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El mundo no deja de ser lo que no alcanzamos a comprender...
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El mundo no deja de ser lo que no alcanzamos a comprender...

Actualizado 18/05/2024 09:31
Juan Ángel Torres Rechy

El territorio del misterio progresivamente desplaza al de la racionalidad, hasta cubrirlo todo. Ambos cuentos celebran, o lamentan, la muerte de la razón. Ambas piezas ponen de relieve, de un modo u otro, la presencia de unos monstruos que en este momento no sabemos si conviene relacionar con los grabados de Francisco de Goya.

En algunos países no debemos dejarnos arrastrar por el desarrollo, mientras que ese desarrollo debemos llevarlo a otros países también. No dejarnos arrastrar por el desarrollo significa aquí en la columna no olvidar la parte de humanidad que cabe en el conjunto del desarrollo tecnológico y científico. En los párrafos siguientes, montaremos una representación donde el desarrollo tecnológico y el cultivo de la virtud humana establecerán un diálogo encaminado a la atención de los asuntos propios de la morada del ser. Por último, con base en la pintura de Salvador Dalí miraremos, o sentiremos, qué es encontrarnos vivos en esta experiencia cotidiana de la materia atravesada por el espacio y el tiempo en un instante fortuito.

Generalmente, deseamos las cosas para el momento, de inmediato. Nuestros dedos en los países desarrollados se han acostumbrado a la acción eficaz e instantánea de la operación de los dispositivos digitales con las yemas de los dedos. El trasfondo de esas operaciones, no obstante, al otro lado del dispositivo, pasa inadvertido. No solemos ser conscientes del mecanismo que se activa y opera del otro lado de la pantalla. El mundo (real) en esa otra ladera pareciera no existir. Carece de masa en la sustancia de nuestra imaginación.

Algo de lo anterior pasa con el conflicto de Israel, Palestina y Estados Unidos. O con el recrudecimiento de los aranceles en el comercio internacional entre Oriente y Occidente. En el primer caso, si no fuera por las manifestaciones estudiantiles de universidades de distintos países, que tornan real el conflicto entre las naciones que no podemos ver, la guerra pareciera ser algo ajeno a nosotros, en unas fotografías sin un sentido palpable, como muchas otras fotografías del pasado, con una cifra vacía de mujeres y niños muertos. No alcanzamos a entender, a percibir, o a sentir, lo que en realidad acontece al otro lado del teléfono.

En los últimos días, en las clases del Departamento de Español de Nanjing Tech University, China, hemos mencionado a Gaston Bachelard. El tema de la semántica en la asignatura de lingüística nos ha llevado a abordarlo, de manera paralela al estudio del lenguaje claro como estrategia retórica del discurso. Junto con Bachelard, miramos los estudios comparatistas de George Steiner y los poéticos de Walt Whitman.

La pintura de Salvador Dalí de la columna también la trabajamos en el aula. Algunos estudiantes pensaron que podía ser de Pablo Picasso. Para una estudiante, representó un sentimiento de tristeza. Para otra estudiante más, significó un estado de ánimo recogido, melancólico. El color azul, como todas y todos lo sabemos, proviene de una estética artística francesa, con Víctor Hugo, que después cobró una moderada perfección latinoamericana, de carácter nicaragüense y chileno, con Rubén Darío. El azul de Dalí, que parece debido al pincel del poeta en lengua francesa Pablo Picasso, hoy por hoy sigue deshaciendo la madeja de la prenda del alma de las personas letraheridas que tienen la capacidad de demorarse en su contemplación.

En la Cátedra Alfonso Reyes, del Tecnológico de Monterrey, México, Carlos Fuentes dictó una conferencia sobre su decálogo del escritor. En uno de los puntos mencionó que la obra, después de publicada, no le pertenece al autor. El público lector puede ver, o encontrar en ella todo lo que desee, aunque el autor nunca haya pensado en ello. Algo semejante lo dijo Julio Cortázar en una entrevista de Joaquín Soler Serrano, en el programa A fondo. Hablando del cuento que le publicara Jorge Luis Borges en Los Anales de Buenos Aires hacia mediados del siglo pasado, “Casa tomada”, como respuesta a una pregunta del entrevistador español sobre las interpretaciones del peronismo en esa pieza narrativa, Julio Cortázar, condescendiente con Joaquín Soler y el público en general, acogió con amplitud la crítica citada. Explicó que no había tenido la intención de reflejar nada del peronismo en su cuento, pero no por ello la interpretación de la crítica resultaba incorrecta.

