CERCO DE ZAMORA | Antonio Pedrero expone

Opinión

Antonio Pedrero expone

Con su obra, describe los aconteceres de los tiempos con circunstancias propias y nos deja un testimonio de futuro

Antonio Pedrero expone

Antonio Pedrero expone / Fermín de Vega Parra

Antonio Pedrero expone 64 obras (41 en el Museo de Zamora y 23 en la Biblioteca Pública). Es una exposición retrospectiva que ilustra todas las etapas de la investigación artística del pintor desde 1951 hasta la actualidad. Con esta muestra se recorren todos los tiempos de su evolución pictórica. Es una selección de obras creadas en distintas etapas de su vida que mantienen entre sí un hilo conductor que comienza con los inicios, continúa con la madurez y culmina en la plenitud. Es un proyecto que plasma las más diversas situaciones expresadas con todos los materiales y valiéndose de todas las técnicas, sobre todo para dar vida al ser humano, muy presente en toda su obra pero no siempre representado de una manera temporal muy realista, sino como una abstracción un tanto ácrona.

Pedrero recoge los datos, que, concienzudamente, transforma en información, luego en conocimiento y, finalmente, en sabiduría, que, unida a unas cualidades innatas para el arte, elabora con pasión creaciones artísticas de singular excelencia. Son obras de arte bellas realizadas con inspiración y un estilo que las hace agradables, delicadas, armoniosas, alejadas de lo burdo, común o recargado, que se contemplan con placer y satisfacción porque transforman, cambian o modifican con exquisito gusto y belleza el mundo interior y exterior con el fin de satisfacer por completo anhelos, aspiraciones, sueños o simplemente para ser admiradas con delectación o satisfacción estética o ambos fines a la vez.

Las imágenes representativas de sus cuadros expresan un mensaje que capta el espectador sin explicación alguna y, con la mínima concentración, o sin ninguna, puede comprender la obra y suscitar en él emociones, sentimientos, ideas, fantasías, deleite…

Lo consigue con ese lenguaje universal de la pintura integrado por diversos factores (los elementos o causas que actúan junto a otros), principalmente su espíritu de artista que necesita expresar lo que ve, lo que siente, lo que sueña, lo que desea… con su propio lenguaje, así como el de dejar constancia de la época en que vive: la tradición oral, la ciudad y su historia, los personajes…

Con su obra, describe los aconteceres de los tiempos con circunstancias propias y nos deja un testimonio de futuro. Este lenguaje lo transmite por medio de unos signos que son los elementos o partes integrantes que, con las técnicas apropiadas, caracterizan su obra, describen el mensaje de su arte pictórico mostrando o dando a conocer su significación y contenido, y se pueden apreciar y diferenciar los elementos físicos de los psicológicos. En los primeros, los físicos, cabe resaltar el valor de la línea, de la luz y del color. Línea, luz y color, magistralmente unidos, son la esencia de su arte, el espíritu de su obra, su manera de pensar y de sentir, todo su ser psicológico y su mensaje, su trasfondo y sentido profundo transmitido con los pinceles en un lienzo son, recordando al gran Leonardo da Vinci, un poema mudo que transpira sentimientos.

Las imágenes representativas de sus cuadros expresan un mensaje que capta el espectador sin explicación alguna y, con la mínima concentración, o sin ninguna, puede comprender la obra y suscitar en él emociones, sentimientos, ideas, fantasías, deleite…

Pedrero, como buen artista, no sólo intenta revelar una idea, sino que pretende, también, expresar su estado emocional frente a ella. De ahí que su pintura no sólo transmite plásticamente, sino que provoca una reacción emocional que en ocasiones tiene tanto o más valor que el agente visual.

Concebida la idea, traslada la línea –aunque no se vea– para conseguir la obra de arte. Con la línea fija con precisión el contorno de los dibujos y delimita las formas en el espacio, expresa el volumen y el movimiento y, además, con la gracia que la traza, marca el ritmo de la composición.

