Desde que llegó a Buenos Aires para trabajar en Los días afuera, su nueva obra, a Lola Arias se le hizo imposible escapar, aunque más no sea por una semana, de la coyuntura argentina. Pasó por momentos de angustia pensando cómo hacer para seguir financiando la pieza que tenía en mente mientras veía cómo los precios de las cosas subían de forma estrepitosa, se sumó a casi todas las movilizaciones en defensa de las instituciones culturales y a la gran marcha en defensa de la educación pública, posteó fotos desde cada una de esas convocatorias, tuvo que suspender ensayos después de contagiarse de dengue y quedar en cama por unos cuantos días. Pero no solamente por eso, dice, este es el proyecto más difícil de su vida.

Como siempre –o más bien como siempre desde hace 15 años, desde la creación de Mi vida después, que hizo girar por completo el rumbo de su trabajo–, la nueva obra de Lola Arias es un proyecto que se inscribe en ese vasto y cada vez más visitado género que es el teatro documental. En otras palabras: es una pieza que utiliza las herramientas del lenguaje escénico para contar vidas por algún motivo extraordinarias. Y que busca hacer foco en esas historias, narradas en primera persona, con sus protagonistas de cuerpo presente, para trascenderlas e iluminar cuestiones vinculadas a la historia reciente de una sociedad. A lo largo de estos años, Lola trabajó por ejemplo con un grupo de jóvenes que fueron niños durante los setenta para indagar en las heridas abiertas de la dictadura militar argentina en aquella obra inicial, se interesó por los mandatos y las legislaciones en torno a la reproducción humana en Lengua madre, en Futureland reunió a chicos refugiados en Alemania para entender cómo es hacerse adulto lejos de la familia nuclear y cómo son las políticas de migración de uno de los países más ricos del mundo. En Campo minado juntó a veteranos argentinos e ingleses de la guerra de Malvinas para comprender qué resabios quedan de un conflicto armado en las cabezas de quienes lo vivieron. Esta vez, sus protagonistas son personas que estuvieron detenidas en distintas cárceles de mujeres y que ahora, nuevamente en libertad, cuentan cómo es llevar adelante una vida fuera de prisión.

Por supuesto, entrar en contacto con esas biografías implica un trabajo arduo, no solamente en términos emocionales, sino en las ancas más concretas que hacen a la gestión de una existencia. Alcanza con echar un vistazo a la ficha técnica de Los días afuera para intuir la complejidad de llevar a este grupo compuesto por una mujer y un varón trans y otras cuatro mujeres cis con antecedentes penales al escenario de un teatro público. A los clásicos responsables de distintos rubros artísticos como diseño de iluminación, escenografía o música, se suman en este caso nombres de profesionales por completo foráneos a la producción teatral, como la trabajadora social Soledad Ballesteros y el abogado Félix Helou, que asesoró al equipo en un sinfín de procedimientos legales, para que todos los participantes del proyecto pudieran acceder a derechos tan básicos como un documento, una cuenta bancaria o un CUIT, condiciones necesarias para cobrar por el primer trabajo registrado de sus vidas, en muchos casos. “Hoy, el mensaje más feliz de nuestro chat fue el que contaba que Paula, una chica peruana que tiene residencia transitoria en Argentina y que nunca había tenido DNI, logró finalmente abrir una cuenta en el banco para que puedan pagarle desde el teatro”, sonríe Lola.

Reas

ADENTRO Y AFUERA

El interés de Lola por adentrarse en el universo de las personas privadas de su libertad surgió en 2019, mientras daba un taller de cine y teatro en la cárcel de mujeres de Ezeiza, y después de proyectar ahí mismo Teatro de guerra, su primer largometraje, filmado con los mismos protagonistas de Campo minado. Fue entonces cuando empezó a pensar en documentar esa cotidianidad con la premisa de buscar formas de escaparle al “realismo carcelario” que se impone en casi todos los programas, las series y las películas que cuentan historias sobre gente detenida. “Después de la proyección, me di cuenta de la curiosidad que había quedado flotando entre quienes la habían visto. Ganas de saber más, una necesidad muy grande de hacer algún tipo de experimento artístico. Se había puesto en juego un deseo. No solo de saber cómo habíamos hecho, cómo es que habíamos trabajado con los veteranos y cómo sus vidas se habían convertido en una película, sino algo del orden de ‘nosotres también podríamos hacer algo así, ¿no?’. Y sentí que en esa reflexión y en esa conversación posterior hubo una especie de llamado”, recuerda la directora.

