Enrique Tierno Galván | Noticias La Tribuna de Guadalajara

Enrique Tierno Galván

Antonio Pérez Henares
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El viejo profesor y astuto y querido alcalde de Madrid

El presidente del Partido Socialista Popular (PSP), Enrique Tierno Galván, en mayo de 1976 - Foto: Efe//ct

El entierro más concurrido que he visto en mi vida como madrileño, de la capital somos los que queremos ser aunque hayamos nacido y queramos mucho a ese otro lugar, fue el de Tierno Galván. 

Fue todo un desfile maravillosamente teatralizado. Y no lo digo peyoratívamente sino al revés, pues era lo requerido por el personaje. En dicho entierro, los madrileños fuimos al tiempo actores protagonistas, público y clac, todo a la vez.

 A don Enrique, desde luego, le hubiera gustado muchísimo poderlo ver. No faltó nadie. Ni amigos, ni rivales políticos, ni compañeros de partido (los más a temer), ni carroza, ni lanceros a caballo. Pero sobre todo no faltó Madrid, que se echó a la calle a despedir al primer alcalde de la democracia que se supo hacer querer y que hizo un algo que, sin ser una obra descomunal, sí que transcendió y cambió a la ciudad y la imagen que los de dentro, los de fuera y por el mundo tenían de ella. La movida aquella que nadie sabrá decir del todo qué era, pero que fue. Y Tierno, si no el padre, el abuelo que le dio nido y cobijo, sí que fue también.

 Enrique Tierno Galván era de la minoría de madrileños que había nacido en Madrid aunque, como la inmensa mayoría, con otros orígenes, en su caso sorianos. Lo había hecho el 8 de febrero de 1918 y ahí murió también el 19 de enero de 1986. Muy viejo no era, pero siempre nos pareció a todos, quizás porque entonces bastantes éramos muy jóvenes, que era un señor respetable y muy mayor. Por aquel entonces, aún los jóvenes les tenían respeto a los ancianos y más si eran profesores. Hoy, ya se sabe, que eso no. 

Era hijo y nieto de militares y él, a quien la guerra truncó sus estudios en la universidad, militó en el bando republicano. Finalizada la contienda, volvió a sus estudios y logró acabarlos ya en el año 1942, con 24 años. Y en la universidad se quedó. Fue allí donde comenzó a formar parte, y hasta abanderar la oposición de la misma, no muy significativa pero al menos latente y que intentó fuera aflorando hacerse patente al régimen franquista.

 Había logrado el grado de doctor en Derecho y Filosofía y Letras y la cátedra de Derecho Político en 1948 en la Universidad de Murcia, donde estuvo hasta 1953, año en el que pasó a la de Salamanca, donde impartió clases hasta 1965. Allí aglutinó a su alrededor un grupo de discípulos, profesores y estudiantes que pasaron a ser sus colaboradores políticos. En 1957, sufrió una primera detención que acabó dando con él en la cárcel. 

 De vuelta a la universidad y tras haber ingresado en la inoperante y minúscula Agrupación Socialista Madrileña, de la que fue expulsado casi de inmediato debido a sus críticas por la dirección del PSOE afincada fuera de España, en Toulouse (Francia), se involucró de manera muy activa en las protestas estudiantiles madrileñas contra el régimen, que causaron en aquel año 1965 una honda impresión por lo inesperado para el franquismo de su eclosión. Aquello le costó a Tierno, así como a otros intelectuales y catedráticos tales como Agustín García Calvo y José Luis López Aranguren, su expulsión «a perpetuidad» de la universidad. Hubo de partir para EEUU, donde fue profesor dos años (1966-1967) en la Universidad de Princeton.

 Era ideológica y filosóficamente socialista y marxista, pues entendía tales términos como inherentes el uno del otro, pero no tenía partido, ya que el PSOE lo había expulsado. Tras una reunión en París en 1966 con quien era su máximo dirigente Rodolfo Llopis, que años más tarde (1974) sería descabalgado por el joven Felipe González y que concluyó en un mayor desacuerdo aún, fundó de regreso a España el PSI (Partido Socialista del Interior), que comenzó a operar y consiguió una cierta implantación en el mundo universitario. Entre sus afiliados estuvieron algunos que después serían figuras relevantes de la Transición como Enrique Curiel, mi jefe después y durante años en el PCE, o Pepe Bono.

