gracia, disimulo y sin resignación. Véase un chiste como aquel en el que le dice uno a otro que está pescando: “Estos peces son venenosos”. Y el pescador le responde: “Me da igual. Son para venderlos”. Era característico ese humor violento, ácido, corrosivo, denunciador, que escapaba a la censura por aventajarla en ingenio e inteligencia.

Alamar fue uno de nuestros grandes autores gráficos que merece una reedición de su obra y figurar entre los más grandes de nuestra historieta.



Artículo de Agustín Riera Torres, investigador y divulgador de la historia del Cómic y colaborador de Librería El Boletín (librería asociada a Uniliber).

 

Consulte el resto de artículos de Historia del Cómic:

Historia del Cómic (I): La historieta, el ser humano y la cultura.

Historia del Cómic (II): La Selva.

Historia del Cómic (III): Capa y Espada.

Historia del Cómic (IV): Guillermo el Travieso y otras bandas.

Historia del Cómic (V): Mil y una noches de fantasía y sensualidad o la imposible censura.

Historia del Cómic (VI): El Libro de los Libros.

Historia del Cómic (VII): Mickey Spillane, el olvidado.

Historia del Cómic (VIII): Asha, el desconocido.

Historia del Cómic (IX): Tebeos de guerra.

Historia del Cómic (X): Los vendedores callejeros de periódicos en la historieta.

Historia del Cómic (XI): Western.

Historia del Cómic (XII): Reflejos de la historieta. La novela gráfica no sólo es Willeisneriana.

Historia del Cómic (XIII): Reflejos de la historieta. ¿Sueñan las criaturas de papel con resurrecciones gloriosas?

Historia del Cómic (XIV): Reflejos de la historieta. El croar de las ranas.

Historia del Cómic (XV): Reflejos de la historieta. Luís D’Oc, rey de la divulgación cultural.

Historia del Cómic (XVI): La Sombra que camina, The Phantom (Fantomas, el hombre emascarado)


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