Esa chispa que había surgido en el grupo se propagó en Lola, que inmediatamente le propuso a Gema Juárez Allen, productora de Teatro de guerra, armar un espacio de taller en la cárcel junto a un pequeño equipo de filmación, porque tenía la sensación de que de esos registros podía surgir un proyecto futuro. “Así empecé a darle forma en mi cabeza a la película. Y originalmente quise hacerla dentro de la cárcel, con gente que estuviera cumpliendo su condena en el momento del rodaje. Después me di cuenta de que eso era imposible, y además vino la pandemia y ya no se pudo entrar más. Entonces empecé a modificar el proyecto para hacerlo en una ex-cárcel, con personas que hubieran estado detenidas y ya estuvieran en libertad. Reconstruir junto con ellas ese pasado”.

La película de la que habla Lola es Reas, que después de su paso por la Berlinale y por varios festivales más se verá desde el sábado –por solo cinco funciones– en el Centro Cultural San Martín, acompañando el estreno de Los días afuera. Aunque comparten un universo, directora y protagonistas, el film y la obra que resultaron de ese contacto con un universo carcelario son, desde su concepción, propuestas muy distintas. No solo porque tuvieron momentos de creación diferenciados –primero llegó la película; tiempo después, la sensación de que todavía había mucha tela para cortar, y de que el grupo tenía ganas de seguir, dio lugar a la obra–. También porque hacen foco en momentos diferentes de estas vidas.

Si Reas es una invitación a pensar en el pasado, a recrear a partir de reenactments y de canciones aquellos días adentro con la impactante ex cárcel de Caseros como locación de fondo, Los días afuera es una suerte de lanza hacia el futuro. Por eso, aunque el vínculo entre ambos trabajos no puede pensarse en términos de precuela o secuela (ningún espectador necesita saber lo que pasó en la película para entender la obra, o viceversa), hay inevitables contaminaciones entre una y otra, conexiones que ayudan a entender mejor los efectos de un paso por la cárcel en la biografía de una persona. “La obra es una continuación extraña de la película: no hay un seguimiento uno a uno de las historias, pero sí está centrada en el tiempo de libertad, en lo que pasó en sus vidas después de la cárcel. Y hace mucho foco en que el tiempo de libertad no es un territorio ganado en el acto. No es que salís y la pesadilla terminó: tener antecedentes penales es dificilísimo. En la obra, una de las chicas dice que la cárcel es como un tatuaje, te lo llevás puesto adonde estés y todo el mundo te lo ve”, cuenta Lola. “La gente siempre sabe que estuviste adentro. ¿Cómo se vive con ese tatuaje? ¿Cómo se recomienza una vida después de eso? ¿Desde dónde se retoma? Esas fueron algunas de las preguntas que aparecieron y estuvimos pensando juntes”.

Fue Ignacio “Nacho” Rodríguez, el chico trans del elenco el que, medio al pasar, le dio nombre al proyecto teatral: en alguno de los ensayos les dijo a sus compañeras que él contaba “cada uno de los días afuera”. A Lola la imagen la impactó: “Uno siempre cree que los días que se calculan son los de adentro. Pero los días afuera también se cuentan, porque el miedo de volver a caer es constante para las personas que estuvieron detenidas. Que algo pase, perder el control, quedar involucrado en algo porque ya estás marcado. Hacer esta obra es, para mí, la posibilidad de expandir esos días afuera. Que esos días afuera duren y se construyan como el camino hacia un futuro posible”, dice Lola.