El cuento “Casa tomada” fue producto de una pesadilla. Unos cinco años antes de su viaje a París de 1951, cuando el autor argentino despertó de la pesadilla, se sentó al escritorio a componer el relato de un tirón. De otro lado, en cuanto a Carlos Fuentes, siguiendo con el tema de las pesadillas, o mejor, de los sueños, el escritor mexicano explicó que por lo general nunca tomaba el cuidado debido de llevarlos a la hoja de papel; más bien, desde el posicionamiento racional de la vigilia, redactaba lo que no dejaba de percibir a un tiempo como resultado de un sueño no recordado. La estética de su cuento “Chac Mool”, que nosotros en Nanjing hemos leído recientemente, debido a una exposición magnífica de una de las estudiantes con mejores notas a nivel nacional de los estudios de español en el país, Zoe, la estética del cuento “Chac Mool” comparte rasgos con la del cuento de Cortázar.

El territorio del misterio progresivamente desplaza al de la racionalidad, hasta cubrirlo todo. Ambos cuentos celebran, o lamentan, la muerte de la razón. Ambas piezas ponen de relieve, de un modo u otro, la presencia de unos monstruos que en este momento no sabemos si conviene relacionar con los grabados de Francisco de Goya. En un sentido similar, pero de un modo más fino y elevado, los maestros de Fuentes y Cortázar, Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges, discurrieron por esos cauces desde una esquina distinta. “La cena”, de Reyes, y “Tlön Uqbar Orbis Tertius”, de Borges, entrelazan los niveles del sueño y la vigilia, de lo fantástico y la no ficción. De un modo casi accidental, casi por descuido, dirigen la mirada del lector al asombro de encontrar elementos del sueño, la fantasía, no solo en el espacio de la realidad cotidiana, sino como pilares de la misma.

Probablemente, creemos, los temas citados nacieron de las tertulias de Macedonio Fernández, el mayor (en el sentido jerárquico) de todos. Macedonio Fernández, como todas y todos sabemos, no necesitó llevar a la imprenta sus escritos para que las generaciones futuras mentaran su nombre con un profundo sentido de respeto y admiración. Algunas de sus lecciones más entrañables nos han llegado debido al meticuloso trabajo de su amanuense Jorge Luis Borges y su biógrafo Ricardo Piglia.

Hablando de modelos de interpretación de la realidad, o modelos para continuar creándola, desde otros horizontes podemos referir el desarrollo de la computación y el análisis de los macrodatos, big data. Ciertamente, hoy en día, como sucedió a mediados del siglo pasado con los cuentos de Cortázar y Fuentes, la novedad de la tecnología digital desplaza los usos y costumbres conocidos hasta entonces. Personas de vanguardia, como Jack Ma, han llegado a sostener que el día de mañana el propio análisis de datos casi no requerirá la intervención humana para depurar, clasificar e interpretar la información. En una conferencia en Buenos Aires, el empresario y actor de cine anunció que en el futuro las portadas de las revistas de negocios comenzarán a tener robots directores ejecutivos, CEO, en lugar de personas.

En el mundo, realmente, no sabemos qué cosas suceden. No nos enteramos casi de nada. El sistema mundial global, o balcanizado, organizado con base en sistemas económicos que los periódicos señalan en quiebra, tienen la encomienda de crear una narrativa oficial que nos muestre a través de distintos canales (des)informativos una (supuesta) realidad que nos haga seguir caminando por rutas preestablecidas. Los medios masivos de comunicación, con el teléfono por delante, usurpan la porción real de vida que nos corresponde, en tanto que a pesar de todo seguimos siendo seres humanos, mediante el diseño de un paraíso encantado artificial que nos mantiene a flote en la cadena de producción del capital.

Pero detrás del mundo de los ceros y unos, en la otra ladera de los países que venden armamento pesado para exterminar al género humano y los países que buscan la concordia universal, nunca ha dejado de manar el agua de un sueño de la noche de la oscuridad humana, donde el susurro nos misteria con su luz inapreciable todavía. Aún hoy, como en el año 1920 o así, cuando con 18 años Salvador Dalí pintó el retrato de su abuela Anna Ferrés —que bajé del Instagram de mi papá para ponerlo en la columna—, todavía hoy cuando vemos ese color azul percibimos algo que nos duele dentro y nos mueve a preguntarnos el porqué de lo que presentimos.

La tecnología digital nos ha (mal)acostumbrado a pensar en todas las cosas para ya, al instante. La informática ha reducido a cero la capacidad de tolerancia. Ha creado la ilusión de que las cosas en la pantalla solo existen ahí, en el dispositivo material, sin su equivalente en el mundo del tiempo y el espacio palpables. Por eso nosotros escribimos esta columna que nadie leerá. Para seguir irrigando el espíritu humano que palmo a palmo queda más estéril en el plástico de la computación. Mientras tanto, resignado, abnegado, ese espíritu continúa ensimismado en la madeja de estambre, con un par de ganchos y una canasta, con una ventana al costado, donde el mundo no deja de ser lo que no alcanzamos a comprender... Por último, como cierre de la columna, expresamos nuestra gratitud a nuestros editores, Esperanza y Juan Angel, quienes han tenido a bien revisar el escrito y mejorar los pasajes más oscuros.

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