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Después de cuatro décadas merodeando por la imaginación de Francis Ford Coppola, finalmente vio la luz, en la pantalla del Festival de Cannes, la esperadísima ‘Megalopolis’, que no defraudó en cuanto a su capacidad para mostrarnos algo nunca visto. De hecho, en los más de veinte años que este crítico lleva visitando Cannes, nunca había visto que un espectador/actor se levantase de su butaca (de la sala Bazin) para dialogar con un personaje que le respondía desde la pantalla. Sí, esto ocurrió hacia la mitad de ‘Megalopolis’, una obra excesiva en todos los sentidos, una película desbordante, deslavazada, acelerada y descaradamente enamorada de sí misma. Para empezar, la nueva superproducción de Coppola –que ha invertido para la ocasión 120 millones de dólares de su bolsillo– se titula en realidad ‘Megalopolis: Una fábula’ y se presenta como una sátira retrofuturista en la que la Nueva York del siglo XXI se enfrenta a la decadencia de la civilización occidental, que Coppola presenta filtrada por la iconografía propia de la caída del Imperio Romano. Así, la historia se construye a partir del enfrentamiento entre tres representantes del poder: Cícero, el alcalde de Nueva York (Giancarlo Esposito); Craso, el mayor banquero de la ciudad (Jon Voight); y César (Adam Driver), un científico y arquitecto que aspira a reconstruir la ciudad empleando un milagroso material llamado Megalon. En este reparto de roles, cabe señalar que el personaje de Adam Driver, con su instinto creativo, su talante transgresor y su sed revolucionaria, actúa como el evidente alter ego del propio Coppola.

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Pero ‘Megalopolis’ no se contenta con presentar una lucha por el poder bañada de referencias a Shakespeare, sino que también construye dos historias de amor tocadas por la adversidad: la que protagonizan César y la hija de Cícero (Nathalie Emmanuel), que podría verse como una relectura de ‘Romeo y Julieta’; y la que todavía une a César con su esposa fallecida (un hilo narrativo que remite al mito de Orfeo y Eurídice, y de rebote también a la ‘Rebecca’ de Alfred Hitchcock). Este cóctel narrativo aparece aliñado por un sinfín de citas a poetas y filósofos, de Petrarca a Safo, de Marco Aurelio a Rousseau, de Ovidio a Emerson. Los diálogos invocan el alud de cultismos y pedantería del cine del maestro Jean-Luc Godard, con el que la película también comparte la preocupación por la crisis de una cultura occidental golpeada por la barbarie y el culto a la ignorancia. Desde su atalaya creativa y financiera, Coppola nos muestra la peligrosa deriva autodestructiva del mundo contemporáneo e intenta insuflar algo de luz con su espíritu visionario.

Uno de los mayores problemas de ‘Megalopolis’ –una obra flagrantemente irregular– es el escaso éxito de su vertiente satírica. Coppola convierte la vida de las clases acomodadas neoyorquinas en un verdadero circo romano, un esperpento que culmina en la celebración de la boda entre Craso (Voight) y una joven periodista (Aubrey Plaza, la más inspirada del reparto) que en realidad está enamorada de César (un histriónico Driver). El desmadre que pone en escena Coppola podría describirse como un cruce entre las vulgares fiestas de ‘La gran belleza’ de Sorrentino, que a su vez remitían a Fellini, y el gusto por la exaltación del cine de Terry Gilliam, con quien Coppola comparte aquí una vocación quijotesca que neutraliza todo sentido de la mesura y la vergüenza. El autor de la saga de ‘El padrino’ quiere poner patas arriba un mundo dominado por el capitalismo más salvaje y la política de raigambre populista, pero su ataque nunca da del todo en la diana. Queda la impresión de que el cineasta está demasiado apartado de la realidad como para agitar sus cimientos. En este sentido, el espectáculo de hombres poderosos rodeados de mujeres frívolas e ignorantes resulta de lo más anacrónico.

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La mirada de Coppola sobre el mundo actual nunca deja de resultar algo superficial, sin embargo, el director de ‘Apocalypse Now’ sabe muy bien de lo que habla cuando retrata la experiencia de un creador incomprendido que aspira a cambiar el rumbo de la sociedad con su genio visionario (hasta ahí llega la egolatría del cineasta). En este sentido, ‘Megalopolis’ muestra su cara más sólida cuando, ante un horizonte apocalíptico (materializado por un satélite nuclear soviético que puede caer sobre la superficie terrestre), César, el alter ego de Coppola, logra transmitir a sus conciudadanos la necesidad de construir un nuevo mundo. Es entonces cuando la película se entrega a una endiablada espiral de imágenes edénicas (fruto del CGI) que se superponen unas sobre otras o que parten la pantalla en tres partes, a la manera de los grandes trípticos de la pintura flamenca.

