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Polémico y anchuroso, complejo y proteico, como la vida toda, concibió la literatura como una “revolución contra la muerte”, siendo el amor para él lo más importante en ese río de mutaciones. De allí que afirmara que el “arte es rebelión contra la realidad”.

Ese era, en gran medida, Carlos Fuentes Macías. Es muy poco lo que podemos describir de este guerrero de la memoria en tan cortas líneas.

Si bien nació en la ciudad de Panamá, el 11 de noviembre de 1928, fue en estricto sentido mexicano, avant la lettre eso sí, siempre mexicano. Un padre diplomático fue determinante para su visión del mundo. Sus vivencias en Uruguay, Brasil, Estados Unidos, Ecuador, Argentina y Chile, marcaron su manera de leer los contextos. Su experiencia cosmopolita le permitió hablar con gran maestría el inglés y el francés.

Graduado en Derecho y en Economía, en México y en Suiza, Fuentes siempre demostró densidad en su forma de pensar. Llegó a ser embajador en Francia, entre 1972 y 1976, y catedrático en las universidades de Princeton, Columbia, Harvard y Cambridge, respectivamente.

Amante del cine, Fuentes escribió numerosos guiones para reconocidas películas. También estampó su firma en periódicos y revistas internacionales. Fue un crítico ardiente de la historia, la pintura y las artes plásticas de su país. Nunca fue ajeno a la realidad política de América Latina y mucho menos a la de su tierra cercana. Con posturas favorables a la izquierda latinoamericana, en su devenir político e intelectual, fue asumiéndose como un convencido socialdemócrata.

Fuentes, generalmente, es ponderado como un punto de inflexión, inscrito en el discutible “boom latinoamericano”, como una voz que develó los cauces formativos de una identidad negada y solapada.

Su obra escrita es extensa, destacándose –arbitrariamente por razones de caracteres– entre sus novelas La región más transparente (1958), La muerte de Artemio Cruz (1962), Aura (1962), Terra nostra (1975) y Gringo viejo (1985).

Entre sus cuentos mencionemos Los días enmascarados (1954), Cantar de ciegos (1964) y El naranjo (1994).

En sus ensayos no puede faltar París: la revolución de mayo (1968), Valiente mundo nuevo: épica, utopía y mito en la novela hispanoamericana (1990) y El espejo enterrado (1992). Esto sin referir otros géneros y muchos aportes más.

Alusión aparte merece la novela La región más transparente, en la que Fuentes hace un cuadro de la Ciudad de México y la sociedad toda, valiéndose de una simultaneidad de personajes de procedencias, miradas y clases sociales distintas. De tal modo que la protagonista de la novela es la metrópoli misma, con su carga histórica y existencial. Es Ixca Cienfuegos el factor unitivo de las diversas historias, además de arquetipo de los tiempos indoriginarios evadidos, ignorados, obstruidos. La Región más transparente plantea la idea de una Revolución frustrada.

Una cantidad significativa de honoris causa tuvo en su haber.

Fue acreedor de innumerables premios y un sinfín de reconocimientos; sobresalen, en este sentido, el Premio Rómulo Gallegos (1977), el Premio Nacional de Literatura de México (1984), el Premio Cervantes (1987), y el Premio Príncipe de Asturias (1994).
Se le debió dar el Premio Nobel de Literatura.

Carlos Fuentes falleció en Ciudad de México el 15 de mayo de 2012. l


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