La luz, elemento primordial de la pintura, perfectamente unida con la estructura y el colorido, es protagonista en su obra aumentando los volúmenes y separando las distancias. Si bien es un fenómeno que cambia, Pedrero la atrapa en momentos determinados, la detiene y la sitúa en sus pinturas. Directa o refleja, la dispone sabiamente logrando efectos mágicos. La usa con tal sapiencia que resalta las figuras haciendo más visibles las formas.

Si la iluminación es primordial no lo son menos las sombras, ambas, luces y sombras, las conjuga con tal maestría que engrandecen el cuadro.

Consigue la sensación de volumen aumentando con pericia la proyección de la luz sobre el objeto o disminuyéndola progresivamente con la zona de sombra; es decir, logrando un valor local adecuado, que es el color equivalente en gris del color local, o sea, el que tiene el objeto.

La línea, el volumen y el espacio tienen su máxima expresión personal en el color, que, además de ser el protagonista, le da carácter a la obra pictórica con su escala de colores, consiguiendo gamas muy particulares que armonizan el conjunto del cuadro con signo propio, unas veces imitando la realidad y otras, sugiriéndola, y siempre, con el logro de la mezcla perfecta de manera que unos acercan y otros alejan; unos transmiten júbilo, entusiasmo, amor…, y otros dan la sensación de calma, tranquilidad, sosiego, paz…

Con los efectos ópticos de los colores, compensa el equilibrio y nivela el peso de las masas. Sabe que los colores provocan una alteración afectiva más o menos intensa en la psique, y que cada uno de ellos actúa como medio de comunicación en el temple anímico. Por eso el tono cromático de sus cuadros es con frecuencia arbitrario, está sujeto a su libre voluntad, pero con su talento artístico subordina todos los colores y sus valores tonales al principal.

Consigue la armonía, es decir, la adecuada relación entre las mezclas, mediante la acertada distribución de los juegos de luces y sombras y el contraste de los colores fríos y calientes, con lo cual obtiene la magnificencia de sus lienzos.

No concibe la composición de la obra como la suma de elementos hasta llenar la superficie de la tela, sino como la disposición ordenada del conjunto de los medios plásticos (el punto, la línea, el plano, la textura y el color), la correlación recíproca entre masa y vacío, la ordenación de las formas, la disposición de los valores, la distancia y el equilibrio de los colores, que es lo que le proporciona a los cuadros una combinación agradable, la armonía total, unidad estética a la composición, esto es, el fin último, la calidad estética de la obra que pretendía.

La pintura, en general, es la expresión de la belleza por medio de los colores y las formas, que produce un placer estético puro, inmediato y desinteresado en el espectador, placer que sublima los sentimientos humanos.

El arte, en la sabiduría del gran pensador místico Plotino (filósofo helenístico, 270 d. C.), tiene que generar un mensaje en quien aprecia una obra, por el cual puede percibir mentalmente algo de sí mismo y del mundo entorno que le haga ser mejor persona y apreciar la realidad circundante. Cualidades que aglutinan los cuadros de Pedrero y hace que uno salga de la exposición transformado porque abstrae de lo racional y llama a la convivencia, la solidaridad, el bien común, la colaboración, la contemplación platónica o aprehensión de la idea del Bien, y crea un mundo de ensueño con el aroma del silencio que se respira, que es un diálogo con aire monacal rozando lo divino en la apreciación del pintor Cristino de Vera.

Llegado aquí, saco a colación a Aquilino López de la Iglesia, el gran Caroles, el hombre con más cultura flamenca en la sangre que vieran los siglos, que si mucho te quería y apreciaba como persona, tanto más te admiraba como pintor, cuando, con su ingenua ironía, candor y mimo, te decía alguna gracia como aquella de antaño: "Antonio, que en el cuadro de la catedral te falta una piedra colorada debajo de la ventana del medio".

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