 En el año 1974, ya bajo el Partido Socialista Popular (PSP), formó parte junto al Partido Comunista, el Partido del Trabajo (PTE) y el Partido Carlista de un amplio grupo de notorias personalidades independientes de la que fuera la famosa Junta Democrática de España, que iba a ser uno de los instrumentos políticos decisivos para el inicio de lo que acabaría por alumbrar las primeras elecciones democráticas de junio de 1977. Tierno había logrado también la vuelta a la universidad un año antes.

 El PSOE de González y Guerra, legalizado con presteza y antes que los demás de la izquierda y apoyado por todas las socialdemocracias europeas, le comió la tostada en las urnas. Tan solo obtuvo seis escaños, uno de ellos, el suyo por Madrid. De hecho, el PSOE se la comió también a quien había sido hasta entonces hegemónico en la izquierda, el PCE, y con quien Tierno había mantenido una mejor relación. Los comunistas se tuvieron que conformar con tan solo 20 diputados, ampliamente superados por los 116 del PSOE.

 La absorción por las siglas históricas no era sino cuestión de tiempo y, tras verse el Viejo Profesor vetado en lo que más le hubiera gustado participar, la redacción de la Constitución, aceptó la integración en el año 1978. Ya en sus filas pero sin excesiva relevancia, aún siguió siendo diputado en el Congreso las dos siguientes legislaturas.

 Pero ya en abril de 1979, su vida política había arribado a lo que le iba a hacer pasar más que ninguna otra cosa a la historia y quedar además en la memoria de las gentes: la Alcaldía de Madrid. Como cabeza de lista del PSOE no consiguió la victoria, que fue para UCD, pero el pacto de izquierda firmado con el PCE le otorgó el bastón de mando de la capital española, donde su figura comenzó a emerger y alcanzar una gran dimensión, a escala nacional e internacional.

 El alcalde de la movida madrileña fue él. Aquella eclosión cultural lo tuvo como referente. Él se apuntó y supo captar y aprovechar lo que estaba brotando en las calles y en el sentir popular. No parecía que fuera lo que mejor pegara con él. Y por eso, a lo mejor, aquel contraste acabó por identificarse tanto con él. Un señor mayor, vestido como tal y siempre compuesto y formal, amparaba y encandilaba a quienes volvían como un calcetín, vestires, hábitos, costumbres y maneras de vivir, de cantar, de pintar y hasta de beber y de cosas más peligrosas aún. La liberación abarcaba todo. La sexualidad también. Y una foto con la actriz Susana Estrada enseñando un pecho desnudo a menos de un palmo de su cara, se convirtió en un icono de todo lo que estaba pasando. 

 Tierno se hizo enormemente popular y querido. Había quienes hablaban de sus enredos y argucias. A las gentes aún le gustaban más. En 1983, resultó de nuevo elegido. Sus bandos municipales, cargados de humor e ironías, se celebraban. Pero además dejó algunas cosas mejor arregladas que cuando llegó. Y no fue solo devolver los patos y peces al Manzanares o el muy necesario plan de saneamiento integral de las aguas residuales de Madrid que, además de mejorar la salud de los humanos, permitió también a aves y peces regresar al Manzanares. Y no fue malo tampoco el transformar algunos barrios como Usera, Orcasitas o Vallecas, plagados de chabolas, dotando de viviendas dignas a sus habitantes. Eso también cuenta en su haber. 

Y todo ello, la movida, el piso y los patos es lo que el pueblo de Madrid quiso reconocerle cuando un enero de 1986, tras haber sufrido una caída en el baño, la cosa se complicó por lo afectado que estaba por un cáncer de colon, que hacía años le minaba. Se murió. Y el pueblo de Madrid se echó a la calle el día de su entierro para darle su mejor despedida y adiós.

 Supongo que se ha notado que me caía bien. 

ARCHIVADO EN: Madrid, PSOE, España, Democracia


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