El independentismo se frena en Escocia

Opinión | Políticas de Babel

El independentismo se frena en Escocia

LOS MOVIMIENTOS INDEPENDENTISTAS se muestran preocupados por la deriva que está tomando Escocia, uno de sus grandes referentes del nacionalismo en Europa. Y es que el país británico, que forma Gran Bretaña junto con Inglaterra y Gales, y Reino Unido si a estos tres países le añadimos Irlanda del Norte, ha ido sufriendo durante más de una década profundas crisis de Gobierno que han hecho mella en las aspiraciones nacionalistas de sus ciudadanos. Ya en 2014, el referéndum de independencia demostró que quedaba mucho camino por recorrer hasta alcanzar una mayoría separatista. Entonces un 55% de los votantes optaron por la permanencia dentro de Reino Unido, frente al 45% que apostaba por una vía alternativa al margen de un Reino que se mostraba cada vez más (des)Unido. Hoy la situación no ha variado mucho, y las ínfulas secesionistas apenas han resurgido moderadamente cada vez que una crisis ha asomado a las puertas del país (ya sea por culpa de una pandemia, o debido a una adversidad inflacionaria), generando incertidumbre y la hipótesis de un futuro más halagüeño si pudiese ser recorrido y gestionado en solitario.

Hoy el Partido Nacional Escocés (SNP), en el poder desde 2007, sufre una crisis de identidad, y ve cómo la corriente laborista que arrecia a lo largo de los cuatro países del Reino amenaza con terminar de abatirlo. Los sondeos de intención de voto no dejan lugar a dudas. El Partido Laborista aparenta sacarles a los nacionalistas entre cinco y siete puntos de ventaja, lo cual ha generado un cambio de estrategia destinado a unificar las distintas sensibilidades que, incluso de cara al independentismo, se pueden detectar en el SNP. La abrupta dimisión del ministro principal de Escocia Humza Yousaf, tras la ruptura de su pacto de gobierno con el Partido Verde (por desacuerdos en la reducción de emisiones de carbono) y previa amenaza de dos mociones de “no confianza”, ha sido la gota que ha colmado el vaso del declive nacionalista. La crisis política llega apenas 13 meses desde que tuvo que asumir el poder tras la salida de una más vehemente Nicola Sturgeon, quien se vio arrastrada al precipicio por presunta malversación y financiación ilegal de su partido. Ello ha provocado una respuesta urgente destinada a calmar las aguas. Y la solución aparenta haberse encontrado en la figura de John Swinney, un experimentado político que no renuncia a las aspiraciones independentistas, pero que deberá priorizar otras cuestiones más urgentes y de carácter incluso interno si aspira a reagrupar en torno al SNP y a la vez, a votantes entusiasmados y defraudados.

Reino Unido se prepara para las elecciones generales que tendrán lugar en la segunda mitad de este mismo año, y Escocia busca jugar sus cartas para que su voz y sus aspiraciones no se vean eclipsadas entre un marasmo de intereses contrapuestos. Es aquí donde juegan un papel especial los denominados “gradualistas”; es decir, aquellos que, reconociendo las dificultades para propiciar un nuevo referéndum de independencia, optan por obtener un mayor nivel de autogobierno y un incremento de las transferencias y de sus competencias gestoras. La figura elegida para semejante objetivo, John Swinney, no es un novato; y pese a que algunos ven en él falta de carisma, su experiencia previa como líder circunstancial en 2000 tras la salida de Alex Salmond, después como ministro de Finanzas, y años más tarde incluso como viceministro principal a las órdenes de Sturgeon, trata de reivindicarse como un líder que conoce el terreno político y puede, quizá, propiciar un nuevo movimiento nacional más racional y pausado.