Por último, ‘Megalopolis’ también puede verse como un compendio del imaginario de su creador. Son evidentes, por ejemplo, los ecos de ‘Tucker, un hombre y su sueño’, la película de 1988 en la que Coppola ilustró la energía megalómana y revolucionaria de un creador de automóviles. Aunque la obra que se infiltra con más fuerza en ‘Megalopolis’ es ‘La ley de la calle’. Como ocurría en la película protagonizada por Matt Dillon y Mickey Rourke, lo nuevo de Coppola toma como principal motivo visual unos relojes gigantescos. ‘La ley de la calle’ reflexionaba sobre el vigor de la juventud, la idealización del pasado y el surgimiento del horizonte de la muerte. Por su parte, ‘Megalopolis’ sitúa el tiempo como una preocupación tan esencial como angustiante. ¿Cómo abrazar el tiempo cuando su transcurso parece conducirnos a la catástrofe? ¿Es posible parar el tiempo, o incluso hacerlo retroceder para recuperar algo valioso del pasado? A todas estas preguntas intenta responder Coppola, que pone en boca de uno de sus personajes una máxima fundamental: “Los artistas jamás pueden perder el control del tiempo”. Puede que Coppola ya no maneje el “tempo” de sus escenas como antaño, pero el viejo lobo de la gran pantalla todavía es capaz de echar el tiempo atrás para recuperar algo de su grandeza pasada… y proyectarla hacia el futuro.

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Para los fans de la ambición fílmica más desmedida

Lo mejor: Una Aubrey Plaza colosal en un rol que entrecruza a Ofelia y Lady Macbeth.

Lo peor: La vertiente humorística del film.

Ficha técnica

Dirección: Francis Ford Coppola Reparto: Adam Driver, Giancarlo Esposito, Nathalie Emmanuel, Aubrey Plaza, Shia LaBeouf, Jon Voight, Laurence Fishburne, Talia Shire, Jason Schwartzman, Kathryn Hunter, Dustin Hoffman, Grace VanderWaal País: Estados Unidos Año: 2024 Preestreno: Festival de Cannes 2024 Género: Ciencia Ficción Guion: Francis Ford Coppola Duración: 138 min.

Sinopsis: Una fábula épica romana ambientada en una América moderna imaginada. La ciudad de Nueva Roma debe cambiar, lo que provoca un conflicto entre César Catilina (Adam Driver), un genio artista que busca saltar hacia un futuro utópico e idealista, y su opositor, el alcalde Franklyn Cicero (Giancarlo Esposito), que sigue comprometido con un statu quo regresivo, perpetuando la codicia, los intereses particulares y la guerra partidista. Dividida entre ellos está la socialité Julia Cicero (Nathalie Emmanuel), la hija del alcalde, cuyo amor por César ha dividido su lealtad, obligándola a descubrir lo que realmente cree que la humanidad merece.

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Manu Yáñez

Manu Yáñez es periodista y crítico de cine y está especializado en cine de autor, en su acepción más amplia. De chaval, tenía las paredes de su habitación engalanadas con pósteres de ‘Star Wars: Una nueva esperanza’ de George Lucas y ‘Regreso a Howards End’ de James Ivory, mientras que hoy decora su apartamento con afiches de los festivales de Cannes y Venecia, a los que acude desde 2003. De hecho, su pasión por la crónica de festivales le cambió la vida cuando, en 2005, recibió el encargo de cubrir la Mostra italiana para la revista Fotogramas. Desde entonces, ha podido entrevistar, siempre para “La primera revista de cine”, a mitos como Clint Eastwood, Martin Scorsese, Angelina Jolie, Quentin Tarantino y Timotheé Chalamet, entre otros.

Manu es Ingeniero Industrial por la Universitat Politécnica de Catalunya, además de Máster en Estudios de Cine y doctorando en Comunicación por la Universitat Pompeu Fabra. Además de sus críticas, crónicas y entrevistas para Fotogramas, publica en El Cultural, el Diari Ara, Otros Cines Europa (escribiendo y conduciendo el podcast de la web), la revista neoyorkina Film Comment y la colombiana Kinetoscopio, entre otros medios. En 2012, publicó la antología crítica ‘La mirada americana: 50 años de Film Comment’ y ha participado en monografías sobre Claire Denis, Paul Schrader o R.W. Fassbinder, entre otros. Además de escribir, comparte su pasión cinéfila con los alumnos y alumnas de las asignaturas de Análisis Fílmico de la ESCAC, la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña. Es miembro de la ACCEC (Asociación Catalana de la Crítica y la Escritura Cinematográfica) y de FIPRESCI (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica), y ha sido jurado en los festivales de Mar del Plata, Linz, Gijón, Sitges y el DocsBarcelona, entre otros. 

En el ámbito de la crítica, sus dioses son Manny Farber, Jonathan Rosenbaum y Kent Jones. Sus directores favoritos, de entre los vivos, son Richard Linklater, Terence Davies y Apichatpong Weerasethakul, y su pudiera revivir a otros tres serían Yasujirō Ozu, John Cassavetes y Pier Paolo Pasolini. Es un culé empedernido, está enamorado de Laura desde los seis años, y es el padre de Gala y Pau.