Claro que para poder tener un futuro hay que empezar por poder imaginarlo. Quizá el gesto más potente de este proyecto escénico sea justamente ese: mientras reflexiona sobre ese futuro, lo vuelve posible otorgándoles a sus protagonistas la oportunidad de imaginar una vida como artistas, sostener un trabajo, planear su rutina y soñar con todos los viajes que vendrán cuando Los días afuera comience a girar por las distintas ciudades del mundo (la primera escala del elenco será Avignon). Pero, así de maravilloso como suena, no es un trabajo sencillo, y mucho menos un camino en línea recta.

¿En algún momento pensaste “quién me mandó a hacer esto”?

–Sí, ¡en varios! Y lo hablé también con elles, muchas veces. En este tiempo de ensayos ha habido peleas y situaciones que me hicieron decir más de una vez: “Necesito que entremos en otra sintonía porque si no me voy a morir”. Crear un proyecto artístico con personas que vivieron situaciones de exclusión y de marginalización, de violencia muy extrema, empieza por lograr que vuelvan a confiar. No solo en mí, en todo. Que vuelvan a creer en algo, y puedan volver a relacionarse de una manera constructiva, amorosa entre sí, y también con un proyecto. Yo no estoy sola en esto, tengo un equipo de más de veinte personas trabajando en este proyecto, dos productores, una trabajadora social que me acompaña, que es una genia, que trabajó dentro de las cárceles y tiene experiencia con gente privada de su libertad. Estoy acompañada por un grupo de gente súper fuerte, y así y todo, por momentos la sensación es que el desafío es inmenso.

EL HUMO Y LOS PREMIOS

En medio de alguna de esas semanas de desesperación y agotamiento, Lola recibió una noticia de las que marcan un antes y un después en una biografía artística: había ganado el Ibsen, un premio que otorga el gobierno de Noruega y es hoy por hoy la mayor distinción a nivel mundial para artistas escénicos. En octubre, cuando asista a la ceremonia para recibirlo de forma oficial, se convertirá en la segunda mujer en haberlo obtenido, después de Ariane Mnouchkine. También, en la primera latinoamericana.

De todos esos datos, que de cierta forma aumentan el mérito y el orgullo, se fue enterando después: en el momento en que atendió ese llamado sorpresivo, Lola jamás había escuchado hablar del premio. “El Ibsen fue un empujón en un momento en el que yo estaba bastante desesperada, porque solamente tenía asegurada la mitad del dinero que necesitaba para hacer Los días afuera. Unos fondos con los que contábamos no habían salido, acá todo se estaba encareciendo”, recuerda. ”Y fue como si hubieran bajado del cielo unos duendes noruegos para decirme: ‘No te preocupes, nosotros nos ocupamos’. En términos estratégicos fue un empujón para ayudarnos a convencer a muchas instituciones de que lo que estábamos haciendo valía la pena. Y a nivel personal fue una suerte de confirmación de que no debo estar haciendo las cosas tan mal”.

Hace tiempo que las obras de Lola Arias serían imposibles de hacer si no fuesen financiadas por una decena de teatros y festivales europeos –a veces más–. Los días afuera no es la excepción: su escala de producción excede, por lejos, las posibilidades del teatro argentino, donde, incluso antes de la llegada de este gobierno, los presupuestos para la cultura se fueron achicando raudamente. Por eso, antes de iniciar cada proyecto Lola dedica muchísimo tiempo y esfuerzo a la búsqueda de los fondos que necesita para dar sus próximos pasos. Se vale de una carpeta con algunos conceptos y, sobre todo, de intuiciones. “A veces, la sensación es que salís a vender humo, porque en un principio, un proyecto de obra es puro humo. Yo no tengo un texto escrito, ni sé hacia dónde se va a abrir el proceso, ni qué historias van a aparecer. Lo único que sé es que tengo que vender ese humo por la mayor cantidad de plata posible”.

Las certezas van apareciendo con el correr de los encuentros y de los ensayos junto a los performers que elige, casi siempre después de hacer decenas de entrevistas. Si la creación de cualquier texto es un proceso vivo, que escapa al control de su autor (jamás se escribe lo que se quiere, sino lo que se puede), en las obras de Lola esa máxima adquiere una capa más, porque sus historias dependen de lo que otras personas traigan a la mesa y, sobre todo, de lo que estén dispuestos a contar en escena.

Los días afuera

QUE SUENE LA MÚSICA

Durante la década y media que lleva contando historias reales en el cine o en teatro, Lola forjó un método para descubrir los fragmentos de una biografía que mejor le calzan a sus proyectos artísticos, para hilvanarlos luego con otros fragmentos. También aprendió cómo ayudar a sus no actores a convertirse en performers capaces de decir sus textos de forma verdadera, función tras función.

Cuando en 2012 estrenó Melancolía y manifestaciones, donde ella misma se subía a escena para contar su historia y la de su mamá, enferma de depresión desde el nacimiento de la hija, Lola también entendió a qué se expone alguien que decide abrir sus recuerdos más íntimos frente a un público. Esa experiencia, dice, marcó su trabajo para siempre. “Yo la pasé bastante mal haciendo Melancolía, fue tremendo. Dejé de comer, dejé de dormir, estaba totalmente tomada por eso. En un momento, la idea era que mi mamá estuviera en escena, después decidí que era mejor que la interpretara una actriz, y convoqué a Elvira Onetto; después mi mamá entró en una fase mala y no quería que la obra se hiciera... fue muy complejo. Pero fue un proceso que me ayudó muchísimo a entender lo que se le juega a alguien que cuenta su vida en escena. Y todo el apoyo emocional que tenés que sentir para lograr trascender esos primeros miedos”.

En gran parte por eso, todo lo que pasa durante los ensayos de Los días afuera ocurre en una intimidad absoluta: nadie, salvo a excepción de quienes forman parte del equipo, pudo entrar todavía a ver qué se está cocinando en la recientemente renovada sala del Teatro Alvear. Para Lola, el pacto de confidencialidad con sus performers es innegociable.

Lo que sí sabemos es que habrá, igual que en Reas, mucha música. La primera vez que entró a la cárcel, Lola se dio cuenta de que lo sonoro era un elemento clave para trabajar con personas detenidas: porque les ofrecía la posibilidad de conectarse con un hecho artístico, con sus cuerpos a través del movimiento, con otras historias posibles. Por eso, cuando la película comenzó a tomar forma, su directora supo enseguida que sus protagonistas debían también cantar y bailar, como lo hacen las presas de Tacones lejanos (por cierto Almodóvar, por lo colorido y por lo queer, es una referencia ineludible para pensar el universo que construye Reas). Había ahí, además de un canal directo hacia la expresión, un propósito estético: salir del tono lúgubre y darle al proyecto un cariz más “luminoso y emancipador”.

De la mano de Ulises Conti (su coequiper artístico desde hace muchos años, y con quien incluso grabó dos discos que todavía se pueden rastrear en Spotify), Lola volvió para este combo de film y obra a componer canciones, un métier que no cultivaba hacía tiempo. Y buscó otras alianzas para terminar de zambullir a sus protagonistas en el mundo musical: Mailén Pankonin trabajó junto a Conti en los sonidos de Reas e Inés Copertino hará lo propio en cada una de las funciones de Los días afuera.

Aunque para algunas performers la posibilidad de hacer música fue toda una novedad, hay quienes simplemente continuaron un camino que ya habían emprendido hace algunos años. Durante el tiempo que compartieron en el penal de Ezeiza, Nacho y Estefanía Hardcastle, otra de las protagonistas de obra y película, habían sido integrantes de la banda de rock Sin Control. Cuando sus miembros recuperaron la libertad, el proyecto musical se disolvió. Imposible que Estefi y Nacho sospecharan que unos años después volverían a tocar juntos en un teatro a razón de cinco veces por semana y que llevarían sus melodías a girar por el mundo. Pero los días afuera también tienen eso: a diferencia de los otros, siempre guardan algún espacio para la sorpresa.

Lola Arias (Foto: Nora Lezano)

Los días afuera se estrena el viernes en el Teatro Alvear, Av Corrientes 1659. Sus funciones serán de miércoles a domingo, a las 20. Reas se preestrena en El Cultural San Martín, Sarmiento 1551, en sólo cinco funciones: sábado 18, a las 18 y a las 20; domingo 19, a las 18; y domingo 26, a las 16 y a las 18.